jueves, 23 de febrero de 2012

HÉCTOR JOSÉ SÁNCHEZ J: VARGAS, ALBACEA DE LA ANGUSTIA (2) TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS)

A continuación, la transcripción de un segundo extracto de la obra de Andrés Eloy Blanco: “Vargas, albacea de la angustia”. Son párrafos del discurso pronunciado por Vargas en la Junta General de la “Sociedad Amigos del País” (03-02-1833):
“El amor al trabajo o una honesta ocupación es la base principal de la comodidad individual, así como de la felicidad y orden públicos; y este amor al trabajo es en todos los climas y pueblos del globo el resultado de la estructura misma del gobierno, de sus leyes e instituciones acertadas, y de la útil cooperación de los gobernados por un sistema de asociación. Así como una nación es el conjunto de todos los ciudadanos, así la felicidad nacional es la suma de todas las felicidades individuales… De aquí es que la sabiduría de los gobiernos debe dirigir sus miras a que ningún ciudadano necesite de un trabajo demasiado penoso para proveerse de lo indispensable, que aquel nunca sea estéril, y que las riquezas heredadas o adquiridas, no dejen al rico, por opulento que sea, entregarse al ocio y la molicie sin cargar con la ignominia pública y el desprecio de sus conciudadanos.
Es necesario asociar en el corazón de cada venezolano, el gusto del trabajo, con la esperanza de su remuneración, el dulce goce de sus necesidades satisfechas, con el más dulce todavía de la esperanza fundada de asegurar la satisfacción de las venideras. Entonces, esa alternativa de trabajo y descanso, de lisonjeras esperanzas y satisfacciones, de goces anticipados y goces poseídos, formarán una felicidad sin interrupción en todos ellos, un orden y un bienestar nacional. Cuando el Gobierno haya conseguido este importante fin, habrá formado ya la ventura pública, a pesar de que ni en los particulares ni en el Estado existe la opulencia, porque no son las grandes riquezas de algunos lo que constituye la fortuna de un pueblo gobernado según la forma del nuestro. En los gobiernos monárquicos y mucho más en los despóticos, aquellas son necesarias y a veces indispensables a las comodidades de la vida, pues en donde quiera que la ley sin fuerza no puede proteger al débil contra el poderoso, la opulencia viene a ser un medio de asegurarse contra la injusticia y las vejaciones del fuerte, y contra el menosprecio, compañero inseparable de la debilidad. Una gran fortuna es en tales casos un escudo contra la opresión, un título eficaz para enseñorear a los débiles. El país donde existe este orden de cosas, no importa la nomenclatura de sus instituciones, cierto es que sufre de hecho un régimen despótico… El ejemplo brillante de una República todavía joven (Estados Unidos) y ya el asombro del mundo, de ningún modo contraría la actitud de estos principios, bien que la avidez de las riquezas sea ya el carácter prominente de sus habitantes; porque el amor al trabajo fue su instrumento y origen, y su entusiasmo es el resultado del conato a la superioridad del rango, tan natural en el hombre. Más, este conato, saliendo de los límites, puede establecer a la larga una desigualdad prominente y duradera, puede echar de hecho una aristocracia trascendental que, ejerciendo su influencia en una ocasión oportuna, conmueva la estructura del Gobierno, o al menos desenvuelva o arraigue insensiblemente esa turba de hábitos perniciosos de mala fe, de inconsideración a los medios de adquirir, de un lujo fantástico y vicioso, de la misma molicie, y la ociosidad que envenenan las virtudes cívicas, fundamento el más sólido de los gobiernos populares…”
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Estas palabras y las que siguen encierran toda la situación espiritual de Vargas; toda su angustia, toda su visión del problema venezolano; y en descarnada violencia exhiben la historia política del país.
“En vano invocaremos para disimular la apatía y consolarnos de las desgracias que esta amontona sobre nosotros el ponderado obstáculo de la influencia del clima. Hay ciertos errores o preocupaciones que consagran como verdadera una aquiescencia pasiva, o la desidiosa indiferencia de su examen; pero que se desploman desde que se entra en la investigación de sus fundamentos. A fuerza de oír decir o de leer que la naturaleza del clima influye en la religión, forma de gobierno, costumbres y leyes de los pueblos, hemos dado por sentado que esta influencia ejerce sobre los hombres tal poderío que sus diversas condiciones en estos puntos pueden marcarse por las latitudes del globo, o explicarse por las circunstancias de la localidad. “Asombrados igualmente (dice el autor del “Espíritu”) del peso insoportable del despotismo oriental, y de la larga y cobarde paciencia de esos pueblos, sometidos a tan odioso yugo, los occidentales, orgullosos de su libertad, han ocurrido a causas físicas para explicar este fenómeno político. Ojalá se borre del alma de los venezolanos, tan errónea cuanto infausta creencia! Permítaseme detenerme en su refutación, porque es fundamental de las verdades que inculco…”
“De las verdades que inculco.” Es frase de educador. Es frase de Albacea, de Creador. Así se anteponía a los falsos postulados del Gendarme Necesario…”
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