martes, 21 de febrero de 2012

HÉCTOR JOSÉ SÁNCHEZ J: VARGAS, ALBACEA DE LA ANGUSTIA (1) TRANSCRIPCIÓN Y COMENTARIOS)


ANDRES ELOY BLANCO
Por una de esas casualidades que se presentan en nuestras vidas, recientemente, vino a parar a mis manos la primera edición (1947) de la obra de Andrés Eloy Blanco que lleva por título: “Vargas, albacea de la angustia”. Se trata de una especie de biografía novelada sobre la vida del Dr. José María Vargas en la que, según mi parecer, la esencia de los planteamientos sobre los procesos de cambio social allí contenidos siguen teniendo plena vigencia en la actualidad. Debido a ello, me he animado a transcribir el extracto a continuación, el cual es una especie de diálogo imaginario que mantiene el Dr. Vargas (de 23 años) con otras personas; entre las cuales se encuentra Antoñito Sucre (Antonio José de Sucre, de 14 años).

JOSE MARIA VARGAS
“… Y cuando pienso en aquella semejanza con esa tierra, mi voluntad se encauza en un designio casi fatal: tengo que ser y realizarme como si la fuera realizando a ella en mí. Tengo que prepararme, tengo que ganar cada día más luz. Cada uno de nosotros ha de ir realizando la Patria en sí mismo, paralela en sufrimiento y perfección. Tengo que estar preparado para el pacto; y si no me alcanza la vida para verla a ella preparada, he de dejar un molde; cuando en uno de nosotros se haya realizado un ciudadano, ese ciudadano contendrá un país. La hora de este país será la hora de su más perfecto ciudadano.

─Se necesita un hombre.

ANTONIO JOSE DE SUCRE
─No! No es eso lo que he querido decir. El estado social que depende de un hombre o de un modelo, es el viejo estado indeseable. El siglo de Pericles! El siglo de Carlomagno! El siglo de Luis XIV! El poder condensado en una mano le da nombres de uno a lo que es hecho por todos. Las personalidades no hacen órdenes sociales! Son producidas por ellos. A un hombre grande lo produce la necesidad anterior y contemporánea. Asimismo se producen las grandes leyes. Antes de que ellas sean dictadas, se siente su necesidad, se clama por un ordenamiento acorde con esa necesidad; si el sistema o el gobierno se oponen a consagrar aquel anhelo general, al cabo de un tiempo más o menos largo, el gobierno o el sistema, se derrumban; la ley se produce fatalmente. Asimismo se revelan los grandes hombres.

Allí está el mar, quieto como auditorio. Han llegado a la orilla del Golfo y en un bote encallado se sientan. Ahora Vargas, de pie, cobra la seguridad del aula, tiene ya la voz del maestro y se recrea en el comentario:

─Dentro del ser físico, cuando el cuerpo se hace inapto para contener la actividad fisiológica, para actuar conforme a los deseos y conforme a las necesidades, el hombre o el animal buscan curarse, amputar el órgano enfermo. O muere. Pero si puede salvarse amputando, o adoptando un nuevo régimen, un nuevo alimento, en una palabra, una nueva economía orgánica, lo hará indudablemente. Es inútil seguir obligando a ese cuerpo a sostenerse y a producir con el mismo sistema anterior. O la muerte o el cambio. Igual cosa ocurre en el orden social. Llega un momento en que la sociedad no puede llenar su actividad, cada día más compleja, cada día más llena de necesidades, si no se cambia el régimen de alimentación, si no se extirpa el tumor que consume todas las fuerzas, si no se extrae la espina que estorba al caminar, si no se amputa el miembro que amenaza con gangrenarlo todo y se adopta un nuevo modo de moverse.

La pequeña audiencia clandestina va exprimiendo los gajos del comentario.

─Un cuerpo de la edad de piedra podía vivir con una piel y unas frutas. Un cuerpo de hoy requiere infinidad de otras cosas. La fuerza de las naciones está en los pueblos; el rendimiento de los cerebros y de los corazones está en el  bienestar de los más remotos órganos. La humanidad que vivió oscura y conforme con los sistemas feudales no podría perdurar hoy cuando los sistemas industriales, la fuerte economía de las naciones requieren el concurso de masas incontables. De los hombres sin suerte, algunos van elevándose hasta planos superiores, allí encuentran a los privilegiados; de abajo vienen ascendiendo los luchadores sin fortuna. Estos no han hecho sino procurar el bienestar de aquéllos; pero algo es evidente: que éstos producen y que la relación de su esfuerzo con su beneficio es injusta.  

Piden, claman. Es un hondo fermento en el que van debatiéndose posibilidades y distancias. Un hecho es cierto: que los señores de la tierra quieren conservar la tierra y también la absoluta disposición de los brazos y del esfuerzo de los otros. Para ello, aspiran a conservarlos en la ignorancia. El clamor es apenas un rezongo en la faena. Pero de la zona intermedia, de aquellos que fueron parias y luego alcanzaron cierto bienestar, surge la luz. Ellos supieron de la injusticia. Pero ahora han podido educar a sus hijos; sus hijos pudieron escribir o explicar a los hombres cosas apenas presentidas por ellos; la lucha se hace entonces más clara; el rezongo se transforma en voz incorporada, en pausa amenazante.

Durante años y años, aun sin que lo sepan los privilegiados, el fermento de lucha se ha encauzado. Los dueños del orden anterior pretenden, al percatarse del peligro, sostener con viejos elementos de lucha, con viejas normas, todo el sistema; entre tanto, el alma se cultiva, el comercio y el intercambio entre los pueblos exijen mayor cooperación de fuerzas, de brazos, de voluntades; la mayor parte de las fuerzas rendidoras está precisamente en el sector supeditado; la lucha sigue, sorda; el orden ya caduco quiere meter entre su vieja caja la nueva vida exuberante, pretende solucionar, apretando, contener, empujando; ya no entiende cómo aquel organismo está clamando por un nuevo alimento.

De un lado, la humanidad es otra, nueva, fuerte, crecida en rendimientos y en necesidades, en ciencia y en voluntad, en pensamiento y en acción; del otro, el sistema social permanece inmóvil; el mundo pide trajes nuevos, leyes nuevas. Para los dominadores, la defensa de sus privilegios es la forma exacerbada del instinto de conservación; toda la tierra, todo el zumo del trabajo ajeno, para ellos. La lucha es larga, sorda. Es la lucha social. En sus últimas etapas, empieza a producirse el método y la ciencia de la lucha en los supeditados. Es el estudio.

El hombre preparado sale al frente, a ser guía, a ser iluminador. Pero él no ha sido sino un producto de la hora; en él se vacía toda la aspiración, en él se hace ciencia. El pueblo hace su autorretrato; es el filósofo, copia exacta de la hora de evolución de la sociedad. Es la mejor célula del pensamiento popular que lo dio, que lo sudó, que casi lo lloró. Flor de la hora, él no es la raíz. La raíz está, amarga, en la entraña social que busca, horadando piedra y siembra vieja, florecer y frutecer a la vida nueva.

Hasta que la costra se rompe, la espina salta del pie caminador, la mano tira el viejo traje y por los campos corre la nueva ley que va a regar el árbol en cuya copa florece el hombre de la hora.

La lucha sorda y tarde va preparando la explosión de la lucha política. Mientras tanto, ella va dando de sí sus elementos, sus mártires, sus apóstoles, sus filósofos, sus capitanes. Pero estos no producen el problema; el problema los produce a ellos.

─Es idiota la actitud de los dominantes cuando, al producirse una agitación, como en el caso de Don José España, eliminan a los cabecillas y creen ya solucionado el asunto, pensando que son ellos la fuente de la agitación. Ellos son la flor del árbol social; y están también en la raíz. Cuando pienso en aquella semejanza mía, he de pensar que en la raíz estoy, amargo y he de hacer, hasta la flor, el mismo camino que la tierra ha de hacer. Por eso he dicho que para hacer la Patria, cada ciudadano ha de ir siendo ella y realizando en sí la ascensión fatal que hará ella. Muertos estaremos todos cuando la Patria llegue a la hora de nosotros. Pero aun entonces se dirá que ella nos hizo en el momento en que su entrañable fermentación humana estuvo a punto de transformación y reclamó el alumbramiento.

─La independencia… ─insinúa Illas.

─Vendrá. Está a punto de llegar. Pero todavía faltará mucho; mucho calvario y mucho coloniaje dentro de la misma Patria Libre.


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