Resulta reconfortante observar a tantos que en su
momento se opusieron con furia al derrocamiento de Saddam Hussein,
transformados hoy en fervorosos adalides del fin de las dictaduras en el mundo
árabe-islámico. Si bien tal empeño contra los tiranos parece a todas luces digno
de elogio, conviene aprender de la
historia y asumir con prudencia los pronósticos.
En Occidente no nos hemos distinguido por la adecuada
comprensión de la dinámica política y cultural árabe, y temo que sigue siendo
un serio error creer que las protestas y cambios que ahora sacuden el Medio
Oriente apuntan hacia la democracia liberal. Aún peor es concebir analogías
entre, por ejemplo, lo ocurrido en Libia el año pasado y lo que hoy acontece en
Siria, con la situación venezolana y nuestra atolondrada revolución tropical.
Tales paralelismos son útiles como propaganda pero ocultan la realidad.
MATANZA EN SIRIA |
Las grandes agencias de noticias y principales órganos
de prensa occidentales han inventado una “primavera árabe” que dista de
asemejarse a la versión que venden. Tales agencias y órganos noticiosos se han
cuidado de revelar, por ejemplo, la verdad de lo que está teniendo lugar en
Libia luego del fin de Gadafi. El país se ha hundido en la anarquía, las
rivalidades entre tribus y regiones lo están despedazando, el gobierno central
no manda más allá del edificio donde sus impotentes miembros despachan, miles
de armas de gran poder han desaparecido o ido a parar a manos de organizaciones
terroristas, y la OTAN y Washington, incapaces de detener el desastre, se lavan
las manos y procuran reservarse sus cuotas de petróleo.
En Siria, donde las matanzas son quizás peores, la
“guerra humanitaria” no se ve por ningún lado. Rusia y China, luego de haber
sido engañados por Washington y la OTAN con relación a Libia, se cuidaron esta
vez en la ONU y han vetado una nueva intervención “humanitaria”. De paso, el
ejército sirio no es el de Gadafi, que sin embargo resistió durante meses y
estuvo a punto de frustrar a los benevolentes libertadores del pueblo libio.
La triste verdad es que la situación normal que está
generando la quimérica primavera árabe es la del caos permanente. La dinámica
demográfica, cultural, tribal y política de países como Egipto, Libia y Siria,
entre otros, garantiza que el descoyuntamiento de los regímenes establecidos no
se traducirá en paz sino en guerra, en estabilidad sino en anarquía, en
libertad sino en nuevas y quizás más siniestras formas de opresión.
En este orden de ideas, preciso que no pongo en duda
la naturaleza oprobiosa de personajes y regímenes como los de Mubarak, Gadafi y
Assad, sino tan sólo reclamo un poco de coherencia a la prensa y analistas
bienpensantes, en tres sentidos: Primero, no hay dictadores buenos y malos; si
hoy quieren que se acabe con Assad debieron desear lo mismo con Saddam, pero no
lo hicieron. Segundo, es una ilusión absurda y una patética ingenuidad presumir
que el mundo árabe islámico se orienta hacia alguna forma de democracia
liberal. Continuar expandiendo ese espejismo demuestra una fatal ignorancia sobre
lo que en efecto está ocurriendo, o bien la deliberada distorsión de las cosas
con fines propagandísticos. Tercero, en Siria, con el derrocamiento de Assad,
lo que cabe esperar es una feroz guerra civil, un nuevo Líbano, y el
desmembramiento del país en función de divisiones étnico-religiosas.
Al carnicero Assad quieren sacarle del poder
Washington, París y Londres, y también Al Qaeda, la monarquía Saudita y Hamas,
entre otros. ¿Qué destino le aguarda a Siria ante semejante coalición?
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