lunes, 30 de enero de 2012

PEDRO LASTRA: SINE IRA ET STUDIO. MI PRONÓSTICO PARA EL 12F

A dos semanas de la celebración de nuestras históricas Primarias, que independientemente de sus resultados marcarán un punto de no retorno en el avance de las fuerzas democráticas para desplazar al chavismo y reconquistar la perdida democracia liberal que nos ha caracterizado como Nación desde el 23 de enero de 1958, no es inútil desglosar algunas opiniones personales sobre lo que atisbo como eventual resultado. Sin que, lo aseguro, mi pronóstico presuponga la mediación indiscreta de mis simpatías personales. Si los encuestadores se permiten hacerlo, ganando suculentas recompensas crematísticas a cambio de sus indiscretas e intencionadas opiniones, ¿por qué no habría de opinar quien no persigue otra cosa que serle fiel a lo que considera una verdad objetiva?
En primer lugar, me parece que la consistente primacía que ha mostrado Henrique Capriles a lo largo de toda la campaña, no se ha puesto verdaderamente en peligro en ningún momento de la misma. La decisión de Henry Ramos de preferir al discípulo de Manuel Rosales, el joven abogado y actual gobernador zuliano Pablo Pérez, no logró el desarrollo esperado. Creo incluso que jamás alcanzó las expectativas esperadas ni consiguió despegar. Responsable de lo cual no deja de ser cierta displicencia de su mentor acción democratista, la falta de entusiasmo del partido blanco y los tropiezos de un comando de campaña que antes espantaba que atraía a los eventuales simpatizantes. Conozco el caso de importantes personalidades que a pesar de su entusiasmo, fueron tan fríamente acogidos que prefirieron distanciarse antes que insistir en sus buenas intenciones.
Nada de todo lo anterior es atribuible al candidato, dotado de excelente currículo y una contundente dosis de carisma. La falla no es suya: es del aparato que lo ha respaldado. No es el caso de Leopoldo López, que a pesar de su esfuerzo por obtener su rehabilitación y el montaje de un poderoso aparato partidista no consiguió sobresalir en la contienda. La carencia de un perfil definido y la grisura de sus intervenciones, monotemáticas y sin brillo intelectual, lo llevaron a empantanarse a mitad de camino. Lo que terminó convenciéndolo de la necesidad de salvar sus esfuerzos acoplándose al llamado Bus de la Victoria.
No ha sido el caso de María Corina Machado, la auténtica revelación de este proceso de primarias. Sin temer a los prejuicios de una sociedad enferma de machismo y clientelismo populista, escorada desde su nacimiento hacia los barriales de la socialdemocracia y el estatismo, supo defender con templanza, con integridad, con una gran elocuencia y firmeza admirable sus posiciones liberales. Era imposible, en las circunstancias que hoy dominan a la sociedad venezolana tras 13 años de desatado populismo comunistoide, que pudiera alcanzar las alturas necesarias como para haber sido designada candidata a medirse contra Hugo Chávez. Pero logró poner su pica en Flandes: por primera vez en medio siglo de democracia Venezuela ha recibido dosis de pedagogía liberal y se ha enfrentado a la perfecta imagen de una eventual presidenta de la república. A nuestro entender, muchísimo mejor dotada que Dilma Rouseff, Michelle Bachelet o Cristina Fernández.
Ha sido una pena que el otro gran candidato de las fuerzas democráticas más consecuentes del antichavismo, Diego Arria, haya tenido que competir con una figura tan carismática como María Corina. Pero su presencia ha sido fundamental en la clarificación de las posiciones políticas de la oposición y en el desenmascaramiento del totalitarismo gobernante. Una labor que marca el territorio de la oposición y hace prácticamente impensable que, independientemente de los resultados del 7 de octubre, el totalitarismo logre imponerse en Venezuela.
Respecto de Pablo Medina, resulta difícil comprender su función política en este proceso, que no sea la demostración de la apertura con que la Mesa de Unidad Democrática procedió a lo largo de esta difícil campaña. Como lo dijéramos luego del primer debate, su candidatura nos ha parecido perfectamente prescindible.
Creo, pues, para finalizar, que Henrique Capriles ganará la candidatura con cierta holgura, suficientemente despegado de Pablo Pérez como para asentarse cómodamente en la vanguardia de la lucha contra Hugo Chávez y su proyecto totalitario. Creo, asimismo, que la derrota eventual de Pablo Pérez, amén de situarlo a él personalmente en una difícil situación frente a su futuro inmediato sacudirá las filas de la socialdemocracia venezolana. Si no nos equivocamos, su derrota debiera conmover la aparente firmeza de los liderazgos actuales de AD, UNT y COPEI, que cometieran el grave error de apuntarse a perdedores seducidos por engañosas encuestas de opinión.
Y creo, asimismo, que los excelentes resultados previsibles para María Corina Machado y, en menor medida, para Diego Arria, abren el panorama a la irrupción en Venezuela de un gran movimiento político modernizador que no apunte al poder por el poder sino al poder para echar a andar un gran proceso de transformación radical de la sociedad venezolana. Un proceso de transformación anhelado en lo profundo de la sociedad venezolana pero que no habrá alcanzado aún el nivel de conciencia como para alcanzar el gobierno.
            En suma: después el 12 F, nada será como antes.

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