domingo, 8 de enero de 2012

ARGELIA RÍOS: EL GRAN MATCH

Ha llegado el año de lo que el país tenía, desde 2006, como el año del "finiquito". El arribo de 2012 año ha sido toda una fiesta. Fueron seis años de paciencia los que antecedieron a la explosión de esperanza con que Venezuela despertó este 01 de enero.
Lo ocurrido es similar a lo del primer trimestre de 2011, cuando la nomenclatura roja, sorprendida ante el fenómeno, observó con atenta preocupación aquello que lucía como un mal presagio, inesperado y revelador.
En aquel instante -que se prolongó por tres meses- la voluntad de cambio se había hecho presente en la opinión pública, efecto de los resultados del 26-S y también porque, finalmente, estábamos en el prefacio de "la fecha prometida".
No era lo mismo decir entonces "faltan dos años", a decir "el año próximo nos vemos en las urnas". Tampoco sonaba igual un "año no es nada", a la asfixiante sentencia de los diez meses que nos separan hoy de nuestra propia "tormenta del desierto". Diez meses, señoras y señores. Diez meses para un cuerpo a cuerpo, al que cada cual asiste en condiciones distintas a las de hace seis años.
No es una trivialidad que el chavismo acuda a defender su corona no sólo con un candidato envejecido que lucha para evitar ser percibido como un hombre apocado e inhábil. A esa desgracia hay que añadirle el tiempo recorrido en el poder, las fallas estructurales del Gobierno, el menoscabo de las expectativas populares, y las limitaciones de la credibilidad con que una vez contó toda la nómina revolucionaria, cuando aún la ornamentaban atributos como la novedad y la honradez de los nuevos rostros...
De igual modo, no es un hecho banal que la de ahora, incluso con sus yerros, sea una oposición policlasista, rejuvenecida por figuras con muy moderados niveles de rechazo, y con un disciplinado respeto a lo que quedó armado como plataforma unitaria. Tampoco lo es el hecho de que sus retadores encarnan una renovación, en la que se perfilan como jóvenes diferenciados del llamado "pasado", emergidos bajo la égida del "proceso" y con unas ganas poderosas de representar bien, no únicamente al país que desea un cambio, sino a las nuevas generaciones desestimadas siempre en la política nacional, proclive a despreciar cualquier refrescamiento y modernización.
No: aunque tengamos enfrente al mismo petroestado abusador; la misma inescrupulosidad pendenciera, e incluso la misma cartilla de misiones utilitarias, la pelea no será igual a las anteriores. Las energías de quien detenta la presea se han venido a menos: el riesgo de un desplome en el ring ahora sí está presente. Y por si fuera poco, hasta el electorado rojo sabe ya que su dignificación es un juego de azar dentro de un cuento en el que hace de tonto útil.


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