Muchos ciudadanos y unos cuantos políticos siguen sorprendidos por el persistente avance del populismo. No entienden como es posible que ese discurso pueda sostenerse en el tiempo y seguir reuniendo electorado suficiente para su despliegue indefinido.
La verdad es que, lo que cuesta comprender, en todo caso, es el asombro de ciertos sectores. Después de todo, no es más que la consecuencia esperable de la apatía de muchos. Tiene que ver con el abecedario de la ciencia política, donde hay un espacio A precisa aparecer un espacio B. Hasta la física, en una de sus reglas elementales, lo explica con demasiada simplicidad. Para contrarrestar una fuerza, se precisa otra de al menos idéntica potencia pero en sentido contrario. Es decir opuesto, ni igual, ni parecido. Y eso es lo que no encuentra el renovado populismo de este tiempo, algo que se anime a confrontarlo con idéntica convicción.
Claramente, solo puede explicarse a través de una gran diversidad de factores para que esto suceda. Por un lado, una clase política plagada de improvisados, gente sin formación, que no se ha preparado ni para la política, y mucho menos para gobernar o liderar proceso alguno. La jungla nos muestra múltiples intentos de oportunistas, un ejército de arribistas, gente que piensa que tener algo de carisma es suficiente y que confunde su capacidad para conseguir a unos pocos aduladores, con las cualidades necesarias para enfrentar semejante desafío.
No menos importante es la responsabilidad de quienes, reuniendo los requisitos imprescindibles, se hacen los distraídos y recitan extensas explicaciones morales, y de las otras, para justificarse, para excusarse y no ser parte del momento histórico que los precisa, sino como protagonistas centrales, jugando al menos, “algún” rol.
Mucho daño han hecho también en esto los asesores de imagen, esos que le recomiendan al ya intuitivo candidato, discursos lavados, excesiva moderación, y contenidos vacios. Ponen todo su esfuerzo en convertir al postulante en lo que no es, alejarlo de su esencia para que parezca otro, ese que ellos suponen que la gente espera.
La sociedad pretende políticos con valores, equivocados o no, pero con convicciones. Necesita políticos a los cuales poder respetar, aun sin coincidir. No acepta timoratos que hablan bien y se visten mejor, para en realidad esconder sus falencias profundas. La sociedad busca alternativas y un candidato exageradamente prudente, indefinido en la mayoría de los asuntos relevantes, más preocupado en no equivocarse que en acertar, no tiene los atributos imprescindibles para liderar absolutamente nada. La comunidad, puede perdonar errores a los hombres de poder, lo que no admite es la superficialidad, la frivolidad, la estupidez.
El curso más elemental de marketing, hablará de “establecer la diferencia”. Sin embargo los opositores rara vez van al fondo de la cuestión. Critican estilos, detalles, modos, formalidades, pero poco dicen de las políticas centrales. Temen caer en el discurso políticamente incorrecto, entonces no hablan de cómo salir de los grandes problemas que una sociedad enfrenta. Y dejan la sensación, en un electorado ávido de buscar variantes, de que en realidad no tienen soluciones. Solo están preparados para recitar arengas insignificantes, para sus entornos ya alineados y los aplaudidores de turno.
La política implica tomar posición, decir lo que se piensa, proponer salidas a las problemáticas del presente, y tener la habilidad para implementarlas si la gente así lo decidiera. No se trata de conceder notas a la prensa, figurar por ahí, saludar a los ciudadanos y andar por la vida como si nada.
En la política es preciso enamorar, cautivar, deslumbrar. Ningún candidato opositor lo logra, por eso se consolidan los que están y eso no es merito de los oficialismos de turno, en todo caso es patrimonio exclusivo de las torpezas propias. Y es bueno asumirlo, para no seguir buscando explicaciones donde no serán halladas. No se puede invitar a la sociedad a saltar al vacío para huir de ciertas percepciones.
Las indefiniciones ideológicas, la apología del pragmatismo y ese esfuerzo desmedido en disfrazarse de algo, que no son, ha llevado a los más, a recorrer el camino del que no se vuelve.
Para conquistar hace falta pasión, defender principios, creer en lo que se dice y, sobre todo, ser uno mismo. Nada que sea producto de mostrarse diferente a lo que en realidad es la esencia, que implique decir cosas que no se piensan, lograra seducir a los votantes. Ellos quieren un líder, alguien que tenga algo de sangre en las venas, no un títere que se sonríe sin saber porque, o que dice saber de soluciones pero no las explicita claramente.
Las comparaciones con el pasado ya no sirven. Lo que funcionó en otro tiempo, no funcionará necesariamente en este. El electorado del presente es más exigente y no se conforma con cualquier cosa, y si eventualmente accede, lo hace por muy poco tiempo.
El que quiere ser político, debe mirarse un poco más al espejo, y analizar que está dispuesto a hacer para ello. Si cree que esto se trata de aportar algo de dinero, someterse al maquillaje que le proponen las consultoras mutando estilos y contenido, aparecer de tanto en tanto en los medios de comunicación y no decir nada demasiado arriesgado, puede ir buscando otro oficio. Decididamente la política con mayúsculas no es lo que espera. Y habrá que admitir que algunos paracaidistas han llegado a esa meta algunas veces, pero esa no es la regla, y sus finales en muchos casos hablan con creces de esas experiencias fallidas.
Habrá que convencerse y dejar de construir utopías sin soporte. Para lograrlas hace falta bastante más que desearlas. Hay que trabajar sobre ello, y para terminar con los ciclos populistas, es necesario profesionalizar la tarea. Mientras sigamos creyendo que esto se resuelve con un par de pases de magia o algún mesías carismático, estaremos recorriendo un sendero sin sentido.
A los entendidos en la materia, se les disputa en el terreno adecuado. Es indispensable, prepararse, tomarse las cosas muy en serio y por sobre todo, encontrar las personas que sean capaces de llevar adelante una prédica con agallas, clara definición ideológica, que muestre ideales concretos, soluciones profundas y genere la respetabilidad que una sociedad exigente demanda. No podemos esperar que los rumbos se modifiquen mientras sigamos transitando este juego de los artificios del discurso vacío.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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