Con el discurrir de los años, los vaivenes inconsistentes de la experiencia y los encontronazos que nos damos en la vida, empezamos a observar espantados cómo las certidumbres de siempre se desmoronan, desacreditan, las utopías dejan de convocarnos y desconfiamos de los voluntarismos.
A estas alturas del partido, los ciudadanos de a pie que somos no podemos sino suscribir aquellas palabras del poeta Cadenas: “ya el delirio no me solicita, vivo sobre la sal levantándome y cayendo día tras día”, y en efecto, golpe a golpe, dando y recibiendo, nos derriban, nos levantamos, y nos vuelven a tumbar, nos deprimimos, cogemos fuerza, avanzamos, retrocedemos, y así vamos, para más adelante de nuevo recomenzar el ciclo ad infinitum, mientras el cuerpo aguante y las ilusiones, ya bastante remendadas, sigan vivas.
Porque, definitivamente, las quimeras políticas que nos inspiraron y movieron, y los paradigmas que gobernaron nuestro pensamiento y procederes en otras épocas están de retirada, devaluados, o en el mejor de los casos, se han convertido en espejismos de la memoria o en meros recursos complementarios para salir del paso ante cualquier apremio ocasional a la hora de los análisis apresurados. No pocos de ellos son culpables directos de nuestros errores, fracasos y forzado escepticismo.
La posición central o determinante de que gozaron tales paradigmas se ve desplazada, degradada, a un rol secundario. El tratamiento y la pretensión de infalibilidad del examen de los datos duros, las estadísticas, las evidencias empíricas, los precedentes, muy útiles en toda ciencia a los fines de avizorar los comportamientos y desarrollos futuros y del establecimiento de hipótesis, premisas, leyes, axiomas, dogmas, teorías, al momento de la valoración de los acontecimientos sociales y políticos actuales, muchos inéditos, no pocas veces se estrellan frente a los extraños con que nos sorprende la realidad, o nos muestran su incapacidad para adivinar el porvenir, resultado que, en fin de cuentas, esperamos todos para tener de donde agarrarnos, así sea de un clavo ardiendo.
“En todo caso, cualquier cosa puede suceder” es la frase con la que muchos analistas suelen terminar sus opiniones, sobre todo, políticas. El pronóstico frecuente suele ser tan “acertado” como el de ciertas oficinas de meteorología. Lloverá a cántaros, pero puede ser que no, lleve su paraguas, por si acaso. Eso sucederá sólo si se producen tales y cuales presupuestos y/o condiciones. Los analistas, al opinar, terminan sus apreciaciones con un sin número de condicionales, reservas, excepciones, “por si acasos”, no olvidemos los imponderables, los cisnes negros, y hasta los “de que vuelan, vuelan”.
Sin embargo, no es raro ver en opinadores de oficio, gente común y políticos seguir haciendo referencia a aquellos paradigmas degradados, formulando analogías, para apoyar sus pronósticos sobre cualquier hecho o circunstancia, despreciando siempre las intuiciones. Nos resistimos a deslastrarnos de lo aprendido, de la costumbre, del lugar común, de la sabiduría aceptada e institucionalizada. Y allí están la caída del Muro de Berlín y las revueltas árabes recientes para desmentir la sabiduría convencional y los pronósticos.
Así las cosas, vemos a los encuestadores quienes en sus sesudos exámenes de la realidad, repiten y repiten: “estos resultados son una fotografía del momento, dentro de 3 meses quién sabe”, mucho cuidado, mosca pues. Sin embargo, se mandan con recomendaciones o apreciaciones políticas que en la mayoría de los casos exceden su campo de conocimiento, y en no pocas oportunidades (“la oposición sacará el 26S no más de 45 diputados, anótenlo”) cometen tremendos “pelones”.
De modo pues, que las comparaciones, analogías, antecedentes, situaciones parecidas, tendencias, ya no nos sirven del todo para formular las seguridades que tanto necesitamos cuando diseccionamos situaciones presentes o proyectamos desarrollos futuros. La futurología, con todas sus herramientas, no nos vacuna contra la incertidumbre, el futuro desconocido, las angustias y el estrés.
Dicho lo cual, hemos llegado a la conclusión en materia política de que sin desdeñar tanto derroche de ciencia, metodologías y análisis profundos de datos, ¡faltaría más¡, haríamos bien en confiar un poco en los instintos, la intuición, el ojómetro, y/o en el plebeyo, acientífico y democrático olfato, particularmente, en el de esos seres abominables que son los políticos. Juro que me han resultado incomparablemente superiores en muchos momentos de estos tiempos de descreimiento y desaliento, que las profundas disquisiciones de ciertas vedettes de la ciencia social y la politología.
Emilio Nouel
emilio.nouel@gmail.com
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