sábado, 10 de diciembre de 2011

MIGUEL ANTEZANA: SER LIBERAL EN VENEZUELA (DESDE LIMA PERU)

Quien haga un repaso de mis artículos de opinión sobre la realidad venezolana no dudará un minuto para tildarme de antichavista (o antichávez, o “antichavecista”). Ante ese gratuito calificativo –que alguna vez ya he recibido - debo responder que, más que eso, soy un declarado neoliberal. Como hay mucha gente que asume, cree, o le han hecho creer que ser neoliberal -o liberal a secas- es un insulto, o que el liberalismo es algo detestable, hasta inhumano, quiero dejar sentada “mi” verdad sobre el tema.

En la Venezuela de hoy, esa que llaman del siglo XXI, la sociedad se encuentra fragmentada, más que dividida. Ello ha sido posible “gracias” a un concienzudo trabajo del propio presidente de la República “Bolivariana”, Hugo Chávez, quien arrogándose omnipotencia afirma que en el país hay sólo dos bandos: los que están con él y los que están contra él.

Los que están con él, debemos asumir que es gente convencida en su proyecto político personal, el cual en un primer momento vendió y le colocó el sello diferenciador de “bolivariano”, y que ahora descaradamente lo defiende como “socialismo del siglo XXI”. El “bolivarianismo” ha quedado sólo como una marca comercial, algo que podemos asumir –inclusive- podría ser desechado en un futuro para dar paso a lo estrictamente “socialista”.

Los que no están con él, ergo, en contra, son personas pro yanqui, capitalistas, oligarcas, pro imperialista, “escuálidos” y otros tantos calificativos, inclusive descontextualizados y mal utilizados, que no soportan el mínimo análisis crítico y/o conceptual. Curiosamente, los términos “liberal” o “neoliberal” han sido usados sólo para adjetivar las políticas económicas anteriores que sólo le trajeron “hambre al pueblo”, o a los economistas y organismos multilaterales. Poco o nada se ha dicho sobre lo “liberal” o “neoliberal” como una corriente de pensamiento, como una filosofía de vida, como una manera de ser en el país.

De acuerdo con la definición clásica, el Liberalismo es una corriente basada en la supremacía de las libertades individuales, es decir, la importancia del individuo sobre el colectivo en sus diversas manifestaciones: expresión, pensamiento, religión y hasta en su comportamiento económico, sobre la base del estado de derecho. Precisamente, es la arista económica en el Liberalismo y su “nueva” forma de ver el papel del Estado en la economía de una nación, de dónde se aferran los más feroces críticos tanto de la corriente, como de la ideología.

No obstante, el Liberalismo y Neoliberalismo van más allá de sólo la visión económica o de cuál debe ser el papel de Estado y –por ende- de los gobiernos y gobernantes. Es cierto que las consecuencias de algunas políticas macroeconómicas “neoliberales” –sobretodo en Latinoamérica- no han sido siempre halagadoras; sin embargo, esos resultados han tenido más relación con fallas a nivel estructural, con una mala o mediocre aplicación, o por la intromisión de factores políticos o politiqueros que distorsionan y afectan su carácter técnico.

Con esto no queremos decir que las llamadas “recetas” neoliberales sean infalibles y adecuadas para todo el mundo. De hecho, la aparición de la llamada “tercera vía” o hasta de una “cuarta”, dan cuenta de lo variopinta que es la realidad. No todo es blanco o negro, hay grises; pero lo que sí podemos conocer sin titubeos son las bondades o defectos del blanco y del negro, más aún cuando profundizamos en la Historia Económica.

El neoliberalismo le añade a todo lo inmerso en lo liberal el aspecto internacional, el libre comercio y lo que hoy se conoce como globalización. Otra vez, los detractores afirman que el libre comercio, pero sobretodo la globalización es algo así como una maldición. En otras palabras, para los “anti” las economías deberían cerrarse al mundo, deberían asumir que no existe nada más allá de nuestras narices y que si alguien viene con productos mejores y más baratos deberíamos tirarle la puerta en la cara porque lo que desea es aprovecharse de nosotros.

Pero ese neoliberalismo que no conoce fronteras no sólo está en lo económico, está en nuestra vida diaria así no lo queramos ver… o mejor dicho, a pesar de que algunos no lo quieran ver. Los “nuevos socialistas” -cuyo fundamento no es defender su “ideología” sino atacar a los liberales o neoliberales- utilizan herramientas de la detestada globalización a diario (Internet, emails, comunicación satelital) dejando sólo en pie las fronteras cartográficas, pues todas las demás ya han sido derrumbadas, y ellos lo saben.

Lamentablemente la mayoría de esos nuevos paladines del socialismo redivivo, muchas veces extremistas y radicales, no tienen mayor “ideología” y/o acción que alentar el resentimiento social, la diferenciación de clases y el odio a todo lo que no sea pobre. Es decir, la culpa de que existan clases desposeídas de “algo” la tienen aquellos que sí lo tengan, y se acabó.

Este argumento simplista, soportado por el poder político es extremadamente peligroso y socialmente incendiario en todo sentido, pues sus consecuencias son generalmente mayor pobreza y mediocridad; y si se tienen recursos, se cae inevitablemente en el populismo barato. Lo único que pueden obtener sus seguidores es la lejana posibilidad de una “salvación” de parte de algún “Mesías”, llámese líder, pensador, presidente o lo que sea. Sin embargo, como el poder ciega, y estando en el poder se conocen las bondades del libre mercado, de la globalización y del capitalismo que tanto se odia, no queda más que echarle gasolina al discurso, pues las palabras se las lleva el viento y la realidad lo aplasta.

Venezuela llegó a eso: un gran sector de la población ilusionado con un cambio para mejor que nunca llegó, engañado por un “líder” que ahora limita las libertades para mantenerse en el poder, y decepcionado porque se quiere llevar a la sociedad hacia un supuesto “socialismo” que en la realidad es ya un totalitarismo autoritario, sobre la base de excusas legalistas.

¿Se puede creer y estar de acuerdo con “eso”? ¿Se puede renunciar a las libertades y derechos mínimos en nombre de una supuesta “revolución”? ¿Es aceptable ser tildado de “contrarrevolucionario” quien se niegue a avalar la mezcolanza que es el “socialismo” que se intenta vender en Venezuela? Pues no, y quien comparta ese “no” es un simple y declarado liberal.

Para darle más consistencia al ser liberal en Venezuela, Mario Vargas Llosa tiene unas líneas perfectas que vienen como anillo al dedo:

“El liberal que yo trato de ser cree que la libertad es el valor supremo, ya que gracias a la libertad la humanidad ha podido progresar desde la caverna primitiva hasta el viaje a las estrellas y la revolución informática, desde las formas de asociación colectivista y despótica, hasta la democracia representativa. Los fundamentos de la libertad son la propiedad privada y el Estado de Derecho, el sistema que garantiza las menores formas de injusticia, que produce mayor progreso material y cultural, que más ataja la violencia y el que respeta más los derechos humanos. Para esa concepción del liberalismo, la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son inseparables, como el anverso y el reverso de una medalla. Por no haberlo entendido así, han fracasado tantas veces los intentos democráticos en América latina. Porque las democracias que comenzaban a alborear luego de las dictaduras respetaban la libertad política pero rechazaban la libertad económica, lo que, inevitablemente, producía más pobreza, ineficiencia y corrupción, o porque se instalaban gobiernos autoritarios, convencidos de que sólo un régimen de mano dura y represora podía garantizar el funcionamiento del mercado libre. Esta es una peligrosa falacia. Nunca ha sido así y por eso todas las dictaduras latinoamericanas“desarrollistas” fracasaron, porque no hay economía libre que funcione sin un sistema judicial independiente y eficiente, ni reformas que tengan éxito si se emprenden sin la fiscalización y la crítica que sólo la democracia permite”.

En Venezuela, oponerse a las acciones totalitarias y autoritaristas es ser liberal. Estar en contra de la no existencia del estado de derecho es ser liberal, querer lo mejor para sus hijos porque uno lo considere así, y no porque el gobierno lo quiera, es ser liberal. Expresar lo que a uno le de la gana y fomentarlo, sin represalias, es ser liberal. Si estar en contra del “chavismo” es ser liberal, pues Venezuela es mayoritariamente liberal.

Ahora, ¿es malo ser liberal? Para nada, de hecho, está muy bien serlo porque es hasta comercial. Así como alguna vez fue muy snob ser de izquierda, ahora el comulgar con el liberalismo y/o liberalismo es sinónimo de ser “mente abierta”. Sino, pregúntenles a los socialistas chilenos…


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