sábado, 17 de diciembre de 2011

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA: LAS ROSADAS TRISTEZAS DEL CHAVISMO

“La analogía de las artes es falsa; un cambio en una ley es una cosa muy diferente a un cambio en un arte. Porque la ley no tiene poder para comandar la obediencia excepto aquella del hábito, que sólo puede ser dado por el tiempo, de manera que estar listos para el cambio de las viejas a las nuevas leyes debilita el poder de la ley.” Aristóteles

En el epitafio del chavismo podríamos poner: sus ideas de rebelión no eran finalmente sino cadenas, y su tentativa de liberación una forma de esclavitud. Porque uno de los fundamentos del cambio que necesitamos hoy es la eliminación de la agresividad patológica. Entre otras cosas, el cambio que buscamos es para evitar el Estado policial. Todo permanecería pervertido si no extirpamos la raíz, porque el cambio no es únicamente un desplazamiento político sino la mutación de los fines para los cuales se gobierna, como una nueva opción en los objetos del amor, el odio y el respeto. La libertad no está en la punta de un fusil, aunque las bayonetas amenazan a Venezuela.

Junto a la evolución tecnológica debe haber un retorno a la naturaleza. El cambio por la preservación de las bellezas y beneficios del planeta suscita la necesidad de creer en la bondad del prójimo y en las de uno mismo, y de probarlo, desviando la cultura hacia las culturas. También en la ecología hallamos la energía indispensable para ciertas batallas. No todas las omnipotencias se rebajan por vía del poder de la política. No debe seguirse el ejemplo del chavismo: disponer de fondos menores para remediar males mayores.

Nuestros alertas deben fundamentarse en la investigación científica y técnica, y la emoción colectiva. Tanto en la naturaleza como en las ciudades hay sofoques y basura; no se trata sólo de sufrir su influencia, sino alzarse contra tan triste estado ambiental, que atrofia la calidad de la vida. Lo que pertenece a todos no puede dejarse a un lado, requiere una eclosión de consciencia, un cambio hacia las relaciones intrasociales, la co-propiedad, la co-gestión, la co-decisión, la co-dependencia, la co-responsabilidad. Se trata de una temática que no es “desmovilizadora” ni “mistificante” sino envolvente para todos; es una lucha de contracultura que nada tiene de marginal, es una galaxia de cambios similar a los valores de la igualdad,  a la lucha contra los vínculos totalitarios que reposan en la jerarquización por la fuerza y la arbitrariedad. 

Debemos salir de la cultura directiva hacia la cultura de la productividad, hacia una participación suficiente de los interesados, sin condiciones que permitan el abuso. Todas las variables de la igualdad pasan por la reivindicación de la mayor libertad, sin censura, en repudio de los vínculos totalitarios, donde sobrevive el dejo. Este es el corte del cambio y pasa por los cambios de sensibilidades, conductas, hábitos, pensamientos y actos. Lo normal es que el cambio político se produzca en la cima, menos que en la sociedad, para que resulte perdurable.

La fuerza del cambio existe, ya comienza la confrontación cara a cara. Y decimos crisis. El cambio se sitúa en el punto de convergencia de líneas inconclusas, no pasatistas. La vanguardia del cambio, hoy, no está sólo en la clase trabajadora; está en la vida moral, intelectual, comunitaria, política, cuyos creadores alimentan la llama y que en algunos casos viven en los intersticios de la sociedad tecnológica.

La involución del chavismo agrava nuestras dificultades internas, destruye los medios para hacer las reivindicaciones, provocan la descomposición, disgregan. El desastre en ciernes no amerita un deslizamiento a la derecha ni a cualquier autoritarismo político. Las perspectivas de cambio definen los límites de la contestación. O puede haber un cambio fundamentado en la negación de la realidad. Debe quedarse en manos del chavismo el narcisismo, la autoadmiración y la ignorancia que los caracteriza.

El estado narcisista se caracteriza por quererlo todo de un golpe, y como no obtiene satisfacción recurre a la alucinación del deseo; el todopoderío excluye la acción progresiva, ignora la realidad y se vuelve incompatibilidad, contradicciones bajas; la idea de elección les resulta intolerable. Así se hace un “gobierno contestatario” de sí mismo, excluyendo las soluciones correctas, subordinándose a decadencias, próximas y lejanas. Y cualquier discusión técnica, cualquier reserva acerca de un detalle, incluso de quienes están de su lado, son rechazados y vistos como un acto de hostilidad.

Pero la discusión técnica es nuestro llamado a la realidad, justamente lo que no puede tolerar aquél para quien no existe sino la gratificación súbita, quien no puede soportar ni los insoportables regateos ni las impiadosas acciones de cambio. Todo cuanto contradiga la omnipotencia mágica de las palabras es vivido como la repetición de la herida narcisista original experimentada por el niño cuando descubre su dependencia del ambiente que lo rodea. En el universo de todo o nada, la redención está en la acción. El redentor puede ser el “pobre”, a quien el chavismo necesita en sufrimiento, como víctima a socorrer. De ahí su tendencia a negar y reintegrar al proletario su papel de víctima. 

Ningún cambio puede surgir de la pretensión de encarnar el Bien absoluto contra el Mal absoluto. Ni irracionalidad ni intolerancia. Dejemos que el chavismo nos invente otra película de vaqueros, quizás con un toque de “marxismo zen” o “marxismo pop”; ya cuentan con el stripper y el gordo payasón, entre otros especimenes del circo, que se entienden de maravillas vistiendo ropitas rosadas para las tristezas del poder...

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