No podemos escapar aunque apaguemos la pantalla o nos refugiemos en una cueva. Admitamos que ya el eremita o el santo no son posibles. Desde que el hombre se hizo sedentario comenzó a defender un territorio y desde entonces no puede escapar de las obsesiones. Los desiertos ya no existen como espacio de fuga, entre otras cosas, porque no hay manera de fugarse. Somos, ahora, perfectos engranajes de la gran máquina universal, o mejor, de lo que en otra parte he citado como gran condón universal. Derrida habla de un “fetichismo toxicómano”. Debemos admitir que los hombres tuvieron siempre la tendencia a mirar lo particular en desmedro de la totalidad.
INCALCULABLE |
La filosofía ha procurado romper el esquema maniqueo. María Zambrano habló de la “razón poética”, una que tiene que vérselas con todo lo que ha sido menguado del espacio lógico. Si vemos bien, de ese espacio han sido eliminados infinidad de pensamientos y comportamientos, hasta el punto de imponerse, al menos en nuestro mundo occidental, una estrechez que inevitablemente condujo al abochornamiento actual. La tesis era, pues, reconsiderar a la metáfora y al símbolo como únicos vehículos del pensamiento. Si tomamos en cuenta que la filosofía más actual considera al mundo una trampa y al hombre un ser que la asume como mundo, podemos determinar como los mecanismos perversos de la “dicha” han podido ser injertados como nuevos sentidos.
Las viejas ideologías totalizantes se derrumbaron. Las premisas de un espíritu religioso dominando el siglo XXI resultaron falsas. La triunfante “literatura” de la auto-ayuda procura dar lecciones para el éxito dentro del sistema injertado. Todos, o casi todos, aceptamos que la democracia es el único sistema político aceptable y, a pesar de las perversiones que brotan de su seno, confirmamos que la libertad es la única posibilidad. En el plano político el hombre espera respuestas totales sin darse cuenta que ellas no existen, o son tan simples que no logran verlas. La primera de todas es que el hombre debe renunciar a la sociedad perfecta que las ideologías le ofrecieron y admitir que tal cosa no es posible. La segunda, que el sistema político llamado democracia sólo es perfectible en su continuo ejercicio y riesgo y que, como todo cuerpo, es susceptible de viejas y de nuevas enfermedades. La uniformidad debe ser combatida y ello pasa por la ampliación de la razón hacia eso que los filósofos llaman “lo no calculable” o “lo no condicionado”.
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