viernes, 25 de noviembre de 2011

ROBERTO GIUSTI: EL REGRESO DE LAS CACEROLAS

El sonido inquietante de las cacerolas se hizo sentir, de nuevo, este domingo, en los afinados oídos del comandante presidente. Ese rumor metálico, como de abejas mecánicas, que va horadando el conducto auditivo externo, hasta repicar en el tímpano con resonancia insoportable, solía provocar estallidos de indignación a principios de siglo en aquel entonces bisoño y casi enjuto teniente coronel.

Baste sólo recordar aquel largo, estruendoso y subversivo cacerolazo que le endilgaron los vecinos de Chuao y La Carlota, nada menos que el día de la Fuerza Aérea, mientras él, en uniforme de gala, observaba, con impotente furia y un discurso acallado por el estruendo de las ollas, como aquella clase media levantisca, retrechera y frustrada, le manifestaba su rechazo y desengaño luego de haberle votado, con los ojos cerrados, apenas diez y ocho meses antes.

Quizás ese fue el día en el cual descubrió que la pequeña burguesía, aquella que tanto detestaba Lenin, incluso más que la grande, no sería nunca una aliada sino un obstáculo que era preciso liquidar, tal y como lo propuso el padrecito Vladimir Ilich Ulianov, para quien era “mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que vencer a millones de pequeños propietarios, los cuales, con su labor corruptora, invisible e inaprensible, cotidiana, producen los mismos resultados que necesita la burguesía… ..”

Desde entonces fue disipada cualquier duda, ya no hubo conciliación posible y el proceso de radicalización se decantó por el mensaje de la lucha de clases. Ricos contra pobres, aun cuando dentro de la categoría de ricos se incluyera una gran masa de la población que, en el fondo no lo era y cada día, de acuerdo con sus designios, sería más pobre y dependiente. Sólo que esa reducción por el expediente del empobrecimiento funcionó a medias. La clase media es más pobre, pero sigue igualita en su rechazo.

Lo que sí puede estar cambiando es el talante de las clases populares. En esta sociedad donde reina un apartheid no declarado, Catia siempre fue zona chavista y no por los pistoleros a sueldo que pretenden imponerla a la fuerza, sino por decisión de la mayoría. Por eso el estruendo metálico con que se recibió y despidió al comandante presidente, nada menos que en el corazón de su territorio, a donde acudió a recibir aliento popular, parece anunciar un punto de inflexión, un cambio de actitud y un desengaño parecido al de clase media hace once años, en La Carlota, expresado de manera similar: el olvidado pero insoportable rumor de las cacerolas. Sólo que ahora la respuesta no fue el discurso amenazante sino el silencio y la huida.

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