Un debate sin discusión, directa y controversial, sobre todo cuando intervienen –como ocurrió el pasado lunes 14-- hasta cinco participantes, no pasa de ser una presentación de expositores, un foro, donde cada uno de ellos, al tratar un mismo tema –las preguntas de los jóvenes— plantearon enfoques distintos con respecto a la percepción de problemas singulares.
Debate, en todo caso, más dirigido a formalizar la presentación de los perfiles individuales de quienes en él actuaron, definitivamente orientados a ganar la preferencia (para uno, en dejación de los demás) de los concurrentes al auditorio.
Es decir, sin polémica, sin discriminación temática ni ideológica, más bien desarrollando un ambiente de intensa unidad, de virtual consenso programático. Pero un debate, al fin, que sin serlo, resultó una excelente muestra de civilizada convivencia democrática, en medio de un trance obscuro de nuestra vida política, amenazada de una artificial e inconveniente polaridad de estilos. Polaridad forzada, propuesta y lograda por una de las dos partes, la que precisamente detenta el Poder y controla ilegítimamente los medios de comunicación, tanto por ejercicio directo de su gerencia, como por cuanto al miedo, a la intimidación infundida en sus directores y la autocensura.
Muchos analistas, expertos en efectos psicosociales, han discurrido largamente sobre las respuestas dadas, en el debate, por cada uno de sus participantes y han señalado, en su orden, las virtudes y defectos de cada uno de ellos. Aparentemente, todos resultaron ganadores, aun cuando unos fueron “mas ganadores” que otros, lo que permitió a las famosas “encuestadoras de opinión” la formulación de un listado, diferente por cierto para cada una de las investigadoras, de cómo terminaron “arribando” al público los líderes en debate. Es más, advierten y anticipan, que “éste” fue el primero de una serie de “debates” por venir, como preludio para justificar la actuación final del conglomerado opositor, a sucederse en las primarias del 12 de febrero del año entrante.
Diríamos que no nos desagradó el debate, pero que en cierto modo constituyó una oportunidad perdida, a nuestro juicio, para atender un particular reclamo de nuestra historia, en este momento, para esta coyuntura por lo que se ve venir. Porque si de algo estamos convencidos es de que vivimos un proceso cuyo fracaso debe dar lugar a un nuevo proceso (denominado como un “nuevo comienzo” por el sociólogo chileno Fernando Mires) que sea capaz de romper las ataduras que nos ligan a un anacrónico colonialismo, con limitantes estructuras de poder (presidencialismo monárquico) y a un modelo de organización social y económica cuya insuficiencia ha quedado “suficientemente” demostrada. Un nuevo proceso que defina, por fin, un estado federal autónomo –más allá de los simples esbozos descentralizadores intentados por la cuarta e interrumpidos por la quinta— y la superación definitiva del “rentismo” petrolero y de la propensión populista en el discurso efectista de los propietarios de la opinión. Y que sin prescindir de cualquiera otra igualmente atractiva, una propuesta de calidad revolucionaria como la que anotamos, sería capaz de mover millonarias voluntades, indispensables para consolidar un triunfo inobjetable e inconmovible.
¿Millonarias voluntades? ¿Qué queremos decir? Que si estamos decididos –como lo estamos, por lo visto-- a continuar en la agenda y en el juego de los directores del proceso actual, de evidentemente falsa democracia y de no tan oculta tiranía, tendremos, para armar una estrategia de victoria, que echar mano a valores contundentes, como la abrumadora mayoría de votos, para derrotar, de modo implacable, la trampa muy astutamente concebida por los oficialistas; lo que no sería posible con una débil e ínfima superioridad electoral. Desde el 2004 y desde la contratación del sistema Smartmatic, con capta huellas (ahora con cable submarino hasta Camaguey) por lo menos millón y medio de electores virtuales, han estado y estarán a la disposición de los manipuladores comiciales del régimen, susceptibles de anteponerse ante cualquier “desviación” del “populacho”. Aún así, el 26S los “titulares del REP” se vieron forzados a admitir que la oposición formal (la Unidad, la MUD) conjugara más votos que los que “juntó” la “revolución”. Y que, además, se registraran como no votantes (la abstención) un número todavía mayor de electores, los cuales podían ser de todo…menos chavistas.
Nuestra cuenta nos indica que podríamos sumar DOCE MILLONES de votos, a favor no de un candidato, por su carisma y su cualidad de líder, o por cualquier otra virtud personal, sino por el peso de su propuesta, la cual tiene que ir mucho más allá de las similares, empleadas por grandes conductores populares, en horas gloriosas de nuestro ejercicio republicano y democrático. Una propuesta que no se contenga en la simple oposición al “socialista” gobernante y que ofrezca lo que para muchos “hemos perdido”, en un énfasis afirmativo del pasado. Más allá de liberar a los presos políticos, promover el regreso de los exilados y regresar los bienes confiscados a sus legítimos propietarios. Más allá de restituirle sus derechos a quienes fueron víctimas de atropellos, como en el caso de Radio Caracas Televisión y en el de múltiples señales de radio. Una propuesta novedosa, que conmueva al país. Que obligue a participar a los que se abstienen. Que los obligue moralmente, por cuanto se logre sensibilizar su condición ciudadana y por cuanto pueda demostrárseles que en su responsabilidad, con su voto y en su voto, descansa el futuro de Venezuela. Pero para todo eso, el discurso tiene que ser muy convincente y dejar claro que nadie sería excluido de los beneficios de una sociedad reorganizada, para emprender la marcha hacia el primer mundo y recuperar el tiempo y el espacio perdidos. Que el trabajo político, el quehacer, la preocupación y la ocupación políticas, no son sólo tareas de unos profesionales que, si en verdad han dedicado buena parte de su vida a este ejercicio, no les correspondería la prioridad de un mérito que es de todos los venezolanos, tanto en cuanto constituye, más que un derecho, un deber irrenunciable.
Son necesarios esos DOCE MILLONES de votos, correspondientes a compatriotas que no respaldan la aventura trasnochada del supuesto “marxismo” que nos gobierna, pero que tampoco tienen confianza en quienes lo rechazan, o quienes, simplemente, no se sienten motivados a participar en el acto comicial. Por eso pensamos en acabar el mesianismo de los presidentes “salvadores” de las repúblicas y de los partidos mágicos que asumen el control de sus gobiernos. En acabar, también, con el mito de que Caracas es Venezuela y que el interior es “monte y culebra”; en esa distinción de venezolanos de primera y de segunda; en que sin destruir la unión confederada de los estados, los llaneros deben gobernar en el llano, los orientales en su territorio, los zulianos en el Zulia, los andinos en su orden montañoso, los de Guayana en su opulenta geografía, sin depender de las limosnas de la Capital, administrando sus propios recursos, compitiendo por ser cada quien más eficiente; concibiendo un parlamento de representantes populares de las regiones, que dirija los destinos del país, incluyendo la designación de un Jefe de Gobierno, que no ordene, sino que responda al mandato del soberano y que someta sus actos a la decisión previa y posterior de los diputados y senadores del pueblo; de un tesoro público que no sea inescrupulosamente manipulado por unos cuantos “vivos”, sino que sea rigurosamente administrado a favor de quienes lo nutren, en igualdad de oportunidades y condiciones; en fin, un claro llamado a la organización de una nueva República, con un Estado Federal Autónomo, resumen de un cónclave de regiones independientes.
grooscors81@gmail.com.-
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