En un evidente exceso autocrítico, muy confundidos, nos habíamos dicho que por ahora no nos convenía continuar exponiendo nuestras ideas acerca de la insuficiencia de la estrategia de la MUD –la oposición oficial-- para salvar a Venezuela de su caída hacia el precipicio al cual la ha enrumbado el pernicioso socialismo del actual régimen. No deberíamos continuar diciendo, por ejemplo, que “las primarias son secundarias” y que habría que ir, más allá de los Partidos Políticos, para encontrar, en y con la sociedad civil venezolana, la “unidad perfecta”, mucho más ambiciosa que la unidad posible, la cual, con mucho esfuerzo, alcanzaron …¡al fin, en la MUD!.... los operadores tradicionales de la democracia criolla. Desde luego, no deberíamos hablar de “la otra oposición” ni mucho menos de “la segunda mesa” de la unidad. Nos habían reclamado el lenguaje, aparentemente destructivo, de un ideal consensuado, como cuando en los severos ejercicios del razonamiento dialéctico lo que se postula por negación, termina por ser afirmado. Nos habían dicho, con acritud, que nuestras ideas “espantaban” a los indecisos, naturalmente antichavistas, quienes ahora sí se sentirían dispuestos a votar por el candidato escogido en primarias, para vencer a Chávez y salvar a Venezuela.
Pero observamos que pasan los días y no aparecen los signos de un cambio hacia una nueva estrategia, capaz no sólo de vencer al “enfermo”, tarea en la cual podría ayudarnos la Providencia, sino de apuntar hacia la instauración de una empresa salvadora del destino inmediato de Venezuela. No puede ser que no seamos capaces de entender que las circunstancias, ya metidos en el Siglo XXI, nos obligan a concebir una propuesta que no se limite a “salir de Chávez”, a sustituir un caudillo por otro y hacer caso omiso si no a los fracasos, a las insuficiencias programáticas que sufrieron todos los demás gobiernos anteriores, cuando se analiza la magnitud material y humana del fenómeno Venezuela, como unidad histórica, llamado desde hace tiempo a convertirse en uno de los primeros países de la América Latina, mucho más allá de México, Brasil, Chile y la Argentina.
Hay seis millones de venezolanos –los de la abstención-- que no votan, porque, de alguna manera, protestan el discurso político, de unos y de otros; el discurso “socialista” del líder bolivariano gobernante, así como el discurso “social demócrata” de los aspirantes de la oposición formal. ¿Por qué tienen que sentirse motivados por unos “challengers” que apenas sí prometen que serán distintos a quien esperan suceder en la primera magistratura? ¿No nos damos cuenta de que no avanzamos en la lucha contra la pobreza y que cada vez hay más desempleo, hambre y miseria en nuestro entorno humano; que crecen los índices de insalubridad pública; que la educación de nuestra gente es cada vez más precaria; que nuestra economía se desploma, con un fisco endeudado y unas otrora grandes empresas al borde de la quiebra? ¿Qué toda la infraestructura pública del país se hunde? ¿Que no producimos ni siquiera para alimentarnos y que cada vez más dependemos del petróleo –el “excremento del diablo”, como lo llamó Pérez Alfonso— para subsistir? ¿Que ya nadie habla de la petroquímica y de los miles de miles de productos en los cuales pueden transformarse nuestros hidrocarburos? ¿No nos damos cuenta de nada de esto y que al respecto no proponemos nada que active nuestra imaginación e ilumine nuestra esperanza? Se acaba Guayana. Ya no hay mineral en el cuadrilátero ferroso del Imataca; ya nos olvidamos de producir acero y sus interesantes aplicaciones industriales, en transformación primaria. Sidor se nos fue de las manos. Nos olvidamos que Venezuela era --.¡era!-- uno de los principales países del mundo en la producción de aluminio, con la bauxita en óptima calidad y suficiente cantidad, ubicada en el mismo cónclave geográfico donde el agua sobraba para su conversión en poderosa fuente de energía. ¿Es este recuento de perversos descuidos lo que vamos a dilucidar en las primarias o vamos a resolver en las elecciones de octubre? ¿Qué puede importarnos Chávez, vivo o muerto, enfermo o sano, cuando no somos capaces de comprender qué es lo que la historia nos impone y cuál es el mensaje verdaderamente “revolucionario” que esperan oír esos otros seis millones de venezolanos, quienes conjuntamente con nosotros conforman “la otra oposición”?
Más que los nombres de los líderes, lo que debería conjugar, unir, concertar y concentrar a los venezolanos en una superestructura política, en otra MUD, más amplia y sin excluir a la otra, tendría que ser un programa, un plan de acción a corto, mediano o largo plazo, acordado por las mentes más lúcidas del país, sin apego dogmático a ningún manifiesto ideológico. Una gran propuesta plausible, de comprobada factibilidad, que apunte hacia la superación de nuestra sociedad, sin sacrificio de ninguno de los valores esenciales de la democracia. Sobre todo el valor de la libertad, pero muy especialmente el referido a la igualdad, en cuanto cada uno de los casi treinta millones de venezolanos tiene potencialmente algo o mucho que aportar a una nueva nación, conformada como una potencia confederada, autonómica, gobernada por todos y no por una secta o un hombre o un partido, sino por instituciones legítimamente representativas del sentir nacional.
grooscors81@gmail.com.-
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