Las reveladoras declaraciones del Dr. Salvador Navarrete Aulestia, ex médico presidencial, en entrevista publicada por el semanario mexicano Milenio Semanal; así como el rechazo automático de las mismas, en conferencia de prensa, por un grupo de médicos del Hospital Militar Carlos Arvelo, me hacen especular sobre la relación medico-paciente.
Recuerdo una caricatura setentona de Quino que muestra en una playa a un individuo en un lugar tan elevado como el del salvavidas; al verlo una persona le pregunta a otra si se trata del salvavidas; la respuesta, inmediata y fulminante, se reduce a dos palabras: es médico.
Esa frialdad es una de las características de la profesión. Por ello el trato con los médicos, además de imponer respeto, da miedo. No sólo por el pedestal en que se encumbran sino además por la forma en que se dirigen a los pacientes. Rara vez lo hacen de una manera amistosa; por lo general hay un tonillo despótico y una indiferencia glacial. Ese distanciamiento de los galenos está, además, sellado desde sus inicios profesionales por el Juramento Hipocrático.
Ahora bien, el Juramento Hipocrático original dista mucho de los principios éticos y morales de la actualidad.
Para empezar, el hecho de que un médico jure por unos dioses de hace milenios (Apolo, Esculapio, Higea y Panacea) en los que ya nadie cree no es algo que inspire precisamente mucha confianza.
Luego, decir: "No operaré a nadie por cálculos". Es difícil comprender la razón de este compromiso sin saber que antes la cirugía era considerada un campo diferente de la medicina en la que además estaba muy mal visto el intervencionismo. Los que operaban no eran médicos, sino barberos, pues se suponía que ellos tenían más conocimientos para la realización de determinadas "tareas manuales" tales como las cirugías de cálculos renales y biliares. Poco sentido tiene en la actualidad este juramento en un médico que va a convertirse en cirujano, porque casi con toda seguridad quebrantará su juramento hipocrático sin haber realizado ningún acto despreciable.
Finalmente, todo galeno promete que “Guardaré silencio sobre todo aquello que en mi profesión, o fuera de ella, oiga o vea en la vida de los hombres que no deba ser público, manteniendo estas cosas de manera que no se pueda hablar de ellas”. En consecuencia, este nos llevaría a concluir que estamos ante un caso de flagrante quebrantamiento del deber hipocrático por las declaraciones del cirujano ex-Revolucionario. Aunque no es así.
En verdad, el caso del que somos testigos es el SPO: Síndrome de Paciente Odioso. Por cierto, el paciente odioso es aquel que provoca sentimientos de asco, aversión o miedo en el médico tratante. En pocas palabras, el paciente odioso produce importantes alteraciones en la relación médico-enfermo, agriando el carácter de los galenos y haciéndolos adoptar actitudes diagnósticas y terapéuticas anormales y heterodoxas, lo que aumenta las posibilidades de que cometan un error.
Parece que el médico confidente erró al olvidar que, “hay que amar lo que es digno de ser amado y odiar lo que es odioso, mas hace falta buen criterio para distinguir entre lo uno y lo otro”.
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