miércoles, 9 de noviembre de 2011

ANÍBAL ROMERO: EL FRACASO MILITAR

Estos pasados trece años de gobierno militar, directo e indirecto, constituyen un grave fracaso para la institución castrense venezolana, fracaso que tendrá hondas repercusiones sobre su devenir.
A pesar de la condena ética que experimentó luego de su caída, el gobierno de Marcos Pérez Jiménez dejó una huella significativa en la autoimagen de la Fuerza Armada (y no solamente allí). De acuerdo con esta percepción, dicho gobierno militar demostró las destrezas tecnocráticas de la institución castrense y su aptitud para el manejo del Estado. Durante los tiempos de la República Civil (1958-1998), esa autoimagen de competencia tecnocrática sobrevivió en la proyección de institutos como el IAEDEN, y en el prestigio atribuido a algunas figuras militares que estuvieron al frente de Ministerios y otras corporaciones públicas.
El actual régimen militar ha echado por el suelo la imagen de capacidad tecnocrática que la FAN quiso labrarse. No pretendo negar que en el mundo militar existieron y quizás existen aún personas profesionalmente solventes, pero no hablo acá de individuos sino de la institución como tal. El gobierno militar que nos rige ha sido destructivo y corrupto. Así lo evidencia el deterioro de Venezuela en todos los órdenes.
Los militares, en segundo lugar, se presentaban como los más patriotas; sin embargo, hoy izan la bandera cubana en sus cuarteles y permiten que su Comandante en Jefe subordine los intereses del país al despotismo castrista.  Decían también nuestros militares ser los más “bolivarianos”, pero ahora muchos de ellos enarbolan el socialismo como referencia principal en su esquema de principios.
No contentos con todo esto, los militares venezolanos de hoy han cambiado su historia. Del orgullo de haber derrotado la guerrilla comunista alentada y apoyada por Fidel Castro y rechazada en Machurucuto, en las montañas del Bachiller y de los Humocaros, esa otrora altiva institución castrense ha pasado en estos tiempos sombríos a reivindicar al Ché Guevara. Pierden así de vista que una institución que cambia su historia no sólo desfigura el pasado, sino que pervierte su presente e hipoteca su futuro.
Digo esto con pesar, pero lo digo firmemente convencido de su verdad. Durante años ejercí la docencia en diversos institutos de educación superior de la FAN. La autoimagen tecnocrática, el patriotismo, el bolvarianismo y el apego a sus logros constitucionales eran valores cultivados con honra. Jamás imaginé que serían tan degradados y en tan corto tiempo.
En una Venezuela distinta, que empieza a vislumbrarse tenuemente en medio de las tinieblas, será imperativo debatir a fondo y con seriedad y honestidad la situación y perspectivas de la institución armada en el seno de una sociedad de ciudadanos libres. Venezuela no debe continuar sometida al arbitrio político de los militares, y éstos deben abandonar por completo las ambiciones de poder político para convertirse en los defensores de un orden democrático regido por las leyes.
En ese camino de reformas a la institución castrense, será necesario que los militares venezolanos realicen un examen de conciencia, y entiendan, para empezar, que lamentablemente se ha agrietado el respeto que alguna vez sintieron los sectores civiles ilustrados del país hacia los militares. El primer paso que debe darse consiste en recuperar ese respeto, no con base al miedo al zarpazo militar, sino con base a la autocrítica y al genuino reconocimiento mutuo entre civiles y militares, en función de reconstruir a Venezuela y sacarla del pantano en que está hundida.
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