Últimamente las encuestas y las empresas que las hacen han sido muy cuestionadas, y con sobrada razón.
El manejo de ellas se ha convertido en un bochinche preocupante. Y, ¿por qué digo que preocupantes? Porque la mayoría son utilizadas para manipular al electorado con fines netamente propagandísticos y favorecer a quienes las pagan.
El término que estoy acuñando de “encuesteros” se puede asimilar, por antonomasia, a los adjetivos muy usados en nuestro país de “embusteros”, “cuenteros”, “mueleros”, etc.
Entregan resultados que suenan como música celestial para sus clientes. Mucho se ha escrito sobre el tema, sobre todo en tiempos de campañas electorales.
Se han transformado en un instrumento puramente comercial. Casi, casi, un bien transable al mejor postor en el mercado. Claro, hago la salvedad de que no son todas pero sí una buena parte de ellas. Todavía quedan honrosas excepciones que pueden ser claramente identificables: aquellas que no se hacen del dominio público, sino para consumo interno de los interesados.
Podríamos decir que son “sondeos de opinión” prêt-àporter, elaborados con una intencionalidad bien establecida y no, como debe ser, para auscultar el sentir de un colectivo en un momento determinado.
Hay una falta evidente de ética profesional que los convierte, de hecho, en encuestadores “exprés”. O sea, como los matones que usan el slogan de “Revolver a la orden” para ofrecer sus deleznables servicios.
Como es mi costumbre, no voy a dar nombres, pero si voy a hacer un sucinto recuento de las cuatro tipologías más comunes en nuestro medio. Cualquier parecido con algunas personas o compañías en particular es pura coincidencia.
O, mejor aún, usted amigo lector, saque sus propias conclusiones para que no se deje engañar por estos embaucadores de oficio con piel de oveja, ceñidos con un lenguaje “técnico” muy bien articulado, como si fueran sabios pontificando sobre lo que piensa y desea la gente, así de simple.
Veamos a quiénes me refiero (los que no entren en estas categorías, por favor no se den por aludidos): Algunos “encuesteros” hacen la misma encuesta -como sucedió cuando Manuel Rosales fue candidato- para el Gobierno y para la oposición, con diferentes resultados, dependiendo de a quién se la entregaran. Algo así como lograr la cuadratura del círculo, pues. Estos, por razones obvias, juegan a muy bajo perfil y dan muy pocas declaraciones públicas.
Otros hacen de la ambigüedad un arte supremo. Presentan a Chávez con alta popularidad, pero a la hora de la intención del voto, el hombre baja considerablemente. O sea, puede perder. ¡Ojo!: igualmente puede ganar, no hay que llevarse a engaños para luego acotar que si la oposición hace lo que debe hacer, podría voltear la tortilla. ¡Cielos, qué claridad! Estos personajes disfrutan cuando son invitados por los medios de comunicación y se atreven a darle consejos a Chávez para recuperar la popularidad perdida. Como es de suponer, hacen lo propio con la oposición. En conclusión ¡sí pero no! En otro género, encajan los que practican agresivas campañas para que los contraten.
Chantajean con malos resultados a quienes no lo hacen. Los ponen con cifras muy bajas, a ver si la pegan. También tienen amplia exposición mediática para lograr sus fines.
Y, last but no least, los declarados abiertamente con el oficialismo, que alguna vez detentaron cargos públicos importantes. Para estos, Chávez arrasa. ¿Quiénes son los peores?
Por: FREDDY LEPAGE
@freddyjlepage
Política | Opinión
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