domingo, 2 de octubre de 2011

CHILE LIBERAL: 5 DE OCTUBRE DE 1988, EL TRIUNFO DE LA SENSATEZ UNITARIA EN EL PLEBISCITO CONTRA PINOCHET

UNA BURDA ESTRATEGIA PARA AFERRARSE AL PODER TERMINÓ POR HUNDIR A LA JUNTA MILITAR
Desde esta tribuna hemos argumentado que es legítimo que civiles organicen una milicia con el fin de derrocar a un tirano. No obstante, desde una perspectiva consecuencialista cabe preguntarse, ¿vale la pena proceder así?

El 5 de octubre de 1988 Pinochet intentó mañosamente perpetuarse en el poder dándose un aire de legitimidad electoral a través de una argucia política conocida como "Plebiscito de 1988". Luego de pulverizar la casa de gobierno en 1973 y de usurpar la presidencia del país, a poco andar ocurrió algo predecible: la Junta Militar se engolosinó con el poder y se asignó a sí misma la tarea mesiánica de refundar el país instaurando un sistema ultrapresidencial con visos teocráticos y de raigambre conservadora, aunque bajo un barniz democrático. La idea era mostrarse ante la comunidad de naciones civilizadas como un gobierno más que sólo hizo el trabajo sucio e inevitable, pero que era una válida alternativa de gobierno. Para lograrlo, se sometería a un plebiscito, el cual manipularía a su amaño para ganarlo.

En todas estas maquinaciones, desde el inaceptable enquistamiento en el poder pasando por el fraude de su Constitución y luego la campaña por el Sí, la derecha fue su cómplice. En vez de exigir el inmediato retorno a la democracia, eligió irse a la cama con el dictador y calló ante las tropelías, facilitando que Pinochet se volviese loco proclamándose él mismo Presidente de Chile, llegando incluso a inventarse el cargo de Capitán General. La primera movida fue la Constitución de 1980, la segunda fase de su maquiavélico esquema era plebiscitar el gobierno y, con artimañas varias, continuar gobernando el país hasta completar, si es que hubiese triunfado el Sí, un cuarto de siglo en el poder, hecho sin precedentes en nuestra historia.

HOMENAJE A LA CONCERTACIÓN

La verdad es que al mirar por el espejo retrovisor uno siente deseos de ponerse de pie y aplaudir a la Concertación. Después de años de atropellos del régimen militar, descuartizando, ejecutando por la espalda, exiliando, relegando, exonerando, deteniendo arbitrariamente, sometiendo a civiles a la justicia militar, torturando, censurando, mintiendo e intimidando, es entendible que el Partido Comunista haya llamado a la insurrección armada para derrocar la dictadura. Pero fue la civilidad la que se impuso, y el método elegante y racional llamado "Acuerdo Nacional", con la oposición del comunismo, fue lo que posibilitó al final seguirle el juego a Pinochet y esperar pacientemente hasta torcerle el brazo. Varios en la derecha moderada también entendieron que este acuerdo era la forma de hacer prevalecer la democracia, sea cual sea el resultado.

Hoy, la señorita Camila Vallejo y el resto de los estudiantes sólo tienen palabras de desprecio contra la Concertación, como incluso lo hizo el joven Francisco Figueroa cuando en CNN Chile recrimina a Sergio Bitar acusándolo de "vender al estudiantado a la banca". Bitar ofuscado y dolido lo llama "pendejo", "yo trabajé en el gobierno de Allende, estuve preso, fui exiliado". Claro, es que estos jóvenes comunistas de hoy ignoran que si fuese por el Partido al cual pertenecen, hoy no estaríamos en democracia, o al menos con la posibilidad real de conformar una, sino que nos habríamos despedazado en una guerra de guerrillas. Lo que la Concertación logró fue una cuestión ejemplar: sin odio, sin violencia, devolver al país a lo que ha sido su tradición: gobierno civil elegido por sufragio, con respeto a las libertades civiles e individuales.

El Acuerdo Nacional, y en particular la Concertación, representó lo mejor de Chile. Hoy parece increíble que se haya logrado, pero fue posible. También muchos en el propio gobierno militar ya tuvieron bastante como para entender que Pinochet era un enfermo. No fue sino años después en que el general Matthei, miembro de la Junta Militar (padre de la actual ministra del trabajo) contó lo que realmente ocurrió en aquellos cruciales momentos cuando la dictadura conoció los cómputos: Pinochet decreta que todos los poderes recaen en él y desconocería los resultados, decretaría estado de sitio y las tropas saldrían a las calles. El plebiscito era una estrategia que no podía fallar, y si fracasaba, entonces un autogolpe salvaría la situación.

UN ABORTADO AUTOGOLPE, UNA TENSA NOCHE DEL 5 DE OCTUBRE, Y UN PAÍS DIVIDIDO

El resto de los comandantes en jefe se enfureció, el jefe del Estado Mayor sufrió un infarto. El país aguardaba temeroso los resultados que no llegaban y se  temía lo que decía el chiste: "Si gana el Sí, sí me quedo; si gana el No, no me voy". Sólo se evitó el autogolpe porque al final, por inverosímil que parezca, en el seno de la propia dictadura le dijeron a Pinochet que ya está bueno ya, que el pueblo dijo que NO, que las fuerzas armadas gobernando no era normal y que llegó la hora de irse a casa. El mundo miraba preocupado a ese pequeño país que estaba a punto de lograr lo increíble: transitar pacíficamente, no como bestia, de una dictadura a un gobierno normal. Las siguientes palabras de Matthei son elocuentes:

"El Presidente les contestó que "si algo andaba mal" sacaría las tropas a la calle, daría órdenes de establecer una cadena nacional y solicitaría el estado de sitio (...) Sus disposiciones para ese día consultaban rodear la ciudad con blindados y vigilar las embajadas a fin de evitar que los comunistas se refugiaran en ellas".

"La Fach estaba conectada con la sala de cómputos que habíamos visitado en La Moneda (...) Pero a eso de las siete de la tarde se desconectó el terminal y nos quedamos sin información oficial".

"Merino y yo le hicimos ver (a Pinochet) que era necesario ser realistas, que habíamos perdido (...) En seguida expresó que estaba dispuesto a sacar las tropas y "barrer con los comunistas" si fuese necesario".

"Yo contesté inmediatamente a su comentarios: "A mis generales no los puede echar. Si quiere, écheme a mí". "Usted sabe que no puedo", me dijo. "Entonces a mis generales tampoco", le dije. "¿No cuento entonces con la Fach?", insistió, y le respondí: "Cuenta con ella, Presidente, siempre y cuando mantenga la sensatez. No estamos dispuestos a salir a la calle (...) Entonces —reclamó Pinochet— quiere decir que, como siempre, tendré que hacer las cosas solo, con el Ejército".

"Estábamos por terminar cuando Pinochet nos dice: "Bueno señores, ahora firmemos el acta". Nos miramos y le preguntamos de qué acta nos estaba hablando. "Del acta de la reunión", contestó (...) Cuando llegó a mis manos, vi que en virtud de ese documento le entregábamos todas nuestras atribuciones al general Pinochet, quien podría actuar sin consultar a las instituciones (...) Lo pesqué y lo hice pedazos".

La supuesta "campaña electoral" del plebiscito fue una pantomima. El gobierno gastó cuantiosos recursos en la campaña del ministerio del Interior "Sí, somos millones" —más de algún amable lector de Chile Liberal se acordará porque todos contestaban "Pero no huevones!!"—, en que la TV nos mostraba las maravillas del gobierno y luego invitaba a votar Sí. Al NO le dieron sólo 5 minutos en la franja política, y que con varios capítulos censurados y algunos arrestos, fue épica y llamó a no dejarse engatusar por la campaña del terror, en que las fuerzas de Pinochet insistían en que si ganaba el NO el país se desangraría en una guerra civil. Cabe destacar que uno de los prominentes partidarios del NO y uno de sus financistas era un conocido simpatizante de la Democracia Cristiana, un señor que ya veía en aquellos años la posibilidad de aspirar a la presidencia pero sólo podría lograrlo si Pinochet, obviamente, perdía el plebiscito. El nombre de este sujeto es uno que suena bastante por estos días: Sebastián Piñera.
Luego de los tensos momentos esa noche, en la madrugada siguiente se entregó el cómputo final que mostraba que el país claramente rechazaba esa forma autocrática de gobernar y que volvía a lo que siempre había sido, una nación democrática. No estalló ni la guerra civil ni empezamos a comer chancho chino, sino todo lo contrario.

Una de las víctimas del Plebiscito fue el liberalismo. Confrontados ante la decisión de continuar con una dictadura u optar por la democracia, uno pensaría que no hay en realidad mucho que pensar. Desgraciadamente, el liberalismo chileno siempre vivió una contradicción vital. Unión Liberal Republicana y elementos moderados del Partido Nacional conformaron una plataforma moderada de Oposición a Pinochet, no obstante muchos otros prefirieron apoyar la tiranía. No obstante, el liberalismo en masa se inclinó hacia el NO. Como consigna Wikipedia, uno de los dirigentes liberales de la época encara a los "liberales por el Sí":
O ignoran los fundamentos ideológicos del liberalismo, lo que conllevaría a una irresponsabilidad tremenda o pretenden aprovechar el enorme apoyo del gobierno (militar) a los que le dan el Sí.

RENOVARSE O MORIR

Todo lo anterior ya debe quedar en los libros de historia. Una generación entera ha nacido en democracia y desconoce por completo lo que a algunos nos marcó a fuego en nuestra niñez o juventud, no tanto quizás por lo que realmente ocurrió, sino al ver cómo nuestras propias familias y grupos de amigos se dividían y afloraban los rencores y las descalificaciones. No puede ser que por quien gobierne el país toda una nación intercambie epítetos, y hemos fallado en darnos cuenta que la nueva generación ya se instaló, ya son adultos, tienen derecho a votar, quieren vivir en el país que queríamos, pero seguimos arrastrando las divisiones de antaño.
En Chile en estos momentos miles de jóvenes exigen un cambio, nos piden que demos vuelta la página. El país ahora necesita urgentemente que la Concertación termine de actuar como chiquilla malcriada y que haga una Oposición decente. El ex coordinador del NO ahora es presidente —a todo esto, gobierna con los que votaron por el Sí— y no logra contener los reclamos que vocifera la ciudadanía que después de 20 años del "pacto de la transición" —en que aguantamos todas las cortapisas y amarres que puso la dictadura desde la noche del plebiscito hasta que abandonó el poder en 1990—, y es hora de mostrar que la civilidad prevalecerá. Demostremos que somos un país en que, como dijo un angustiado Piñera el 21 de mayo pasado, "los violentistas nunca tendrán la última palabra".

Es hora de reinventar la Concertación y para eso no traigan de vuelta a Bachelet, por favor, sean sensatos y renuévense. Nacieron para hacer transitar al país de la dictadura a la democracia. Lo logramos. Ahora definan para qué existen, cuál es su mission statement, y dejen que la nueva camada de líderes tome las riendas.

chileliberal@gmail.com

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