CAPITALISMO ¿POPULAR?
María Corina Machado ha lanzado un desafío audaz al promover el capitalismo popular como elemento definitorio de su visión de país. ¿Cómo se atreve en un país en el que más o el que menos, puja su lombriz socialista? ¿Será rentable electoralmente hablar de estos temas tenidos como ásperos? ¿Es ésta una propuesta electoral pasajera o tiene sustancia? ¿Cómo se atreve cuando algunos de sus competidores de elevada alcurnia sienten que es genial proclamarse de izquierda?
CAPITALISMOS.
Desde 1930 hasta la década de los años 70 u 80, según los casos, en América Latina se impuso el modelo de sustitución de importaciones, el proteccionismo a la industria nacional, los subsidios generalizados y la centralidad del Estado para financiar a empresarios y trabajadores. El Estado creció para promover empresas y empleo público. El clientelismo fue el resultado político, junto a partidos poderosos (PRI en México, APRA en Perú, Justicialismo en Argentina, AD y en menor grado Copei en Venezuela, así como otros en la región) Esta política llevó al endeudamiento, elevada inflación y la consiguiente crisis. El cambio se hizo inevitable.
Con el retorno a la democracia, entre 1979 y los tempranos años 90, avanzaron las reformas económicas. Las soluciones vinieron en un escenario ideológico dominado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en el ambiente de derrumbe del socialismo soviético. Fue el momento del famoso Consenso de Washington sistematizado -aunque no promovido- por John Williamson. El núcleo era la disminución del papel del Estado y, como contrapartida, el incremento del rol del mercado y del emprendimiento privado. Fueron las políticas llamadas neoliberales, aplicadas con mayor o menor rigor en toda América Latina. La receta logró hacer manejables los problemas económicos y financieros esenciales -la deuda externa y la inflación- pero sus efectos sociales fueron contradictorios y en casos negativos: incremento del desempleo, la pobreza y la desigualdad a corto plazo; al final con resultados más bien desventajosos en términos de equidad social.
LA REACCIÓN.
La aplicación de las políticas neoliberales dio origen a manifestaciones de descontento social en Latinoamérica. Por cierto, debe decirse que en Venezuela la aplicación de esas políticas en el gobierno de Carlos Andrés Pérez fue moderada y con contradicciones; mientras que el segundo gobierno de Rafael Caldera fue mucho más neoliberal que el de CAP II. También es bueno aclarar que El Caracazo no fue el resultado de las políticas del Gobierno que se inauguró en 1989, pues sólo tenía 25 días de establecido; la rebelión popular obedeció a causas más profundas.
En general, en América Latina la democracia de los 80 hizo que salieran de las catacumbas partidos y políticos de izquierda y de centro-izquierda, que habían sido los más perseguidos durante los períodos dictatoriales. En tanto, los partidos más tradicionales, administradores del statu-quo, aparecieron como los autores del giro neoliberal y fueron acusados de "traición" por buena parte de sus electorados. La mesa estaba servida para que la protesta se canalizara hacia la izquierda. Así ocurrió. Junto al nuevo siglo despuntó "la marea rosada" de la cual Hugo Chávez fue pionero, sin contar con el espectro que entonces ya era viejo -y todavía zanganea por América Latina-, Fidel Castro.
La ola rosada tuvo disímiles manifestaciones: la de Chávez, que es diferente a la de Daniel Ortega, que a su vez es diferente a la de Evo Morales; por supuesto también distintas a las de Lula, Kirchner, Tabaré Vásquez o Bachelet. Todos unidos por una actitud autónoma frente a EEUU y en defensa de la independencia de sus decisiones políticas; pero, con la excepción de Chávez y en menor medida de Ortega, con diseños de políticas sorprendentemente ¡capitalistas! El modelo por antonomasia es Brasil.
NEOLIBERALISMO DE IZQUIERDA.
En la práctica ha surgido un modelo que quien escribe estas líneas y en investigación que desarrolla ha denominado neoliberalismo de izquierda. Este nuevo modelo implica continuar con las políticas de mercado sin detrimento del rol del Estado y, al mismo tiempo, con un acento más profundo en las políticas sociales. En este sentido han sido -o son- neoliberales de izquierda Lula y Uribe, Rouseff y Santos, Mujica y Piñera, Calderón y Lugo, Alan García y al parecer ¡Ollanta Humala! No importa tanto cómo se vean a sí mismos sino cómo lo hacen. A ninguno se le ocurre tomarse en serio el socialismo más que como sinónimo de interés en temas de los sectores más pobres y necesitados de sus países. De esta visión resultaría un capitalismo social o solidario, como se le ha denominado.
Lo cierto es que el socialismo, la socialdemocracia, el socialcristianismo en América Latina significan una combinación de democracia en lo político, capitalismo con acento social y un rol relevante para el Estado en políticas sociales. Por tanto, salvo los intentos ya exangües de Castro e inútiles de Chávez, el socialismo ha devenido capitalismo melancólico y con hoja de parra en unos casos, o capitalismo con acento social, en otros.
En el caso del experimento chavista, el intento socialista no es más que un estatismo feroz, sin organización ni participación de los trabajadores; al final capitalismo salvaje -tipo mafioso- con resonancias rusas. Socialismo "a la Marx" no existe y el intento de la revolución cubana degeneró en la ruina conocida que cuando no mendigó a los soviéticos, encontró ese regalito de los dioses que dio Chávez con la entrega de Venezuela.
SÍ, POPULAR.
El neoliberalismo de izquierda tiene limitaciones serias aun con su fuerte y exitoso acento social, como es el caso paradigmático de Brasil. La primera limitación cuyo destino no se puede saber todavía es que reposa muy fuertemente en las exportaciones de productos agropecuarios, minería, materias primas en general, muy sometidos a los vaivenes de la economía de los países industrializados; situación que posiblemente sea un destino por mucho tiempo en la era de la globalización. La segunda limitación es la del papel predominante del Estado como redistribuidor de ingresos a través de programas sociales (p.e. Bolsa Familia, en Brasil; Oportunidades, en México), antes que promotor del poder productivo y productor de los ciudadanos. Es en este hiato que puede estar el sentido y destino del capitalismo, entonces convertido en popular.
Machado tal vez esté tocando la tecla de un planteamiento que va más allá del neoliberalismo de izquierda de la reciente ola rosada, fuertemente estatista, para abrir las compuertas de un debate sobre un orden social que coloca en los ciudadanos organizados el factor esencial del desarrollo espiritual, económico y social.
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