“Del lado opositor el principal peligro es pensar que los mangos están bajitos”
El poschavismo
En Venezuela comenzó la transición en la medida en que el gobierno de Chávez se deshace y nuevas fuerzas se preparan para el reemplazo. El régimen perdió el centro de gravedad, se saltó la órbita y ahora anda desbarrancado. Llegó a este precipicio porque no puede responder a las demandas que se planteó a sí mismo: no hay cama ni real para tanta gente y la pendiente del deterioro se ha dejado colar por los intersticios de la vida cotidiana de todos, ricos y pobres, chavistas y antichavistas. La metáfora del país son trenes que chocan, aviones que sueltan los motores mientras vuelan, calles disfrazadas de huecos y huecos disfrazados de calles, eso sí, con la gasolina más barata del planeta. A esta ceremonia de la decadencia se une la enfermedad presidencial que tiene un impacto todavía no bien calculado, dadas las fanfarrias que rodean al interfecto para hacerlo aparecer como apenas acatarrado.
El caso es que por este tiempo, Chávez no está en las funciones de mando y gobierno en las que solía estar y exhibirse. El caudillaje lo ejercía a tiempo completo. Entre un café, una orden y un regaño transcurría su comando; eso no existe ya y no parece que existirá en el futuro previsible. El hombre está -como es natural- dedicado a su enfermedad y los saltos episódicos, con la sonrisa retrechera y alguna que otra confiscación, son cada vez más teatro. Chávez ha comenzado a hacer una representación teatral del personaje “Chávez” ya que el original anda aporreado por sus graves dolencias. En este lugar de la palabra no se sabe cuan grave está; lo único cierto es que no está más que para simularse. Aparece dos días para esfumarse seis; hace ejercicios para mostrar que se mueve, habla para mostrar que hilvana ideas, pero en el fondo lo que hace es reforzar la incredulidad porque todo intento de demostrar que se está vivo es porque se tiene la impresión de que la escabechina ronda “en Palacio”.
Sea lo que sea el líder de hoy es un vestigio obstinado de una voluntad de poder avasallante tan poderosa que, a no dudar, atenúa temporalmente la depresión y los abismos de la angustia. Puede bailar y saltar pero no está en capacidad de armar el rompecabezas que su desmadejamiento provoca. Chávez ya no es el presidente que fue y muy probablemente no lo volverá a ser.
¡AY, CARMELA!
No se ignora que hay vecinos de esta provincia que saben que el hombre es tan embustero que no creen en el tema de la enfermedad. Se muestran temerosos de que un día diga que debido a que Fidel en persona, como Alejandro Próspero Reverend con diferente suerte, encontró una cura para el cáncer, entonces reencauchado emprenda la presidencia por los próximos doce años; también hay quienes del lado escarlata confían en que siendo Chávez tan simulador un día les dirá: “era para ver si me querían de verdad”. Sin embargo, con la temeridad que significa creerle, hay que trabajar con la hipótesis de que el hombre padece una afección severa y si se confía en lo que afirman quienes le rodean, la cuestión no le permitirá volver a ser el presidente que fue.
El dilema del chavismo hoy es si el caudillo estará o no en condiciones de ser candidato. No lo sabe nadie, aunque trabajar como si lo fuera es lo que mantiene unido lo descosido y la vinagreta mezclada; si se anunciara su inhabilitación el electroshock sería fulminante y el desánimo absoluto.
Esta situación acentúa los tonos agudos de la transición. Si los del lado del gobierno se vuelven agalludos y creen que sin Chávez van a hacer caída y mesa limpia, están equivocados; si lo intentan, habrá guerra. Si desde el lado contrario se piensa que se puede prescindir de los chavistas barriendo las calles, sería un costosísimo error y el desenlace, violento. La realidad es que sin la presencia activa del hombre enfermo el país está forzado a negociar una salida.
En el lado oficial hay varios próceres anotados para la sucesión o para ser los asistentes inmediatos del personaje inhabilitado por el morbo. Diosdado Cabello, Nicolás Maduro y José Vicente Rangel simbolizan tres opciones como legatarios del período de decadencia bolivariana. El primero argumenta que no ha desertado cuando otros lo hicieron y no deja de traquetear el arma de reglamento para recordar su respaldo en los cuarteles, tampoco se muestra dispuesto a que su suerte se decida en La Habana. El triángulo civil, amigo de los cubanos, integrado por Maduro, Elías Jaua y Adán, se disputa la manzana por trascorrales; el Canciller venía bien programado pero la entrega del Esequibo subió las acciones de sus competidores. Por su parte, Rangel espera en la bajadita y hace sus contactos para cuando la hora de los hornos sea llegada; confía en que su veteranía pesará más que la ambición de sus colegas y habla mucho con Chávez del tiempo y de la vida, como el viejo consejero que fue hasta 2007 cuando fue apartado por exóticas razones.
Cada uno de los aspirantes considera que está en mejores condiciones de mantener lo que hay que mantener, aunque no todos están de acuerdo en lo que hay que negociar con la oposición. Mientras tanto, los condenados, los que no tienen espacio en el mundo contemporáneo que no sea un tribunal y posiblemente la cárcel, andan rastrillando los fusiles y encendiendo los motores de los tanques para que no los entreguen a la primera. Sin dejar de considerar a los grupos paramilitares que dominan territorios urbanos y rurales, incluidos los que están a 1 kilómetro de Miraflores y todavía dicen “patria o muerte” como cuando todos eran sanos y robustos.
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