Un vistazo histórico obliga a responder afirmativamente: los pueblos son capaces de aprender, pero no siempre lo logran, y a veces aprenden con grandes dificultades. Además, los procesos de aprendizaje positivos son frágiles y pueden revertirse. Hasta 1945 Alemania y Japón eran países de tradición autoritaria con escasa o inexistente cultura democrática, contagiados por ideologías militaristas. Necesitaron una derrota total en una guerra mundial para cambiar.
Hay ejemplos menos estimulantes. El caso de Argentina es elocuente. Perón fue un déspota que se las ingenió para colapsar a su país. Sin embargo, su figura se convirtió en mito, y la trayectoria del llamado peronismo demuestra que en política los mitos pesan más que las realidades.
Menciono esto para focalizar el caso venezolano. Después de más de una década de experiencia “revolucionaria”, ¿qué ha aprendido nuestro pueblo? Me refiero a los sectores populares y de la clase media baja, que constituyen una mayoría determinante. ¿Se ha producido un aprendizaje creador que permita reconstruir nuestra sociedad enferma, acosada por la violencia y el deterioro generalizados, en una dirección distinta y positiva y de manera relativamente rápida?
Dos aspectos deben destacarse en función de esbozar respuestas: Por un lado, parece claro que los cuarenta años de democracia no sembraron semillas lo suficientemente fecundas de apego a la libertad y la convivencia civilizada. Sé que distinguidas figuras de nuestra vida intelectual no comparten este criterio, pero no veo cómo eludirlo. Y ello porque, de otro lado, hay que evaluar de manera fría y objetiva lo siguiente: Durante estos años de “revolución” el régimen y su caudillo han logrado objetivos muy relevantes para ellos, sin que la reacción de los sectores populares haya tenido la fuerza que cabía esperar y era deseable.
Para empezar, Hugo Chávez, ataviado de uniforme cubano, ha comprometido los intereses vitales del país con la tiranía castrista. Lo ha conseguido con la complicidad de unas Fuerzas Armadas que a su vez se han transformado en brazo militar del gobierno, de un gobierno que prefiere la ideología marxista a los genuinos valores nacionales. De paso, el régimen “bolivariano” ha difundido con éxito entre la población una versión distorsionada y completamente negativa sobre los cuarenta años de democracia representativa, pintándoles como un tiempo de “catástrofe”, en palabras del propio Presidente, hacia el que hoy millones de venezolanos sólo sienten rechazo y del que parecen no conservar un legado espiritual verdaderamente denso.
En tercer lugar, resulta desalentador y revelador que a pesar del odio, división y persecuciones que han caracterizado estos tiempos, de la destrucción de los principios de limitación del poder, imparcialidad de la justicia y respeto a la disidencia; a pesar, prosigo, de la profundización hasta extremos nunca antes vistos de la dependencia de la economía con relación al petróleo, así como del desmantelamiento del aparato productivo industrial y agropecuario y de la infraestructura, todavía Chávez, como Perón, disfruta de significativos índices de respaldo popular.
Todo lo cual me lleva a repetir la pregunta: ¿Qué ha aprendido el pueblo venezolano estos años? ¿Se trata de un aprendizaje positivo o más bien patológico, es decir, que refuerza lo peor? ¿Y qué indicaría una u otra cosa con respecto al porvenir que es razonable vislumbrar? ¿Merece la mayoría, por trece años sumisa, el gobierno actual? ¿Entiende la oposición que la política es, también, pedagogía?
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