El célebre poeta español Antonio Machado decía que todo lo que se ignora se desprecia. Acerca de la ignorancia se ha debatido mucho desde el enfoque filosófico y epistemológico. Pero para los efectos de este artículo, la ignorancia a la que quiero referirme la enmarco en el grado de carencia o desinformación que es usual en un sinnúmero de personas que, al ser esclavas de su propio oscurantismo, muchas veces se desvinculan de la realidad y engruesan la fila de todas aquellas cuyos derechos son vulnerados, desconocidos, golpeados, vapuleados.
No hay mejor caldo de cultivo; nada favorece más y mejor los innobles intereses de quienes pescan en río revuelto, se enriquecen y cantan victoria como si se tratara de la conquista de un trofeo ganado en limpia lid, que la ausencia de algunos conocimientos específicos de la gente.
En la historia de las grandes fortunas económicas, tanto las de ayer como las de hoy, la ignorancia de los de abajo es un factor común del que han echado mano los que inmisericordemente pisotean la dignidad, la libertad, los derechos humanos.
Los empresarios o empleadores, si no todos, otros sí; el Estado, de quien se espera sea el guardián de los derechos de sus coasociados; las empresas de servicios públicos de todos los géneros, esto es, las que están constituidas para satisfacer mediante un pago las necesidades de sus clientes (luz, agua, aseo urbano, teléfono, televisión por cable, telefonía celular e Internet), así como las que tienen a su cargo las pensiones o la salud de sus afiliados, hacen festines, se frotan literalmente las manos y manipulan a sus cándidas víctimas prevalidas de que nadie se atreve a reclamar.
Nada hay más inhumano, y por qué no decirlo, cruel, que pagar el salario de los empleados o trabajadores de manera tardía. ¡Esto es indigno e injusto! Pone en serio peligro el bienestar de los subordinados, el de ellos y el de su familia; esto es grave y preocupante en un supuesto Estado social de derecho en el que se debería privilegiar al hombre y su entorno familiar; en el que los derechos constitucionales de los niños están por encima de los demás derechos y se hace tanto ruido sobre los derechos de las personas de la tercera edad, las mujeres embazadas y los discapacitados.
Nada lastima más, y por qué no decirlo, ofende los derechos fundamentales, que los constantes abusos que, contra los usuarios del servicio, cometen las enriquecidas empresas prestadoras de salud que han inundado al país a ciencia y paciencia de la Ley de Protección a los consumidores.
Nada resulta más oprobioso, y por qué no decirlo, avasallante y violatorio de los principios que orientan nuestro ordenamiento jurídico, que los procedimientos unilaterales utilizados por la empresa de electricidad (CORPOELEC) cuando quiera que real o supuestamente un suscriptor está moroso con la empresa que quita la luz todos los días a los venezolanos y les corta la luz sin aviso y sin protesta...
La lista de violaciones resulta larga: es que la ignorancia, cual manjar, sazona el paladar del Estado y demás personas jurídicas, de derecho público y privado. Y como desde los tiempos de Justiniano se ha dicho que quien alega su propia ignorancia o torpeza no puede ser oído, concepto desde luego revaluado, los vividores, los inescrupulosos, las sanguijuelas, los sin consciencia, los que no conocen la ética, los amorales, los que desde lo alto manejan los hilos del poder y tienen una pandilla de obsecuentes a sus servicios, simplemente se aprovechan, no importa que con sus actitudes se les consideren explotadores. ¿Qué más pueden ser?
Y lo peor de todo es que, cuando alguien reclama sus derechos, los fieles empleados al servicio de los enriquecidos sin causa dicen: "Oiga señor, es que debe estar pendiente de los pagos y prevenido". A mí me pasó. ¿A cuántos más en nuestra Venezuela?
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