En Medio Oriente el problema real a resolver es la paz. La existencia de dos Estados debería ser la consecuencia. Plantear la contradicción como una cuestión de dos Estados es establecer un diagnóstico equivocado y, ya se sabe, que cuando ello ocurre las soluciones también lo son. El objetivo de los palestinos es obtener el reconocimiento de las Naciones Unidas. Planteadas así las cosas, a primera vista parecen sensatas y razonables. Y, a la inversa, Israel impresiona como un Estado halcón, como una gran potencia ocupante empecinada en matar palestinos o hundirlos en la miseria más atroz.
¿Es así? No lo creo. “Nuestra lucha es por destruir a Israel, no las fronteras de 1967”. La frase es reciente y pertenece a uno de los máximos dirigentes de Al Fatah. ¿Miente? Para nada. Dice la verdad y esa verdad con diferentes tonos de intensidad es compartida por la mayoría de la dirigencia palestina. Las variaciones están más relacionadas con los grados de oportunismo que con la modificación de esa verdad.
Puede que de todos modos la palabras de los jefes palestinos sean relativas. Puede que las propias exigencias de la situación obliguen a los palestinos a aceptar la convivencia con Israel, no porque están convencidos, sino porque el poderío militar de Israel los obliga a ser prudentes o a temer. Todo esto es posible, pero admitamos que ningún Estado responsable puede definir una estrategia que pone en juego el destino de siete millones de judíos atendiendo las declaraciones oportunistas de sus enemigos declarados.
El problema de fondo entonces no es si van a existir dos Estados, sino si los palestinos están dispuestos a renunciar a echar los judíos al mar. Hamas por lo pronto no está dispuesto a hacerlo; la Autoridad Palestina por su lado ha dicho que acepta la existencia de Israel ¿Dicen la verdad? Más o menos. Por un lado, es cierto que en Cisjordania existe una sociedad cuyas condiciones de vida son muy superiores a las de la Franja de Gaza. Estos palestinos de Cisjordania seguramente defienden las ideas con las que los han educado, pero cuentan con una realidad que es letal para el terrorismo: han mejorado su calidad de vida y, por lo tanto, tienen algo que perder, motivo por el cual las consignas suicidas de sus jefes no los entusiasman como antes.
En Israel, mientras tanto, se impone un principio fundado en el más crudo realismo: el pueblo palestino existe y una solución hay que darle al conflicto. Esa solución incluye el reconocimiento de un orden estatal para los palestinos. ¿Es así? Por lo menos el noventa por ciento de los israelíes creen en esa salida. Lo creen por razones humanitarias, por razones políticas y hasta por razones de comodidad.
Israel dispone de una excelente calidad de vida. El ingreso per cápita es el de los palestinos multiplicado por nueve o por diez; y en el caso de la Franja de Gaza por doce. Como me dijera un dirigente sionista: “No queremos ir a pelear a la frontera, queremos ir a veranear a los Alpes”. Israel tampoco se siente culpable por esa calidad de vida. Todo lo contrario. La fortuna, la riqueza o la acumulación en Israel no se hizo a costa de los palestinos. Israel dispondría del mismo nivel de vida si los palestinos no existieran.
Los argumentos de los historiadores que aseguran que lo “palestino” tal como se lo conoce ahora fue un invento de un puñado de terroristas luego de la “guerra de los seis días”, han sido dejados de lado, no porque sean falsos sino porque más allá de las consideraciones históricas hay un hecho real, una invención histórica genuina a la que no se la puede desconocer.
En 1947 los árabes que vivían en la Palestina -como se decía entonces- tuvieron la oportunidad de organizarse en un nuevo Estado. Optaron por la guerra y perdieron. Hubo otro intento de acuerdo y la repuesta árabe -los palestinos no existían y si alguna referencia tenía era con relación a los judíos- fueron “los tres no”: no al reconocimiento, no a la paz, no a las negociaciones.
Desde 1947 hasta 1967 los territorios que hoy se conocen como Cisjordania y Gaza pertenecieron a Jordania y Egipto. Durante veinte años no se oyó una voz que dijera que estos territorios pertenecían al pueblo palestino. El reclamo se inició cuando como consecuencia de “la guerra de los seis días” estas zonas fueron ocupadas por Israel. Importa detenerse en este detalle: Israel no ocupó tierras palestinas, en todo caso ocupó territorios enemigos luego de una guerra iniciada por los árabes.
En aquel momento a Cisjordania y Gaza se le sumaron los Altos del Golán y la península del Sinaí, territorios que pertenecían, pertenecen, a Egipto y Siria. Las ocupaciones no nacieron de una guerra de conquista sino de una guerra defensiva. ¿Alguien se imagina que hubiera ocurrido si Israel perdía esa guerra? Basta recordar las declaraciones de Nasser para imaginar su destino.
Israel nunca negó que las tierras ocupadas como consecuencia de la guerra debían ser devueltas en algún momento. Es más, algunos historiadores judíos estiman que los problemas internos más serios como Nación se le presentaron después de haber ganado la guerra, sobre todo con los grupos religiosos que nunca habían demostrado demasiado entusiasmo por la creación de Israel, pero que luego de la guerra de 1967 descubrieron que esas tierras les pertenecían por mandato divino.
Para el Estado de Israel los colonos son más un problema que una solución. Un problema que puede llevarlos a la guerra civil sin ninguna garantía de comprensión a cambio. ¿Se equivocó Israel en haberlos dejado avanzar? Es probable. Pero por su lado, los palestinos y los árabes se han equivocado en numerosas ocasiones pero con una diferencia. Los árabes, han perdido todas las guerras que han declarado. El costo ha sido alto, pero ninguna de esas derrotas puso en duda su identidad como pueblo. La situación de Israel no es la misma. Un error puede significar su desaparición. Basta mirar el mapa de Medio Oriente para darse cuenta de que realmente es un milagro que Israel exista. Imaginen una superficie de un metro cuadrado. En ese espacio Israel representa un centímetro; el resto son países árabes. La metáfora de David contra Goliath se alimenta con esas proporciones.
Tal como hoy se presentan los hechos, lo más probable es que la asamblea de la ONU le otorgue a los palestinos el status de Estado observador. Su expectativa de ser declarado “Estado” con todos los atributos del caso se frustrarían porque Estados Unidos interpondría su veto. Ahora bien: ¿Por qué desean los palestinos ser reconocidos como Estado? En primer lugar, porque ese reconocimiento internacional le otorgaría un atributo esencial para la estatidad. En segundo lugar, porque si así fuera los colonos judíos que ocupan tierras ilegales quedarían inmediatamente calificados de invasores y toda acción militar contra ellos sería considerada legítima.
En este punto el razonamiento de Israel es el siguiente: se estima que hay alrededor de 700.000 colonos ocupando “ilegalmente ” la Cisjordania. Es menos del diez por ciento de la población, pero es una minoría militante que no admitiría ser desalojada. El horizonte que se le presenta a Israel para
La solución alternativa sería la siguiente: negociación directa entre las partes apuntando a canjear territorios. En Israel un cuarto de su población es árabe. El operativo es complejo, pero de lo que se trata es de que esos árabes se integren con los palestinos. El proceso exige paciencia y tiempo. Hay otro inconveniente para avanzar en esta negociación. Los árabes israelíes son muy solidarios con sus paisanos palestinos, pero disfrutan de los derechos sociales y civiles de Israel. Es muy lindo y muy gratificante militar contra Israel mientras sus hijos estudian en las mejores universidades del mundo y gozan de los beneficios del Estado de bienestar. ¿Están dispuestos a perder esos beneficios en nombre de la causa palestina? Por el momento lo único que se puede decir es que tienen el corazón dividido: aman a los palestinos, pero viven muy bien en Israel.
Lo que sí es verdad es que Israel no está bien posicionado para enfrentar esta crisis. El frágil status quo trabajado en los últimos treinta años se está resquebrajando. Israel siempre alienta la tentación de encerrarse en sus fronteras y resistir. No es lo más aconsejable en un mundo globalizado donde sus aliados históricos también admiten que el mundo ha cambiado, por lo que se reclama una diplomacia más imaginativa, virtud que no parece ser la que más anima al actual gobierno conservador de Israel.
La fortuna, la riqueza o la acumulación en Israel no se hizo a costa de los palestinos. Israel dispondría del mismo nivel de vida si los palestinos no existieran.
El frágil status quo trabajado en los últimos treinta años se está resquebrajando. Israel siempre alienta la tentación de encerrarse en sus fronteras y resistir.
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