El 11 de septiembre de 2001 fue testigo de dos sucesos trascendentes. Cambiarían percepciones y hasta convicciones sobre la realidad continental y mundial en materia de seguridad, libertad y democracia. El primero fue la acción de tres aviones comerciales secuestrados en pleno vuelo por fanáticos terroristas. El objetivo era demostrar la vulnerabilidad de Estados Unidos.
El centro financiero ubicado en las torres de Wall Street, el famoso Pentágono relativo a lo militar y una tercera tragedia aérea que aparentemente tenía como destino la Casa Blanca, frustrada por la acción directa de los pasajeros contra los terroristas ofreciendo la vida por su país. Un nuevo esquema de guerra mundial se mostró en toda su estatura. No es una guerra convencional, sino verdaderamente asimétrica. No es entre países, pero tienen que prevenir y reprimir acciones monstruosas de organizaciones horizontales cuyos efectivos pueden estar en cualquier parte, ideologizados y con un fanatismo supra religioso que los convierte en armas mortales contra la humanidad. Unos tres mil muertos y centenares de heridos sirvieron para unificar el liderazgo del gran país. Los presidentes Bush y Obama cumplieron y sigue cumpliendo el último, a su manera, con los deberes de sus cargos. Para hoy Al Qaeda está muy reducida y su jefe Osama Ben Laden ajusticiado. También el Talibán dejó de ser lo que era y Saddam Hussein ya no existe. La guerra continúa, pero el mundo está mejor hoy que hace diez años.
El mismo día en Lima, jefes de estado y de gobierno con sus respectivas cancillerías aprobaron la Carta Interamericana Democrática. Una extraordinaria declaración de principios, un compromiso de solidaridad, apoyo y soporte mutuo entre los países del continente. Asumieron el compromiso de ajustarse al orden constitucional interno y de enfrentar las amenazas a la libertad y la democracia. La responsabilidad de hacerlo efectivo es de la OEA. El burladero de la “soberanía”, como excusa justificadora de omisiones y complicidades, no debería seguirse utilizando. Desde entonces hemos seguido el deterioro de la democracia en algunas de nuestras realidades. También la creciente acción de estructuras del crimen organizado que sirven de soporte al terrorismo y al narcotráfico en América y el mundo. Lamentablemente Venezuela se ha alejado del espíritu de la Carta y hasta de la letra de algunas disposiciones básicas. Gracias al régimen perverso que destruye la institucionalidad democrática, está cada día más aislada en la comunidad internacional. Dudas y sospechas nunca aclaradas o investigadas se multiplican, convirtiéndose en evidencias que encienden las luces rojas de los tableros internacionales.
El venezolano común sufre las consecuencias mientras el canceroso “convaleciente” se burla, insulta y amenaza a quienes levantan las banderas de la decencia y el apego a los valores. Está reprobado, aplazado teniendo como referencia la libertad y los derechos humanos de los gobernados.
oalvarezpaz@gmail.com
Lunes, 12 de septiembre de 2011
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