No sólo José Mujica, el afable presidente uruguayo, tiene su popularidad en una suerte de caída libre. También sucede lo mismo con la de Sebastián Piñera, el presidente de Chile.
En efecto: el mismo hombre que, en octubre del año último (cuando lo del ejemplar y admirable rescate de los mineros trasandinos), parecía un político de centro formidable y hasta casi invencible y tenía, por ende, un enorme 63% de apoyo popular y apenas un 26% de desaprobación, está ahora, claramente, en desgracia. En problemas, entonces.
A estar a las más recientes mediciones telefónicas, Piñera sigue siendo considerado como un mandatario activo y enérgico por el 62% de los chilenos. Pocos discuten eso. Pero ocurre que eso no es todo. Su credibilidad es de apenas un 39%, aunque la imagen de capacidad que proyecta sea reconocida por el 59% de sus compatriotas. No es lo mismo considerar a alguien como una persona o un dirigente capaz que tenerlo por confiable. Es diferente. De allí la asombrosa disparidad de ambas encuestas.
Sólo un escaso 31% de los chilenos aprueba ahora la gestión de Piñera. Adiós al romance corto vivido como consecuencia del rescate aludido de los mineros. Todo cambió.
En sólo un mes, Piñera perdió 5 puntos. En contrapartida, su margen de desaprobación naturalmente creció y ahora se ubica en un 60% de todos los consultados. Bien negativo, por cierto.
A su gobierno le va peor, lo que está lejos de ser un consuelo. Considerado en su conjunto, el equipo de Piñera tiene un 62% de desaprobación. Dura venganza la del tiempo, diría alguno. En rigor, ese es el precio de no cumplir con las expectativas y de cometer errores. Como los que se sucedieron en materia de educación, que generaron que un hombre capaz, con excelente imagen, como Joaquín Lavín, cayera del interesante 70% de aprobación de que gozaba al preocupante 46% actual.
¿Qué pasó, cabe preguntarse? La respuesta gira en torno de distintos temas y episodios. Primero, la discusión aún no resuelta sobre un tema tan sensible como el del salario mínimo. Además, los escándalos en torno de la crisis de la tienda "La Polar". Y la regulación de las "uniones de hecho" que parece haber dejado a todos insatisfechos.
Finalmente, están también las profundas grietas que se advierten en su propia coalición de gobierno; particularmente, las exteriorizadas por las críticas serias que vienen insistentemente desde la aliada UDI, que no sólo duelen, sino que destruyen credibilidad, desde que se originan en el propio paño. A todo lo cual cabe sumar el resultado del inmenso desencanto por la situación de la educación en Chile. Aunque, aquí, la cuestión afecte negativamente a todo el espectro político, trayendo a la memoria aquello de "que se vayan todos". Mal de muchos... entonces.
(*) Analista internacional del grupo Agenda Internacional.
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