Comenzó el atafago de la época preelectoral para las llamadas primarias de la MUD y para la elección de los gobernadores: se observan alianzas, discusiones, triquiñuelas, ofensas, promesas que no se cumplen, en fin, lo mismo de siempre para dar como resultado “lo mismo de siempre”.
Venezuela y sus Estados no pueden darse el lujo de equivocarse tanto en la escogencia de sus candidatos, porque hasta hace unos cuantos años, por la buena gestión de los que la regentaron, con entrega y deseos de servicio, muchos Estados eran modelos en numerosos aspectos: capitales limpias, respetuosas del espacio público, sin escándalos de corrupción tan notorios, en fin, era más que bueno el camino que se les había trazado para convertirlas en las mejores del país.
De pronto, en los últimos 13 años de gobierno socialista-comunista, el gobierno nacional y muchas ciudades se han ido hundiendo en un abismo de desorden, de malos manejos, de corrupción rampante, de irresponsabilidad, de desempleo, de miseria, de pobreza, de abandono; una pobre tierra de nadie.
Duele que el prestigio que lograron buenos gobernadores en algunos Estados, se haya perdido por la mala voluntad de los que han llegado, no elegidos a conciencia, sino por amistad, compadrazgo y las disímiles promesas de imposibles o simplemente por el embeleso de un pueblo que cree que la vida y la historia se construyen sólo con el ‘folclorismo’ raizal que no nos permite una proyección nacional y ¿por qué no, universal?
Nos volvimos a meter en la caverna ignorando lo que dijo un pensador: “ya es hora de mirar hacia el sol”. Ahí están los candidatos de todos los tamaños morales e intelectuales, honrados unos, otros no tanto; capaces algunos, incapaces otros; marrulleros, bueno en los políticos eso de la marrulla es muy común; sí, ahí están, prometiendo, esgrimiendo sus hojas de vida llenas de realizaciones y altas distinciones ciertas unas, falsas otras; o apareciendo con una humildad más franciscana que la del santo; amables y besadores; ahí están todos, sin ninguna novedad, pero si se escoge entre el prospecto que se nos presenta de pronto hay quien valga la pena y pueda rescatar a las ciudades, a la nación y reiniciar una buena parte de su historia.
No más equivocaciones venezolanas y venezolanos. No podemos seguir en la caterva que, ciega y amorfa, como siempre, se inclina hacia el que más bulla hace o hacia el que más se parece a ella o elige para castigar a la clase o al partido político imperantes. Esto de elegir a quien nos gobierne es cuestión de mucha neurona, es pensar en el bien colectivo antes que en el personal; es saber que el escogido no nos va a avergonzar tanto en casa como en el escenario nacional; es sentir que nos llena de orgullo nuestro gobernador o nuestro Presidente por sus manos limpias, su vida limpia, su gestión limpia.
¿Qué eso es utópico? Es posible, pero si pensamos y sentimos así por lo menos logramos un buen porcentaje de limpieza y capacidad del gobernante; por lo menos no nos vamos a arrepentir de haber votado por él; y si eso ocurre nos queda la satisfacción de que lo intentamos.
Vamos a vivir la democracia en su momento más representativo, pero con responsabilidad, unidos por la misma causa: el bien de nuestra Venezuela del futuro y de nuestros Estados que es el de nosotros mismos.
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