El PRI moderno ha muerto, viva Luis Echeverría.
Hace ya muchos años, en una de mis muy frecuentes charlas de política con mi buen amigo sinaloense, Adolfo Clouthier, comentábamos con un grupo de inquietos mexicanos el futuro de nuestro agraviado país. Esta plática muy particular se daba como consecuencia de los grandes cambios que se estaban llevando a cabo a nivel mundial en esos momentos: El estado comatoso del comunismo, la retirada del Keynesianismo, la ola mundial de libertad económica, política, social y comercial, la aparición en el escenario de la Thatcher y Ronald Reagan, la desintegración y formación de nuevas naciones, pero, sobre todo, por la desastrosa situación en la que nuestro país se encontraba en esos momentos. Era el año de 1982 y Lopez Portillo invitaba a ejercer una buena administración de la abundancia y defendía el peso como perro.
Todos coincidíamos en afirmar que, México con urgencia requería un cambio pero no acertábamos a encontrar el camino para tal metamorfosis. Alguien de pronto afirmó; “la única manera de que este país cambie es a través de un golpe militar.” Alguien más en desacuerdo revira diciendo; “no, porque ahora el ejército está vendido al dinero de los narcos.” Después de larga discusión, me impresionó la forma tan asertiva en que Adolfo Clouthier afirmó; “la única forma de que México cambie, es que dentro del partido divino surja un líder joven, visionario, moderno, carismático, alguien que desde las entrañas del monstruo inicie el desmantelamiento de este aparato tan poderoso y represivo que es el pri—gobierno.”
Siguió Adolfo comentando cómo en pláticas con su primo, el Maquío, este trataba de hacerle ver lo difícil que sería cambiar el sistema desde fuera, obsesión que muchos piensan al final le costó la vida. Le afirmaba el Maquio: “Al cuasimodo priista va ser muy difícil aniquilarlo si no es con sus mismas armas y con sus mismos ejecutores.” Un caballo de Troya.
Unos años después, a finales de los 80s, un buen día recibo una llamada de Adolfo para informarme que el partido divino acababa de destapar a Carlos Salinas de Gortari para la presidencia de 1988-1994. Procedió Adolfo de inmediato a decirme; “este es el líder que va a desmantelar el aparato represivo que ha controlado a los mexicanos durante casi un siglo.” Me llamó mucho la atención él que, después del famoso destape, la clase política no se comportaba como era lo tradicional; todos con el candidato. De inmediato hubo protestas, desacuerdos y finalmente un grupo de “distinguidos priístas,” de plano deciden separarse del partido para formar lo que ahora es el PRD.
Ya la Quina, el corrupto eterno líder de Pemex, había iniciado una campaña descarada y mortal en contra de Salinas y a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, que inclusive llegó hasta la publicación del libro; “Un asesino en los Pinos.” Es decir, el pacto de Calles se desquebrajaba y, reculando a los tiempos revolucionarios estilo Obregón y su Plan de Agua Prieta, los otrora dóciles miembros de la manada no aceptaban al nuevo abanderado y se lanzaban a la lucha fratricida que pariera al PEJE y Cia.
Durante los primeros meses de la administración de Salinas, los mexicanos con asombro observamos cómo primero desmantelaba la mafia de Pemex y su líder—uno de los hombres más poderosos del país—era enviado a prisión. Después formaba un gabinete con gentes de perfiles totalmente diferentes a lo acostumbrado, hombres jóvenes, educados en el extranjero, hombres que ya no hablaban de la revolución mexicana, ahora hablaban de penetrar los mercados mundiales, de competir, ya no hablaban de Conasupo, ahora hablaban del Chicago Mercantile Exchange, no hablaban de economía mixta, ahora hablaban de Supply Side.
En esos momentos estaba sucediendo algo que los mexicanos nunca entendimos, nacía el verdadero nuevo PRI, no el del Alazán Tostado o Hank Gonzalez, el PRI moderno montado en el corcel del siglo XXI, el que iniciaría la transformación de México ante el asombro de la comunidad internacional. El nuevo PRI que, en los siguientes doce años, se enfrentaría en una lucha mortal con el viejo, con el monstruo de mil cabezas que oprimía el país.
Salinas de inmediato, utilizando todos los poderes del sistema presidencialista mexicano tan especial, inicia una verdadera revolución moderna para abrir el país a la comunidad internacional, para restar poder al gobierno federal y compartirlo con los estados, para privatizar la economía, para abrir sus fronteras, montar y domar la inflación tan amada por los dinosaurios, igualmente domar el espectro de los déficits fiscales, para terminar con el fatal agrarismo.
Al tomar Salinas el poder, el Estado controlaba el 80% de la economía en un México moribundo, al dejarlo, ya solo controlaba menos del 20% de un país que se asomaba a la modernidad. Llega a tal la temeridad de Salinas, que de inmediato reconoce, por primera vez en la historia, el triunfo de un partido de oposición en la lucha por la gubernatura de Baja California. El viejo PRI y sus prontosurios jamás le perdonarían tales ofensas y, con gran sigilo, simplemente se retiran a sus escondites para planear su regreso al poder que en esos momentos les estaban arrebatando.
El viejo PRI, desde los sótanos y la penumbra, ahora en Enero de 1994 de nuevo se rebelan en contra del dedazo presidencial pero con una estrategia diferente, inician su contraataque con la guerrilla de Chiapas. Pero ese era solo el principio de un gran plan de desestabilización del país con la mira especifica de destruir a Salinas y lo que él representaba. El plan de sabotaje se desarrolla durante todo el año e incluye el asesinato de Colosio, el de Ruiz Massieu, rumores y realidades que provocan una gran salida de capitales, hasta finalmente lograr la devaluación de Diciembre que catapultaría al país a una de las peores crisis de su historia moderna.
Para cerrar con broche de oro, le buscan a Salinas su lado más sensible; y que más sensible que su hermano incomodo. Salinas finalmente queda destruido, desprestigiado, exiliado, el hombre más odiado del país. Salinas ahora era diabólico y todo lo que representaba era igualmente diabólico. La primera fase estaba terminada.
El nuevo presidente Zedillo, titubeante después de la devaluación que provoca una crisis mundial, inicia una etapa de tibio manejo de un país que enfrentaba una feroz lucha por el poder. Sin embargo, el improvisado presidente no cede a las presiones de los protozoarios del PRI viejo. Zedillo, aun en medio de sus titubeos, continua una ruta de la reforma—especialmente en aspectos económicos—como buen heredero de ese nuevo PRI que ahora el encabezaba. Pero el viejo PRI desde sus escondites procedió a elaborar su plan de regreso durante seis años. ¿Que requerían para recuperar el poder? un candidato muy, pero muy débil. Alguien a quien se le pudiera utilizar para regresar a su nacionalismo revolucionario mezclado con agrarismo, sindicalismo y, como dijera el viejo de Caborca, al manoteyo.
Le abonaban el campo a la oposición.
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