Nada le hace perder votos al kirchnerismo. Ni los numerosos escándalos de corrupción, ni los atropellos morales, ni las violaciones institucionales y lo que es más doloroso, ni siquiera le hace perder caudal electoral el hecho de que sus votantes (mayormente de sectores necesitados) jamás mejoren su calidad de vida.
El kirchnerismo ama a los pobres y amándolos los multiplica. El kirchnerismo vive de la pobreza (no sólo material sino cultural) de sus adherentes. A estos últimos los usa, los adula, los ensalza, los embauca y sin que éstos lo perciban, los denigra.
Efectivamente, tal como lo decía H.L. Mencken, el demagogo es “aquel que predica doctrinas que sabe falsas a hombres que sabe que son idiotas”. Mutatis mutandis, el gobierno kirchnerista despilfarra dineros que sabe ajenos en nombre de aquellos a quienes se los expropia (y para colmo entre aplausos de foca de las propias víctimas).
Ganando el kirchnerismo, perdemos todos, y dentro de esa pérdida, suelen ser los más perjudicados el grueso de los votantes kirchneristas. En efecto, suelen ser los votantes kirchneristas, quienes con el sufragio masivo les renuevan a sus verdugos el mandato para que estos prosigan embruteciéndolos y empobreciéndolos. La adhesión electoral de la heredera dinástica crece en las zonas afectadas por la miseria tanto en los cordones bonaerenses como en el interior del país. En sentido contrario, sus guarismos bajan en los sectores urbanos, y en las clases medias y altas, pero cuidado, esto último tampoco es tan matemático: muchos personajes provenientes de círculos culturalmente más avanzados, vistiendo saco y corbata, defienden al régimen y militan para él a cambio de alcanzar o conservar un puestito en alguna secretaría, asesoría, dependencia pública, o de cualesquiera que sean las innumerables formas de vivir parasitariamente del Estado, siempre a costa de los contribuyentes obviamente.
El clientelismo no sólo compra las voluntades de los necesitados, sino también de los universitarios sin moral ni dignidad. Esto también explica los excelentes resultados de Cristina en en las grandes ciudades.
Pero el pueblo argentino, que de comprometido tiene bastante poco, suele reaccionar en función de los vaivenes económicos. Y la anestesia inflacionaria se está acabando. La misma ya cumplió su función: ganar las elecciones primarias. Ahora, cuando el agua llegue al tanque, será una buena oportunidad para “barajar y dar de nuevo”, confiando en que una nueva dirigencia y una renovada conciencia ciudadana tome la antorcha de la prosperidad de la que supo conseguir y disfrutar el país hasta el golpe del 4 de junio de 1943.
Va de suyo que los combates electorales de octubre no serán nada fáciles para los defensores del Estado republicano, y nadie que disienta con el orden de cosas vigente tiene el derecho a descansar un minuto de cara a las contiendas sufraguistas venideras.
Parafraseando a Werner Goldsmith “No sé si Dios existe, pero hay que obrar como si existiera”. Mutatis mutandis, no sé si en las elecciones Presidenciales la oposición tiene chances, pero hay que obrar como si las tuviera.
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