Nada más justo que recordar a Andrés Eloy al cumplirse los 114 años de su nacimiento (06-08-1897) y dar cuenta de su carácter cívico, de sus convicciones democráticas, de su hechura venezolanista de hombre singular, que supo entender que: "...si en el trabajo que se nos ha confiado a todos en esta Patria de todos, no ponemos sino codicia, demagogia, egoísmo oligárquico o encendida pasión, la herencia que dejaremos a los que vienen a encontrarnos, será la soledad".
Nos corresponde nuevamente reencontrarnos con lo más profundo, con lo más cabal, con lo más generoso del alma venezolana para afirmar valores que contribuyan a dignificar a la República, que dispone de ejemplos admirables de trascendencia histórica, de elevado sentido de humanismo, de extraordinaria significación ética en vidas sustantivas como fue la de Andrés Eloy Blanco.
Examinar su vida intelectual como poeta, ensayista, orador, periodista nos deja la certeza de estar en presencia de uno de los grandes espíritus de la creación literaria latinoamericana y de Venezuela; pero examinar su vida en el campo del civismo, de su lucha tenaz contra las dictaduras, el advertir su temple democrático, nos permite apreciar la dimensión sobresaliente de sus cualidades como uno de nuestros ciudadanos más preclaros, más consecuentes, más visionarios y de mayor compresión de las realidades históricas, sociológicas, políticas y espirituales del país.
Leer otra vez sus discursos, como aquel pronunciado en 1936 en el acto de echar al mar los grillos autoritarios y dictatoriales de la opresión en Venezuela, en el cual proclamó que era necesario: "quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza" y además que: "maldito sea el hombre que intente fabricarlos de nuevo y poner una argolla de hierro en la carne de un hijo de Venezuela", significa afirmar la libertad como principio y su respeto, deber esencial para el honor y el gentilicio patrio para que jamás ningún otro pretenda sojuzgarnos.
Examinar igualmente sus palabras de evocación del 14 de febrero y entender sus consideraciones sobre nuestra historia y descubrir que: "la Independencia es Bolívar y diez más que amaron la tierra; después, una fila de gloriosos saqueadores, capataces condecorados, vértigo hazañoso", nos coloca ante el dramatismo de nuestras circunstancias, inconsecuencias y traiciones a nombre del pasado ejemplar pero ajeno a nuestras realidades posteriores que tanto han desconocido los propósitos, la esencia y la justificación de las verdaderas causas nacionales.
Revisar su discurso sobre Vargas del año 1937, significa evidenciar la obligación indispensable de finalizar en nuestra historia lo que llamó: "un ciclo militar atropellante" para reemplazarlo por la construcción republicana y: "la consagración del poder civil". Igualmente, en su magnífico discurso en el homenaje a la batalla de Carabobo, nos invitaba a apartar de nuestras creencias ese sentido atávico del: "providencialismo" para sustituirlo: "por el nuevo concepto del deber" y, al mismo tiempo, nos presentó a un Bolívar auténtico que más allá del gesto de fuerza incontenible, salvó la conciencia de la patria en sus horas difíciles y pretendió que alcanzáramos como pueblo: "la hora del equilibrio con la naturaleza" que no era otra sino lograr vencer: "nuestras pasiones, sobre nuestros propios egoísmos, sobre nuestra propias impaciencias", nuestras rivalidades y nuestros odios.
Su doctrina humanista y su acción ciudadana representa un patrimonio de realización integradora de lo colectivo, de alto sentido de la democracia y de la libertad, de superación de nuestros errores históricos, de fidelidad del hombre con su patria e imposición del espíritu de la convivencia, del respeto y de la amplitud en un país de divisiones y de rompimientos en el intento de preponderancia de unos sobre otros.
Andrés Eloy Blanco fue un hombre desprendido de miserias y de desquites. Fue un hombre justo y que defendió su causa, pero que al instante de expresar su verdad definitiva, no invitó ni a sus hijos ni a sus compatriotas a mancillar derechos, a concretar venganzas, a ofender a otros. "Por mí, ni un odio, hijo mío, ni un solo rencor por mí, no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí...", entre otras lecciones de humanidad y grandeza que nos ofrece como mandato y esperanza de noble patria y vida su celebrado poema: "Canto a los Hijos".
Si algo importó a Andrés Eloy Blanco fue que el pueblo venezolano desarrollara la vida política con un alto sentido de madurez humana y la ejerciera con amplitud, dignidad, respeto, tolerancia, como forma de convivencia e integración de la nación. Él expresó también en un discurso aniversario de la Independencia nacional una idea trascendente: "Hay que lograr el estilo social y político de nuestros pueblos... Los pueblos con un estilo, ven el lado grande de las cosas pequeñas; los pueblos sin estilo ven el lado pequeño de las cosas grandes... Y nosotros debemos poseer el estilo de la mística... El estilo que afirmemos en nuestros pueblos, ha de ser un estilo vital de democracia". Lo señalaba en el contexto de la lucha universal contra el nazismo, pero también en cuanto a eliminar en nuestra vida colectiva el modo irracional de diferir, de segregar y de anular a los demás.
Un legado ejemplar que Andrés Eloy Blanco ofrendó a los venezolanos y a su historia, fue su notable actuación parlamentaria en la Asamblea Nacional Constituyente del año 1947, cuando dio muestra de altitud y responsabilidad política al haber asegurado la convivencia democrática de todas las tendencias, en un debate amplio de todas las posiciones, alcanzando el establecimiento de una Constitución que fue calificada durante muchas décadas como una de las más avanzadas de América. Mucho de ese resultado se debió a la altura intelectual y ciudadana de Andrés Eloy Blanco, quien invitaba con frecuencia a no: "encanallecer el lenguaje" y menos aún la conducta, así como a: "elevar el alma sobre todo egoísmo" ante un pueblo que forjaba en esa hora singular sus convicciones democráticas.
Nada más justo que recordar a Andrés Eloy al cumplirse los 114 años de su nacimiento (06-08-1897) y dar cuenta de su carácter cívico, de sus convicciones democráticas, de su hechura venezolanista de hombre singular, que supo entender que: "...si en el trabajo que se nos ha confiado a todos en esta Patria de todos, no ponemos sino codicia, demagogia, egoísmo oligárquico o encendida pasión, la herencia que dejaremos a los que vienen a encontrarnos, será la soledad".
diaz.bermudez@cantv.net.
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