"¿qué es el mercado? Acaso, solamente la codicia, la libra de carne 500 años después". - "Hechos Bolsa"" Rafael Bielsa y Federico Mirre (Perfil, 13/08/2011)
Iniciamos este comentario con una curiosa referencia de los autores que se citan y que intentan explicarse, o explicarnos, qué cosa es el mercado y así avanzar en el origen de la actual crisis financiera que aqueja al mundo. Luego de algunas preguntas intentando, como tantos escribas, identificarlo, concluyen que tal vez sólo sea la codicia, para finalmente hacer una comparación con la libra de carne de "El Mercader de Venecia".
Para quienes tal vez no tengan presente la famosa obra de Shakespeare, es interesante refrescar esta historia, en verdad una comedia. Refiramos entonces el meollo del argumento.
Basanio, es un noble veneciano que ha malgastado su fortuna, pide al rico mercader Antonio, amigo suyo, tres mil ducados para poder continuar dignamente su noviazgo con la rica heredera Porcia. Antonio, que ha empleado todo su dinero en especulaciones de ultramar, se propone hacerse prestar el dinero por Shylock, usurero judío a quien antes había insultado por la usura que ejercía. Shylock consiente en prestar el dinero bajo una condición: si la cantidad no es pagada el día fijado, Shylock tendrá derecho a tomarse una libra de carne del cuerpo de Antonio.
Descartemos de plano alguna intencionalidad respecto del hecho de que el prestamista fuera un usurero de tal o cual profesión de fe. En verdad, lo importante aquí es que se trata de un usurero y la manera en que da valor a una libra de carne, convirtiéndola en humana y del cuerpo del otro.
Realmente, de todos los ataques que hemos visto con relación al tema, éste parece ser uno de los más virulentos. Queda tal vez disimulado por la duda, por el acaso. Pero la intencionalidad es tan evidente como conmovedora.
La codicia es, básicamente, el afán excesivo de riquezas. Determinar qué afán es excesivo y cuál no lo es, constituye una subjetividad perenne.
Entonces, lo que uno puede concluir de la afirmación transcripta es que se trata de una descalificación a partir de la cual el mercado vendría a ser, simplemente, una conjunción de codicia y usura infinitas.
Ahora bien, el artículo del que hemos tomado este párrafo hace referencia a la situación del mundo financiero por estas horas. Habla de "la doble dínamo de la necesidad y la codicia (con lo cual queda de lado el "acaso" convirtiéndose en certeza) multiplica lo imposible y suma irracionalidad a las consignas que acuñan los sacerdotes de las finanzas".
La conclusión a la que arriba es la usual en estos casos: hace falta "límites claros, control severo y vigilancia ética" ¿A cargo de quién o de quiénes? No sabemos.
Porque la verdad es que si la codicia (suponiendo que podamos acordar sobre el punto en el que el afán de riquezas es excesivo) es parte de la naturaleza humana, resulta imprescindible acordar también sobre cuáles son los seres humanos que carecen de ella, al mismo tiempo que condensan valores tales como la ética, los conocimientos suficientes para la maraña de controles requeridos, y la disposición justa, equitativa y razonable de los límites. Es decir, tenemos que encontrar a los notables e intachables sobrehumanos encargados de poner las cosas en orden, que como no somos ninguno de nosotros, no estamos en condiciones de encontrar, precisamente por nuestras propias limitaciones y carencias. Una magnífica parábola para alguna otra obra del gran escritor británico.
No es intención nuestra aplicar golpes bajos, sabemos perfectamente del entramado de controles y de acciones que existen y se multiplican desde la creación del papel moneda, prácticamente. Pero lo cierto es que tales controles, tales entramados, tales acciones, son llevadas adelante por los propios congéneres de los que probablemente entren en el bando de los codiciosos. Con similares defectos y parecidas virtudes.
Hemos tomado el artículo de marras como un ejemplo de las infinitas opiniones que circulan en el mundo entero y que van en la misma dirección. La referencia a los "sacerdotes de las finanzas" es claramente despectiva, al tiempo que la "irracionalidad" si es tomada como locura es indicadora clara de falta de tino. Las finanzas del mundo están entonces en manos de "sacerdotes" que se manejan de modo irracional pues se enfrentan con una realidad que los oprime. La solución estará, como decimos, en manos de otros. Siendo tales otros, seres dueños de ética y valores que alguien definirá y otorgará. Pero que obviamente no podremos ser nosotros, mortales capaces de caer en el magma de la codicia. O en la avaricia del mercader.
Si los señores que manejan las finanzas resultan para estos autores sacerdotes que se manejan irracionalmente, cabe preguntarse por la racionalidad y el sacerdocio de tales autores. Para decirlo más claramente: ¿son los escribas de la frase personas carentes de avaricia y de codicia y suficientemente lúcidas como para acusar e incluso juzgar a otros?
La situación de las finanzas en el mundo, y las reacciones que ha provocado en ciertas comunidades no debe intentar mejorarse apuntando contra financistas o evaluadores, sino buscando las causas del problema para apuntar a soluciones realistas. Y no es realista el planteo de que hay que encontrar seres capaces de contar con virtudes casi teologales para tomar las riendas.
La verdad de esta historia es que los Estados en su afán de gastar dinero que no han obtenido mediante la creación de bienes y servicios necesarios, han caído en endeudamientos insoportables y finalmente han decidido, con sus más y sus menos, salir a recortar beneficios.
Esta y no otra es la punta del ovillo. Y de acá es de donde hay que partir.
Se habla de separar el mundo en dos bandos, el de los comerciales y el de los inversionistas. Se pretende que si no se acaban los paraísos fiscales nunca se terminará el problema. Se insiste en la solidaridad de los ricos en favor de los pobres. Y ya no digamos que se busca terminar con la fría ley del mercado porque eso va de suyo. Y finalmente se termina diciendo, con otras palabras, que ser mercader es malo, y que ser financista es peor.
Las consignas pueden resultar un canto de sirenas para los oídos de progresistas y humanistas. Y tal vez para el gran público. Pero no son realistas.
Porque el crecimiento y la multiplicación de déficit fiscales es consecuencia del gasto excesivo, y el endeudamiento es la causa de la existencia de bonos que terminan provocando el famoso "apalancamiento" que llevó, entre tantas otras cosas, a la llamada crisis de las hipotecas. Antesala del descalabro actual. Sólo antesala, porque el origen del problema es el intervencionismo que resolvió otorgar créditos a tasas subsidiadas para construir viviendas.
Que los Estados soberanos emitan moneda o títulos de deuda, es una consecuencia. Que los inversores intenten proteger sus patrimonios y ganar más dinero, también.
Que desde los bancos centrales se digiten las tasas de interés o se devalúen de manera directa o indirecta las monedas, responde a la intención de corregir los efectos del intervencionismo con más intervencionismo. Se gasta más de la cuenta, se emite deuda (o moneda, que es lo mismo), se digitan las tasas de interés, y luego se pretende que quienes intentan preservar lo suyo no especulen.
Ningún bien en este mundo tiene un valor asegurado. Y todos los intentos humanos por modificar su valor mediante artilugios financieros o monetarios, contribuyen a que los poseedores de los bienes (cualesquiera fueran estos) intenten poner a resguardo con mayor intensidad su patrimonio, por eso aumenta tanto el valor de los metales preciosos, por ejemplo. Estamos ante un verdadero galimatías.
En estas condiciones, ni los Estados dejarán de buscar soluciones mediante artilugios financieros y monetarios, ni las gentes dejarán de intentar proteger lo suyo. He ahí el meollo de la cuestión.
El problema está, claramente, en aquellas economías que llevan años gastando por sobre sus posibilidades, endeudándose en consecuencia, y pretendiendo luego buscar "salidas" que no impliquen impopulares ajustes.
Tanto los EEUU como la Europa de la Unión Económica tienen dificultades por los enormes déficit y el altísimo endeudamiento. Es decir, por haber gastado de más. Las razones de tal gasto elevadísimo son muchas y no intentamos explayarnos en ellas. Pero sí mencionar que lo que genéricamente hoy se denomina "gasto social" es lo que lleva a los autores citados a verter apreciaciones como las que dan motivo a estas líneas.
Es decir, dado que han surgido protestas en España, en Grecia, en el Reino Unido, en Chile y en otros lugares con motivo de los ajustes que los gobiernos pretenden llevar a cabo, son muchos los que opinan que tales ajustes no deben prosperar y sí buscarse fuentes de financiación para seguir gastando.
Normalmente, los llamados progresistas intentan cubrir los baches producidos por los gastos excesivos mediante la aplicación de impuestos "a los que más tienen". Una categoría más o menos indefinida pero ciertamente vinculada a los aspectos centrales del funcionamiento económico de cualquier nación. La idea es que "alguien pague" y no que se redefina por qué se gasta y quién lo dispuso siendo que no había dinero suficiente para hacerlo.
Esta es la principal razón por la cual los capitales huyen de las naciones que más aprietan sus clavijas, y por supuesto la que sostiene la existencia de paraísos fiscales. El mercado de capitales que huyen es demasiado grande y tentador como para desaparezcan los receptores.
Por ende el ataque a los paraísos fiscales adolece también de una "falla de origen". Si huyen capitales de sus países de origen lo que hay que intentar hacer es evitar que huyan, no pretender que no tengan adónde ir, porque eso es prácticamente imposible.
Lo mismo podemos decir de cualquier dinero proveniente de operaciones ilegales de cualquier índole. Lo que deben hacer los gobiernos es resolver los delitos y apresar a quienes los cometen. La solución es siempre atacar la causa. Por eso, el "enojo" con el mercado que trasunta el artículo que aquí comentamos, carece de lógica.
Los seres humanos somos lo que somos. Buenos, malos, generosos, egoístas, dadivosos, codiciosos, interesados, etc. Podemos pensar que la educación impregne una serie de valores que modifique o mejore ciertas tendencias y no está mal, al contrario. Pero dentro del marco de la legalidad, todos somos débiles y todos somos temerosos. Todos queremos conservar lo que tenemos; tanto material como espiritualmente.
Pero no es posible dejar de ver dónde está el problema si queremos soluciones. Los Estados no deben gastar más allá de cierto límite. Los funcionarios y gobernantes deben dejar de aplicar políticas muchas veces irresponsables porque les otorgan réditos políticos. Y si esto no ocurre, es porque tales gobernantes y tales funcionarios son tan codiciosos como cualquier hijo de vecino. Codician poder, codician fama, codician pasar a la historia como los nobles y generosos benefactores de sus pueblos.
Y cuando la papa llega a calentarse tanto que quema demasiado, la arrojan de sus manos y que alguien venga a arreglar el entuerto. Para ello nada mejor que culpar al mercado y a la codicia de...los otros.
Por eso es que los planteos deben tener el marco legal adecuado. Los gobiernos deben poner límites al endeudamiento de los Estados, no a las virtudes o los defectos de los seres humanos.
Deben propender a mejorar la productividad y no incentivar la comodidad cuando resulta improductiva.
Cuando una nación, una empresa, un hogar o lo que fuere gasta por encima de sus posibilidades se endeuda y finalmente quiebra. No es ningún misterio esto que decimos.
Antes de esa quiebra es posible que se presente una convocatoria o concurso de acreedores. Es decir, un default.
Las variantes inflacionarias o devaluatorias lo que hacen es quitar parte del patrimonio de toda la comunidad dejándole menos poder adquisitivo a todos los involucrados.
En nuestro país ocurrieron las dos cosas. Hubo devaluación con inflación y también default de la deuda del Estado. No es que acá no haya ajuste, como suele decirse políticamente.
Los bienes escasos y necesarios tienen un valor y esa es la esencia de la economía. La moneda de curso legal es el documento de pago, no la riqueza como también suele repetirse. La riqueza son los bienes y los servicios. El dinero es el pagaré. Pero en el mundo moderno, los únicos emisores de dinero son los Estados. Si el dinero pierde su valor hay que buscar el origen.
El mercado mueve los hilos invisibles de la ley de la oferta y la demanda. Son ellas las que definen el precio. Y ese precio se mide en una unidad de cuenta: la moneda.
Ajustar las leyes y las normas en general para que los Estados se vuelvan más eficientes y produzcan más a menor precio es la clave de la competencia. El endeudamiento irresponsable de los Estados no es culpa de codiciosos mercaderes o usureros como el de Venecia. Pongamos las cosas en su lugar.
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