Las democracias modernas se encuentran seriamente amenazadas por el veneno de la demagogia. En tal sentido, poco hemos avanzado desde que Platón la señaló como disolvente clave de la forma democrática de gobierno y puerta abierta a su fin.
En nuestros días la demagogia se manifiesta en la incesante propensión, tanto de los políticos como de la ciudadanía en general, a centrarse en los derechos de las personas y grupos, subestimando casi hasta hacerle desaparecer del horizonte el tema de los deberes que los miembros de la comunidad política tienen hacia sí mismos y los demás. En Estados Unidos y Europa dicha tendencia ha convertido las necesidades sociales en meras fuentes de derechos, y hoy es común que los individuos esperen de sus gobiernos no solamente la creación de un marco de condiciones propicias para el desarrollo de las capacidades personales, sino la efectiva satisfacción de sus necesidades materiales.
La más grave y autodestructiva consecuencia de los Estados de bienestar contemporáneos es psicológica: millones de ciudadanos han perdido la motivación de esforzarse, el ánimo de producir y la aspiración de superarse, y se ha establecido un círculo vicioso del bienestar: por un lado los políticos hacen ofertas estrambóticas para ganar votos; por otro los electorados exigen tales ofertas como un derecho; y finalmente la creciente satisfacción de las expectativas genera en amplios sectores el hábito de pedir más y el impulso a sustraerse del proceso productivo, para llevar la vida cómoda que consideran su derecho.
Todo parecía marchar sobre ruedas mientras se perdió de vista que semejante proceso se sustentaba cada vez más en endeudamientos a futuro, que comprometían las circunstancias de generaciones venideras para complacer los apetitos de las que hoy viven y desean colmar su hedonismo. Pero algún día tenía que llegar la hora de la verdad y esos son los que ahora se viven en Europa y Estados Unidos.
La crisis que observamos resulta de la demagogia irresponsable que se ha transformado en dinámica fundamental de las democracias modernas y amenaza con quebrarlas financieramente, si es que ya no lo están. En Europa, las ambiciones desmesuradas de las élites que formularon y han llevado adelante el llamado “proyecto europeo” les marearon y extraviaron, comprometiéndoles en iniciativas como las de la moneda única que eran y son descabelladas, en vista de las enormes diferencias entre los Estados que integran la unión. Es claro que la sostenibilidad del Euro dependerá en adelante de la voluntad y capacidad de los contribuyentes alemanes para subsidiar eternamente a sus aliados del sur.
En cuanto a Estados Unidos, la gota que rebasó el vaso fue la increíble decisión de Barack Obama y el partido Demócrata, una vez electos, de emular en Estados Unidos el modelo europeo de Estado de bienestar, ¡precisamente en el momento en que tal modelo comenzaba a resquebrajarse y naufragar! Un país como Estados Unidos, que se levantó con base en las ideas de responsabilidad individual y familiar, en una ética de trabajo y un compromiso comunitario sustentado en deberes y derechos, se ha transformado hoy en una sociedad en la que vastos sectores no sólo no pagan impuestos, sino que han perdido por completo el estímulo productivo y han optado por acogerse a la benevolencia del Estado.
La decisión de Obama a partir de 2009 de concentrarse en una asfixiante reforma de la seguridad social, en lugar de la renovación económica y la generación de empleos, ha sido fatídica y le está hundiendo, y con él a su país.
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