Es tan común la tentación de ocultar la enfermedad de un líder en ejercicio del poder que pareciera que la práctica formara parte de un manual universal del encubrimiento político.
Joseph Goebbels. |
Una excelente fuente histórica de información relacionada con las enfermedades de líderes políticos la constituye la obra de Jerrold Post y Robert Robins, titulada When Illness Strikes the Leader. Las razones para el encubrimiento, sugieren los autores, son explicables. El rol trasciende al individuo. En cierto modo –alegan- el líder es la creación de sus seguidores, la personificación de un deseo colectivo de ser protegidos, dirigidos y orientados. Una súbita enfermedad debilita ese símbolo de fortaleza.
Historiadores han asociado con la epilepsia a líderes mundiales como Julio César, el Papa Pio IX, Hitler y a Lenin, de quien se asegura, fallece en status epilepticus. En 1919, el presidente Woodrow Wilson de EE UU sufrió un infarto que lo incapacitó mentalmente hasta el fin de su período en 1921. Todo ese tiempo se ocultó al público y a la mayoría de sus colaboradores.
Antes de ser electo primer ministro por segunda vez en 1951, Churchill había padecido dos ataques cerebrales, de problemas en el tracto intestinal, de los pulmones, sufría además de ataques de neumonía y de una intermitente depresión que llamaba “mis perros negros”. Cuando su incapacidad se hizo evidente y lo exhortaban a renunciar solía decir que lo haría “cuando las cosas mejoraran o se pusieran peor”.
El 1 de julio de 1893 el presidente Grover Cleveland de EE UU fue operado de cáncer en un yate mientras navegaba por el Hudson a fin de asegurar el secreto incluso de su propio entorno. Sobrevivió 15 años y la causa de muerte no estuvo relacionada con el cáncer.
De la enfermedad que sufrió por años el presidente George Pompidou de Francia, sólo se conocieron detalles después de su muerte. Por órdenes de su médico y a riesgo de su vida, el presidente Eisenhower fue tratado de un primer infarto en su residencia particular a fin de ocultarlo a la opinión pública y a su gabinete. El disparo que recibió Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981, en un intento de asesinato, lo incapacitó mucho más y por más tiempo de lo que el gobierno admitió públicamente.
Franklin D. Roosevelt, sufrió de poliomielitis, una enfermedad devastadora que le hizo perder el control de su cuerpo. Bajo esta traumática condición y en silla de ruedas fue electo presidente 4 veces consecutivas. Se ha dicho que, para su ventaja política, la enfermedad lo despojó de esa patricia elegancia que le habría impedido proyectar la imagen popular que lo catapultó a la Casa Blanca. De las 30.000 fotografías que reposan en los archivos oficiales de FDR, sólo en dos aparece en silla de ruedas, la mejor demostración de los esfuerzos por ocultar la enfermedad.
Consecuencias políticas
De estas crisis políticas modernas por razones de enfermedad, de la única que los autores pueden señalar con alguna precisión un impacto político, fue el cáncer sufrido por Mohammed Reza, Shah de Irán. En 1974 dos hematólogos franceses le diagnostican cáncer en el sistema linfático. El proceso de modernización de Irán llamado la Revolución Blanca, iniciada por el Shah, con la oposición de clérigos, se vio comprometida obligándolo a acelerarla con graves repercusiones que conducirían a la revuelta popular que lo desaloja del poder.
Con un sofisticado tratamiento y un control de su agenda, la dolencia del Shah se ocultó a la opinión pública nacional e internacional hasta su defenestración en 1979. Sólo el servicio de inteligencia francés conocía su estado de salud, lo cual explica la generosa atención que el gobierno galo le proporcionó al exilado ayatolá Ruhollah Jomeini, futuro líder supremo de Irán y jurado enemigo de EE UU. No fue sino hasta 1978, cinco años después del diagnóstico, que la inteligencia americana le informa al presidente Carter de la grave enfermedad que aquejaba al Shah.
Ignorante del padecimiento del Shah y de la ebullición social en ciernes, el presidente Carter, en la víspera del Año Nuevo de 1978, en Teherán, brindó por “el brillante liderazgo del Shah” que habría convertido a Irán “en una isla de estabilidad”. El discurso exacerbó la furia de los ayatolas, afectó las relaciones con EE UU y generó más inestabilidad en la región y en el mundo.
Como sabemos, el entorno venecubano del presidente Chávez también sucumbió a la tentación de ocultar la enfermedad. No obstante, lo inédito del caso venezolano es que una vez develado el secreto la enfermedad deviene en un estridente instrumento de propaganda que habría tomado por sorpresa incluso al propio Joseph Goebbels.
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