En el mundo parece una palabra olvidada. Sin embargo en Uruguay, a raíz del nuevo impuesto a la tierra el término "ideología" ha vuelto a la mesa de discusión política. Y tal vez sea una cosa positiva para aclarar algunos puntos esenciales al respecto.
"Los motivos de este nuevo impuesto no son solucionar problemas de infraestructura. Esto es un tema con una base ideológica fuerte". Las palabras del presidente de la Asociación Rural, José Bonica, fueron contundentes. Al punto que merecieron una respuesta editorial en un matutino oficialista en el cual lo que se decía a grandes rasgos es que hay ideología en todo comentario político, incluso en el de Bonica. Algo de razón tiene si se le dice ideología a la manera de ver el mundo y a la que nos paramos a la hora de definir las políticas públicas. Pero seguramente no es a esa interpretación a la que se refería el jerarca de la ARU.
Sucede que a partir del derrumbe del imperio soviético y del Muro de Berlín los partidos "de izquierda" debieron procesar un enorme cambio mental ante el fracaso final del paradigma por el que se habían guiado durante décadas. Fue así que a nivel internacional se empezó a hablar de dos izquierdas; una pragmática que si bien mantenía ciertas dosis de su viejo discurso en cuanto a la igualdad social y a la preeminencia del Estado en la sociedad, aceptaba que las políticas liberales eran la única receta posible para lograr crecimiento económico sostenido. Y otra más ideológica, que pese a la demostración categórica del fracaso de sus ideas, de forma más solapada sigue manteniendo su antigua visión de la economía y la sociedad.
Esta se manifiesta sobre todo a través de conceptos, de honda raíz marxista, como son la teoría del valor, la plusvalía y la lucha de clases. La definición de estos tres conceptos puede llevar ríos de tinta, pero también se puede hacer de una manera muy sencilla; se trata de lo que los economistas denominan una ecuación de "suma cero". ¿Qué quiere decir esto? Que para quienes piensan así, la riqueza en una sociedad es una masa determinada y fija, y que por tanto en esa sociedad hay inexorablemente ganadores y perdedores. Que si a alguien le va bien, es porque a otros les va mal. Que si uno gana mucho dinero, por más que lo haga honestamente y gracias a su esfuerzo, en el fondo le está restando riqueza a otros.
Ahí está el origen de conceptos como el impuesto a la tierra y a la renta. De la obsesión por la igualdad en vez de por la eliminación de la pobreza. Y la base de los conflictos gremiales permanentes, como queda claro cada vez que un dirigente del Pit-Cnt abre la boca. El problema es que se trata de una gran falacia.
En una reciente columna en el diario La Nación, el economista Eduardo Remolins definía esta forma de análisis como "economía cavernícola", ya que remonta su origen al Pleistoceno, época de escaso crecimiento económico, y donde esa teoría tenía cierta base real. Sin embargo, Remolins cita un trabajo del Premio Nobel de Economía Robert Solow quien demostró que la mayor parte del crecimiento de un país se origina en la innovación, en el cambio tecnológico, y no en la acumulación de tierras o capital. O sea que para crecer es más importante crear (y cooperar para hacerlo), que pelearse por repartir lo que ya existe. La riqueza de una sociedad no es una masa fija, sino una especie de bola de gelatina que se expande o achica permanentemente, imposible de medir o determinar en un momento preciso. Esto porque su base es la creatividad y la capacidad intelectual de la sociedad, no su potencialidad de esfuerzo físico, como afirmaba Marx, totalmente influido por la Revolución Industrial en la que creó su doctrina, y en la que muchos izquierdistas "ideológicos" parecen seguir viviendo.
Es a esta acepción de ideología a la que se hace referencia cuando se definen algunas medidas que está tomando este gobierno. Pese a que no fue eso lo que votó la mayoría de los uruguayos, que creyeron en un discurso electoral que prometía equilibrio, modernidad y, sobre todo, cooperación y sinergía entre los uruguayos para lograr una sociedad más próspera. No una batalla campal en reparto de migajas, que es lo que parece estarnos dando esta segunda administración frenteamplista de manera preocupante.
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