En teoría política las categorías “táctica” y “estrategia” son como para la física, los conceptos de espacio, tiempo y velocidad. Así, un ente político que con verosimilitud lleve a cabo una actividad proactiva de cara a ejercer el poder, tiene que colocar en su preocupación fundamental, el precitado problema de la táctica y la estrategia (y las complejas relaciones que éstas perennemente plantean).
Como sabemos, la estrategia es una concepción ideológica sobre los fines globales compenetrados con el hacer político. Vinculadísimo a ello están los macro-movimientos económicos y sociales, los contenidos morales a estabilizar, en fin. La estrategia es pues paradigma y nociones generales acerca de la formación social que se pretende gobernar. Bien. Táctica es una idea que pende de la estrategia, pero encarna vivamente el fragor específico de los pasos que tienen que darse para hacer que esta última se concrete. La mejor táctica ha de ser la que se imbrique más adecuadamente en la estrategia; en tanto que la mejor estrategia es aquella que en efecto abre puertas para que la aguda táctica se lleve a cabo día a día.
Cuando esta teoría se lleva a la práctica, no siempre su contenido eidético sale nítido, impecable. Usualmente la letra se ve trastocada por lo implacable de los hechos. No son pocas las ocasiones en las cuales las estrategias y las tácticas se enferman. Los teóricos de la política suelen denominar la primera patología, “estrategismo” y la segunda, “tacticismo”. Tacticismo es la hipérbole ciega y fanática de todo aquello que la táctica tiene, de inmediatismo, de miopía. Es, además, algo así como teclear acaloradamente la máquina de escribir, en los tiempos de los ordenadores. Estrategismo, empero, es el vicio de concebir la meta en términos claroscuros, generalistas, dogmáticos. Siempre está asociada a instrumentaciones locas, desatinadas, llenas más de pasión que de razón.
Cuando el gobierno de Hugo Chávez decide compactar la fuerza vanguardista que primero se llamó MVR y luego PSUV, y radicalizar, así, una acción ultra-sectaria de lucha, no hay duda que trazó una táctica exitosa. ¡Cómo no admitirlo si ganó consecutivamente elecciones! La táctica de conformar y poner a rodar una fuerza que jamás mostró interés en calibrar el carácter diverso y democrático de Venezuela, funcionó. Funcionó esta extrema exclusión porque era tal el hastío popular por la pésima gestión de los entonces sepultados AD y Copei, que ello no solo era masivamente admitido, sino solicitado a gritos. Pero el tiempo ha pasado y esta táctica (otrora eficiente) se ha venido convirtiendo en tacticismo. El deficitario rendimiento que a estas alturas muestra inequívocamente el gobierno de Chávez, el inevitable desgaste, viene imponiendo segundo a segundo que su atípica modalidad de “desconocimiento del otro” (la cual hasta hace poco le garantizó arraigo popular) esté deviniendo ineluctablemente en un decadente tacticismo el cual lo único que le garantiza es el fracaso electoral y todo lo que esto encarna. El zopenco chavismo sigue hoy por hoy haciendo política enarbolando la bandera de la exclusión ideológica y relacional, trazando una suerte de nado de salmón; es decir, contra la corriente. Es una política en contra-vía toda vez que la sociedad venezolana tiene enclavado todo su polifacético acervo de talentos, justamente dentro y fuera de las nerviosas filas de lo que hoy se llama PSUV. Gobernar a punta de tan decadente tacticismo, es como tocar piano con una mano artrítica. Es que ni el mismísimo líder da señales de entender el asunto.
Lo cierto es que toda táctica establece reciprocidad con su correspondiente estrategia, así como todo tacticismo hace lo propio con su correspondiente estrategismo.
A estas alturas del devenir político venezolano, queda claro que este tacticismo adelantado por Chávez y su hoy menguada fuerza política, solo es entendible a tenor del estrategismo que se inaugura exactamente en 2009. Es cierto. Cuando en ese año este sector político deja a un lado el sentido estratégico propio de la Constitución vigente y atolondradamente abraza, así, el legado dejado por el modelo estado-céntrico de socialismo, no le queda entonces alternativa distinta que incurrir en el precitado tacticismo. Un tacticismo de suyo innatural, enfermo, esquizoide. El germen que explica esta situación se halla claramente en dos contextos. Uno, el agotamiento histórico del propio líder. Otro, la torpeza de no entender que toda transformación de la sociedad venezolana implica la comprensión de su factura plural, democrática. Ah, también de la demanda de una gestión de gobierno que parta por garantizar de seguridad real al ciudadano. No que voltee y silbe ante el cotidiano crimen.
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