A todo lo largo y ancho del mundo entero, sobre todo en Occidente, con honrosas excepciones, el hombre contemporáneo ha adquirido el hábito de vivir indiferente a su prójimo, a pensar y actuar de espaldas a todo cuanto no le interese a su Yo, egoísta. Quizás, porque generalmente ha abdicado de la sacralidad de la vida y optado por un secularismo a ultranza. Pareciera que su aventura vital trascurre como una batahola, sin más sentido que el consumismo del pan y del espectáculo mediático.
Eminentemente pagado de sí mismo, en su egocentrismo desesperado y exasperante, no cuenta para nada su congénere, como no sea para su propia utilidad. No practica el concepto relevante de unidad de vida, por lo que no viviendo como debería pensar acaba pensando como vive. Así está ocurriendo en el seno de muchos ámbitos sociales, privados y públicos venezolanos.
Nuestra democracia política enferma, aniquilada, convertida en un socialismo comunismo del siglo XXI, es ejemplo notorio y desafortunado de lo expresado antes. Vaciada de valores éticos, muchos de sus cabecillas a penas sí emulan con creces la publicidad y el marketing de la propaganda mercantil, y su votación no compromete seriamente a los candidatos que resultan elegidos, porque de esa manera la responsabilidad ante el elector se debilita.
Habría necesidad de volver a recuperar la ética perdida tanto en lo privado como en lo público, pues sin aquella esta otra es casi imposible de lograr. El hombre actual generalmente ha olvidado, y es como si ya no le importara, las sanas costumbres ancestrales, las de los honorables antepasados; ni la palabra, ni el ejemplo, de líderes religiosos, o filósofos, o políticos, en quienes las personas y los pueblos pudieran inspirarse y lograr alcanzar comportamientos dignos de la especie humana.
Voy a mencionar unos pocos, edificantes ejemplos. En primer lugar, el de Aquel que mandó:”Amarás a tu Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. En este precepto se han inspirado grandes líderes del mundo para hacer el bien, e integra un sistema bien diseñado en beneficio de todas las personas, que cuando lo contrariamos desordenamos la sociedad, justamente parecido a lo que estamos viviendo ahora.
Enseguida, recuerdo al filosofo Emmanuel Levinas, lituano de nacimiento, cuyo periodo vital se extendió a lo largo del siglo XX, quien ha revolucionado el pensamiento filosófico que lo precedió desde los griegos, según el cual la filosofía primera está fundada en la Ontología, es decir, en el Ser y el Saber, esto es, en el conocimiento de la Esencia de las cosas. Pero esta filosofía ha conducido a la discriminación del hombre, entre sabios e ignorantes; entre poderosos y débiles; en definitiva, es la filosofía de la preponderancia del más fuerte.
En cambio, Levinas, heredero por ancestro de la cultura hebrea, nos solaza con una nueva filosofía, que ahora emerge como filosofía primera, conforme a la cual al lado de todo hombre se encuentra Otro, el prójimo, gracias al cual soy Yo quien soy y sin el cual no soy Nadie ni Nada. Ese Otro, y Yo, están llenos de pasiones y sentimientos, tienen relaciones reciprocas, y por consiguiente requieren de la ética para convivir. Es la filosofía del respeto y aprecio por el Otro.
Por fin, cito el nombre del preso político que fue, más importante del mundo, Nelson Mandela, acrisolado en la cárcel durante 27 años, donde consumió todo lo que podría ser superfluo en él, aprendiendo las virtudes del dominio de sí mismo, de la disciplina y la concentración, y a educarse en el amor hacía los demás, el Otro, quien una vez liberado de la cárcel continúo empeñado en liberar a todos los sudafricanos de la tiranía de la indigna política blanca del Apartheid, siempre inspirado en el principio cultural africano denominado Ubunto, el cual predica que somos humanos sólo a través de la humanidad de Otros, que si conseguimos cualquier cosa en este mundo se debe en igual medida al trabajo y a los logros de Otros.
No resisto a la tentación de citar aquí, al respecto, una enseñanza preciosa de Juan Pablo II: “Dios ha confiado a cada uno cada individuo y el conjunto de los seres humanos. Ha confiado a cada uno todos, y a todos cada uno”. Por tanto, a la luz de toda la concatenación conceptual que precede, todos los seres humanos coexistimos; somos una comunidad universal de personas.
Si se me permite apreciado lector, diría que he intentado en este artículo textualizar una coincidente línea unificada de pensamiento teológico-filosófico-político, apropiado a la verdad y realidad del hombre.
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