Todo sistema social y económico que aspire a ser humanitario tiene, necesariamente, que reflejar la naturaleza del hombre.
El comunismo fracasó, en parte, porque negaba ciertas verdades humanas; especialmente, el hecho de que estamos capacitados para decidir.
Al intentar reemplazar el mecanismo del mercado, de la oferta y la demanda, con órdenes emanadas desde arriba, tanto la teoría socialista como la comunista atribuyen a determinadas personas habilidades que ningún individuo o grupo posee. Por ejemplo, nada ni nadie puede predecir qué necesidades tendrá una sociedad determinada mañana por la mañana o en el futuro lejano. No importa cuán sofisticados sean los modelos económicos: tal visión está más allá de la inteligencia humana. De ahí que los pronósticos económicos suelan describirse más bien como un arte y no como una ciencia.
Otro fracaso real del socialismo a la hora de comprender la naturaleza humana es su incapacidad para aceptar que la inmensa mayoría de la gente prefiere que la propiedad esté en manos privadas. Esto no quiere decir que la gente no acepte que la propiedad radique en grupos de personas, como las empresas con muchos accionistas, o incluso en el Estado. En ciertas circunstancias, como durante las guerras, la gente acepta ciertas restricciones sobre la propiedad. Sin embargo, la propiedad privada sigue siendo la norma preferida en casi todas las sociedades. Pero el comunismo, aferrado a su principismo en materia de propiedad privada, no acepta esta realidad.
¿Por qué la gente tiende a preferir la propiedad privada sobre la comunal? Pues porque razona, como lo hicieron Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, que cuando la propiedad es de todos no hay responsabilidad, como tampoco rendición de cuentas cuando desaparece. Son muy pocos lo que están dispuestos a hacerse responsables de las cosas que no les pertenecen.
Sabemos por experiencia en qué consiste la tragedia de los comunes: lo que es de todos no es de nadie, y nadie lo cuida. Desde luego, quienes primero lanzaron las ideas socialistas conocían el problema, pero creían que se solucionaría cambiando la manera de pensar de la gente, lo cual daría pie no sólo a un nuevo sistema, sino al "hombre nuevo".
La sociedad comercial rechaza tal visión, así como las herramientas para hacerla realidad, guiada por su conocimiento realista de la naturaleza humana. No asume que la gente vaya a actuar con altruismo a la hora de realizar un intercambio comercial. Los contratos existen porque siempre habrá alguien que no cumpla lo acordado.
De la misma manera, la red de intercambios asume que la gente, por lo general, practica el intercambio para satisfacer sus propias necesidades, y no necesariamente pensando en el bien de los demás. El tipo de intercambio característico de la sociedad comercial difiere del de obligación mutua que regía en las sociedades medievales, donde el campesino pagaba a los nobles para que éstos le prestaran protección contra los bandidos y los invasores.
La sociedad comercial no intenta eliminar la falibilidad humana, ni critica que cada cual actúe en defensa de sus propios intereses, siempre y cuando respete los derechos de los demás. La referencia de Adam Smith a la mano invisible confunde a muchos, pero sólo se trata de una metáfora para expresar que, sin que nadie lo pretenda, las consecuencias de que la gente persiga libremente sus intereses son socialmente beneficiosas.
Cuando los individuos buscan obtener una ganancia particular, contribuyen involuntariamente a la riqueza de la sociedad y permiten que gentes de diferentes naciones se conozcan, lo cual promueve el civismo y la paz. Asimismo, posibilitan que otros se beneficien de más y mejores trabajos, con lo cual contribuyen al desarrollo tecnológico.
¿Quiere esto decir que la sociedad comercial no permite el altruismo? Ni mucho menos. De hecho, posibilita que haya más gente generosa, y cada vez más, debido a que cada vez son más los individuos que, en ella, acumulan riquezas por encima de sus necesidades y responsabilidades.
© AIPE
SAMUEL GREGG, director de investigaciones del Acton Institute y autor de The Commercial Society.
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