El contexto militar en el cual el presidente Chávez plantea su lucha política y especialmente las campañas electorales no existen adversarios políticos, sino enemigos. Esta audaz manera de abordar la política ha confundido y debilitado los intentos opositores de confrontarlo.
Cuando el comandante Hugo Chávez puso de manifiesto su ambición de poder en 1992, no sólo carecía de experiencia política, sino de una sólida formación intelectual. No obstante eran evidentes sus condiciones naturales para el liderazgo. Nada sorprendente en el mundo de la política. Pero en su caso, lo extraño ha sido su persistencia en el uso de ese bagaje aprendido en la Academia Militar que se traduce en su acción política. El teórico militar británico, Liddell Hart, decía que la estrategia era “el arte de distribuir y aplicar medios militares para obtener fines políticos”.
Con la misma pasión que los franceses abrazaron la doctrina de la “ofensiva a ultranza”, a fines del siglo XIX, esta ha ejercido una fascinación irresistible en el líder bolivariano creándole un problema a los opositores que no han podido articular una estrategia para confrontarla y cuando lo han intentado se asemeja a un modelo extraído de un simulador electoral suizo.
Si se analizan con objetividad muchos de los factores de avances que la oposición se ha atribuido se advertirá que no es el resultado de una estrategia bien concebida sino reveses de la proverbial incompetencia de funcionarios bolivarianos o vacios que son ocupados, más por el principio de física que rechaza los vacíos, que por una acción calculada. La experiencia indica que cuando estos avances no son conquistas estratégicas firmes, Chávez recupera terreno.
Confiar en que Chávez retroceda como consecuencia de sus propios errores, para que la oposición ocupe esos espacios no es estrategia, es un albur. En espera de la autoinmolación de Chacumbele, según la premonición de Teodoro, la oposición lleva más de una década.
El imperio
Probablemente el único “enemigo” de Chávez con una estrategia consistente, llevada a cabo con paciencia, es EE UU. Desde Bill Clinton no ha habido cambios sustanciales. Cuando el presidente Chávez creyó vislumbrar un cambio a su favor con la llegada del presidente Obama, los gringos lo obligaron a aterrizar. El carácter impredecible e impulsivo de un líder, así como la incertidumbre, son factores negativos en política exterior, particularmente para los anglosajones
EE UU ignoró olímpicamente agravios y ha dejado que el tiempo se encargue de desprestigiar extravagancias como la consabida invasión. Mientras tanto el Departamento de Estado no ha abandonado la retórica afirmativa y la aplicación del principio de reciprocidad cuando lo considera necesario. Si EE UU, como lo acusa el gobierno bolivariano, socava al régimen bolivariano, lo ha hecho con un estilo digno de la pérfida Albión.
Un desafío actual para cualquier analista o en el futuro para un historiador será conocer hasta que punto ha sido EE UU responsable del serio predicamento en que se encuentra el gobierno bolivariano. Especialmente desde que se abrieron las compuertas de secretos con la muerte de Raúl Reyes, el juicio de Antonini, Pdval, los empresarios y banqueros de la crisis financiera, la masiva información que se presume, Walid Makled proporcionó a la DEA en sus meses de cautiverio en Colombia y tantos otros que ha obligado al líder bolivariano a una retirada estratégica e ideológica.
¿Indignados?
Una máxima de Liddell Hart, le viene al pelo a la oposición: “si quieres paz, entiende la guerra”. Mientras el sector de oposición no entienda que una “ofensiva a ultranza” no se puede enfrentar con una “defensiva electoral a ultranza”, la estrategia opositora tendrá poco sentido. Existen dos principios básicos en toda estrategia: ajustar los medios al fin que se persigue y seguir una línea de acción que ofrezca objetivos alternos.
El propósito fundamental de una estrategia no es vencer al enemigo en un solo encuentro sino disminuir su resistencia hasta abatirlo. No se trata de que la oposición acuda a la violencia o a medios inconstitucionales sino que ponga en práctica una estrategia única, coherente y consistente de ataque a las líneas de menor resistencia del gobierno.
Las acciones de los estudiantes venezolanos serían un buen ejemplo de acciones sobre flancos débiles si no fueran tan intermitentes. Los “indignados de Madrid” y las “mujeres de blanco” de Cuba son también ejemplos de resistencia activa legítima.
A lo mejor los líderes de la oposición no tienen la culpa. Es posible que todavía no haya “indignados”, ni siquiera “hombres de blanco”, en Venezuela.
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