lunes, 27 de junio de 2011

JUAN PINA: HIPOTECADOS QUE CULPAN AL BANCO DE DARLES LO QUE PEDÍAN (ECONOMÍA)

Se arrastraron ante el director de la sucursal, ignorantes de que ese empleado sólo es un sonriente relaciones públicas que ni pincha ni corta en el resultado de la operación. Liaron a la familia para que les prestara dinero, para poder hacer frente al diez o veinte por ciento no cubierto por el crédito. Aceptaron, sin leerlas, todas las condiciones y toda la letra pequeña. No compararon entre bancos, no se miraron los informes de las asociaciones de consumidores o de clientes de banca, fueron a su banco o, peor, a su politizada y aparentemente bondadosa caja de ahorros de toda la vida.

Cuando se les concedió la hipoteca lo celebraron como si les hubiera tocado la lotería. Ahora, en plena crisis, con la moneda fuertemente devaluada frente a los estándares de verdad (oro, plata, algunas commodities estables) y con el grifo del crédito irresponsable cerrado por la banca que de verdad manda (la central), muchos de estos hipotecados se revuelven contra el banco que les concedió el crédito. Se asocian en plataformas de “afectados” por las hipotecas que ellos suplicaron, y organizan piquetes para impedir por la fuerza el desahucio de quienes no pagan, por aquello del remojo y las barbas del vecino.

Como decía Trillo desde los altos del hemiciclo, “manda huevos”. Uno creía haber perdido casi por completo la capacidad de asombro ante la estupidez generalizada, inducida por el Hiperestado, pero de vez en cuando pasan cosas que le hacen recuperar la capacidad de sorprenderse. “Estamos en lucha contra los banqueros, que nos dieron créditos irresponsables sin analizarlos bien, y ahora nos quitan las casas”, venía a decir un indignao el otro día, por la radio. Qué poquita dignidad.

Es cierto que durante los años del long boom y de la burbuja de ladrillo, los bancos concedieron miles de créditos a la ligera. De ello deberían quejarse los accionistas de esos bancos, cuya inversión puede peligrar. Y los depositantes, ya que en nuestro sistema económico los depósitos a la vista se utilizan para dar esos créditos. Y los ciudadanos en general, ya que el sistema financiero se ha estirado hasta la más irresponsable insostenibilidad con este tipo de malas prácticas inducidas desde la banca central (los bancos comerciales hoy no son más que tentáculos de la banca estatal, tan diversos en marcas como similares en realidad).

Pero si hay alguien que, por puro sentido del decoro, no debería quejarse, es precisamente el beneficiario de esos créditos que nunca debieron darse. Y de hecho no se queja, salvo cuando no puede pagar. Por cada indignao que se queja de que le dieron el crédito que pidió, que rogó, hay muchos más hipotecados que dicen con alivio “suerte que me lo dieron antes de que empezara la crisis, unos meses más y me quedo sin crédito”.

Es curioso el paralelismo que se da entre el comportamiento de los hipotecados y el del Estado cuando emite deuda. En ambos casos se considera un logro alcanzar un alto nivel de endeudamiento. Leemos en la prensa que “el gobierno ha conseguido colocar miles de millones en instrumentos de deuda soberana” o escuchamos en nuestro entorno que Fulano “ha conseguido que le den una hipoteca”.

Endeudarse no es ya un instrumento necesario, arriesgado y digno de gestionarse con muchísima prudencia, sino una simple victoria que permite usar recursos ajenos. Y después, cuando haya que devolverlos, pues ya se verá qué se hace.

Es un comportamiento propio de yonkies. Acierta Johan Norberg al calificar de adicción al endeudamiento la manera de actuar de los Estados. Y éstos, a su vez, han inducido ese mismo comportamiento temerario en los ciudadanos. Así que no, no es enteramente culpa de los indignaos hipotecaos desahuciaos. Tiene mucha culpa el sistema educativo, que jamás les enseñó ni cuatro lecciones elementales de la asignatura básica para actuar en la vida: la economía.

Y tiene mucha más culpa el Estado, ese manipulador, ese ingeniero social, cultural y también económico que les empujó a endeudarse a través de la banca por él controlada. Pero incluso así, la responsabilidad última y principal sobre los asuntos de una persona la tiene esa persona. Hubo inducción al endeudamiento, pero no coacción directa. Hubo espejismo y engatuse, pero no fraude-fraude.
Si los indignaos cayeron en la trampa fue en gran medida porque quisieron, que no vengan ahora llorando como niños pequeños: “papá, eres malo, me duele la tripa por las chuches que me compraste, no tenías que habérmelas dado“. La responsabilidad es la otra cara de la moneda de la libertad. Claro, por eso la libertad tiene tan pocos amigos, porque la inmensa mayoría, esas masas acéfalas y bovinas, prefieren abdicar de ella y vivir como críos dóciles para no asumir responsabilidad alguna, para que piense por ellas el Estado. Pues a la vista está el resultado de permitírselo, y la solución no es cambiar de gestores del Estado sino reducir el Estado y administrarle a los ciudadanos un dura terapia de realidad para curarles de una vez por todas el complejo de Peter Pan.

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