Cuba y otros sones.
Hugo Chávez ha comprado su credencial de revolucionario entregándole el país al gobierno cubano. Un precio muy alto, que ha conducido a la progresiva disolución de la República bajo el mando de una dirección -como la cubana- cuyo único propósito es garantizar su perpetuación en el poder. Los convenios que firma con Cuba son una parodia para encubrir el tejemaneje entre los gobiernos, porque la realidad es que la dirección estratégica del régimen chavista está en este dispositivo binacional que los venezolanos no han elegido ni aprobado. El control que ejerce la cúpula cubana sobre el Estado venezolano viola todo lo violable. Un precio muy alto para que el Comandante-Presidente sea considerado un revolucionario cuando sin la bendición de Fidel Castro no habría pasado de ser un militar latinoamericano golpista más. No se trata sólo de la simpatía que el de aquí siente por el de allá; ni siquiera ese influjo cuasi-intelectual que ha llevado al de aquí a convertirse en marxista como el de allá, pero por ósmosis, sin haberse leído a Marx como con imprudencia e impudencia confesara en un momento de supremo descontrol oral. El asunto es que Venezuela ha tenido que pagar esta credencial emitida por los cubanos con unos 112.000 barriles diarios de petróleo, refinerías, triangulaciones para que las ganancias se queden en la isla, viviendas, y otra finezas, a cambio de mano de obra -en muchos casos generosa- de jóvenes cubanos hiper-explotados por sus jefes, sin que se incluya en éstos el malandraje policial y militar que ha agarrado el control de estructuras esenciales del Estado nacional. El nudo de la cuestión es que hay un gobierno que siente más afinidad con un régimen extranjero que con la mayoría de los venezolanos. Este refocilarse entre los jefes de Cuba y de Venezuela contrasta con el desprecio que siente el de aquí por sus compatriotas; no sólo por los de oposición sino por los chavistas también.
El artículo de Armando Durán sobre Caracas documenta esa inquina contra lo propio. El odio a los de la oposición está documentado; el caudillo no siente obligación alguna ni política ni afectiva con ellos porque los considera representantes del imperio y apátridas, como los califica con frecuencia. Pero es que tampoco quiere mucho a sus propios partidarios: si protestan es porque se han dejado influenciar por los imperialistas, si solicitan es que no comprenden que un revolucionario debe ser austero, si se silencian no son tomados en cuenta para nada. Véase si no, que la mayoría de los dirigentes -¡los dirigentes!, no la base- son ignorados en las decisiones que Chávez toma junto a los cubanos. El quejido de diputados, gobernadores y alcaldes, y hasta ministros, es patético; ya Chávez considera que le queda grande a Venezuela, por lo que el desprecio a los venezolanos es una actitud que se le cuela en la rabia, el gesto y los tics, que se le notan cada vez que hay reclamos en la calle. La dirección cubana ha puesto especial atención en el control sobre el aparato policial, militar y de inteligencia de Venezuela, por eso es que cada vez que se levanta una alfombra en algún lugar crítico de la estructura del Estado, salta un camarada cubano, estudiadamente simpaticón, poco controversial, pero que se toma muy en serio el papel de jefe. En el campo militar la creación de la Milicia Nacional tiene propósitos de contrainsurgencia doméstica, mientras que la Fuerza Armada, a estas alturas, devastada, se proyecta como instrumento conjunto de Raúl Castro y Hugo Chávez, lo que queda demostrado con la Escuela Militar de la ALBA. Es de cavilar sobre lo que piensan los militares institucionales.
CASAS DE CARTÓN.
Nadie sabe quién pagará los platos rotos de una política como la que en materia de vivienda desarrolla el gobierno. Los incentivos que ha desarrollado son tan perversos que hay quienes han comenzado a construir ranchos para que les den casa porque la prioridad está en aquéllos que desean sustituir sus ranchos. Este narrador conoce casos en los que hay quienes tienen ya su casa y han procedido a la construcción de ranchos con el propósito de intercambiarlos luego por casas que, eventualmente, alquilarían o revenderían. La visión es tan limitada por parte del régimen que cree que el tema de la vivienda es tierra, cabilla y cemento, con una pequeña omisión: los seres humanos. Muchas de estas casas están sin urbanismo alguno; sólo las casas del tío rico, PDVSA, vienen con todo, no así las de las gobernaciones y alcaldías. Es claro que el gobierno no va a construir las viviendas prometidas, pero en la tesis de que esta oferta funciona como una lotería, bastará que pocos logren obtener unas casas para disparar la esperanza en otros. Por esta razón, en vez de dedicarse a competir sobre el tema genérico de la Misión Vivienda y ofrecer lo mismo que Chávez, lo conveniente es analizar los resultados concretos, cómo son las casas, qué tienen y qué no tienen, qué pasa con los servicios, quiénes son los beneficiarios y quiénes son los vivos en esta historia, si son sólo los rojos los favorecidos. La Misión Vivienda es una nueva forma de discriminación política y de exclusión social; no está concebida como una manera de incluir a los que no comulgan con el régimen sino para generar una nueva exclusión; casas para todos con la condición de que adhieran al gobierno. En este sentido se hace vulnerable como propuesta de acción pública.
HUMALA: YO NO SOY CHÁVEZ.
Ollanta Humala consideró que para ganar las elecciones tenía que romper con Chávez y para lograrlo buscó dos fiadores de alto valor dentro de Perú: Mario Vargas Llosa y Alejandro Toledo; y otro de relevancia política mundial: Lula. El problema de hoy no es si Humala va a ser fiel a los nuevos compromisos o si va a serlo con los viejos, los de su radicalismo golpista; esto no se sabe. Lo que sí se sabe es que rompió (al menos provisionalmente) con Chávez y que volver a su regazo le costaría una campaña formidable en contra de quienes ahora le dieron el margen necesario para ganar. Además, para Humala ya no es negocio estar con el caudillo venezolano, entre otras cosas porque si Perú sigue como va con políticas distintas a las de Chávez, no lo necesita para nada porque éste es un país de altísimo crecimiento, entre los que crece más en América Latina. Entonces, ¿para qué comprarse un problema? Lo que se ilustra con este viraje del nuevo Presidente peruano es que Chávez ahora no protege sino que vulnera, no ayuda sino que perjudica. Se le aceptan los dólares pero en la forma más disimulada posible no vaya a ser que retraten al receptor junto a quien poco a poco se convierte en un bacalao, casi imposible de cargar en el lomo. Ya el caudillo no es aquél que brindaba prestigio junto con la carreta de dólares que lo acompañaba sino el personaje que tiene que recurrir a los cubanos para articular sus políticas, para luego terminar refugiado en la carpa de Gadafi.
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