domingo, 26 de junio de 2011

ALBERTO MEDINA MENDEZ: EL SADISMO ELECTORAL. (DESDE ARGENTINA)

Para los que estamos convencidos de que el autoritarismo no es una opción moralmente válida, que la libertad debe ser preservada como valor central de la vida en comunidad y que las decisiones no significan imponer al otro la visión propia, la democracia parece ser, la menos mala de las alternativas disponibles.

Cierta exacerbación de esa noción nos hace rechazar de plano, cualquier otra forma que cuestione la vida democrática de una sociedad tal cual la concebimos, aunque muchas veces terminemos vaciando la idea principal y creyendo que solo se trata de hacer lo que dice el que tiene más votos. Vaya deformación conceptual esta, aunque habrá que decir que dicha visión goza de una peligrosa adhesión popular, con todo lo que ello implica.

Pero buena parte de la defensa irrestricta de la democracia, se sostiene sobre la base de un sistema electoral que fija reglas del juego mínimas, esas que tienen que ver con seleccionar a aquellos que nos representan y que tomarán decisiones por nosotros, como parte de una comunidad.

Así las cosas, la dinámica electoral, se convierte en el escenario fundamental, en el ámbito simbólico de mayor trascendencia, al punto que algunos llegan a sostener con certeza, que una de las fortalezas de la democracia, es que cada tanto, el ciudadano, puede decidir la continuidad o el reemplazo de sus elegidos, como si esto fuera lo significativo de la idea.

En ese contexto, el diseño de la herramienta electoral, pasa a ser la clave del sistema democrático, y por lo tanto, el marco necesario para que la partidocracia reinante lleve adelante las mayores aberraciones imaginables para manipular la voluntad popular a su arbitrio y determinar convenientes reglas para su provecho.

El sistema electoral, vaya paradoja, está en manos de los beneficiarios del mismo. Son los electos, quienes establecen las normas, las modifican a su antojo y las ajustan discrecionalmente según sus propias necesidades.

En democracias altamente imperfectas como las nuestras, sigue vigente el monopolio de los partidos políticos. Ningún ciudadano puede ejercer derechos ciudadanos a ser elegido, sin pasar por el complejo filtro que propone el irregular, frágil y caprichoso funcionamiento de los partidos.

Este primer escollo, deja afuera, a cualquier individuo que no esté dispuesto a someterse a la poca estimulante trituradora que propone casi cualquier facción partidaria. Allí, los méritos no tienen necesariamente que ver con talentos, aptitudes y habilidades, mucho menos con buenas ideas, brillantes propuestas o inteligentes estrategias.

En ese submundo alcanza con sobrevivir al resto. Se trata de la ley del más fuerte, en el que rara vez los mejores se imponen. Solo alcanza con conocer las trampas del esquema general para avanzar y quedarse con el mando.

No se puede desconocer que el espacio electoral es el lugar preferido de las mañas y las trampas, de los trucos y los ardides. El que mejor conoce los vericuetos formales, los detalles operativos que ofrecen flancos, sacará rédito de ello y conseguirá ventajas significativas a la hora del recuento.

El sistema electoral es el entorno más adecuado para manosear la voluntad popular. Listas sabanas para esconder ignotos candidatos, mecanismos internos de selección objetables, poco transparentes, repletos de maniobras, con recovecos formales que estimulan a los más descarados.

La fauna del día de las elecciones, mostrará un ejército de fiscales, la logística del traslado de votantes, las dádivas a la orden del día, las picardías de los más experimentados y el talento para sacar ventaja que se perfecciona eternamente.

Pero es el financiamiento de la política, el mayor de los cómplices de esta historieta. La sospecha respecto del origen de los fondos, el indisimulable peso de los aparatos de poder, sobre todo allí donde las cajas estatales hacen de las suyas, aporta la cuota de corrupción infaltable a la hora completar la escenografía.

Todo lo descripto solo puede ser concebido por la mente retorcida de mediocres, de gente sin convicciones democráticas profundas, que utiliza estos recursos para tratar de disimular su incapacidad personal y  abrirse el camino hacia el poder. De otro modo no podrían lograrlo. Necesitan dejar afuera a los mejores, amedrentar a los moralmente más aptos y disuadir a los más íntegros.

Por eso le tienen miedo al voto electrónico, a la fiscalización que propone la tecnología, a la boleta única, al sufragio por internet o cualquier idea que les quite control, posibilidades de torcer el rumbo, de apelar a la diversidad de atajos, para acomodar todo a su gusto.

El ferocidad de quienes implementan día a día estas herramientas, de quienes se la pasan pensando, como utilizarlas para que les resulte conveniente, solo puede ser patrimonio de hombres crueles, que disfrutan de su supuesta habilidad y que se burlan de una ciudadanía timorata, al punto de acusar a cualquiera que se atreva a cuestionarlos, de antidemocráticos.

Si los sistemas electorales no se transparentan, sino se hacen abiertos, con pocas reglas, propendiendo a una participación ciudadana con mayúsculas, quitándole privilegios al sistema partidario y prerrogativas a los poderosos, para permitir que los mejores puedan tener oportunidades, seguiremos condenados a estar en manos de los sádicos de siempre

Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com

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