A simple vista se advierte que desconocen no sólo aspectos relacionados con teoría de gobierno, de organización pública, administrativa y económica. También, problemas terminales del sistema social y demandas focales del sistema político.
Antonio José Monagas
La actual Constitución de la República declara taxativamente el carácter no político-partidista de la función pública. No podía ser distinto por cuanto la eficiencia y eficacia de la Administración Pública depende de un desempeño objetivo. Por esa razón, el constituyente delineó el artículo 145 de forma categórica. Su redacción se elaboró sin ambages. Puntualizó que los funcionarios “están al servicio del Estado y no de parcialidad política alguna”. Del mismo modo, lo refería la Constitución de 1961. Entendiéndose por funcionario, toda persona que preste sus servicios al aparato administrativo público desde cualquier función de gobierno a través del cual exponga su capacidad a favor de las exigencias del cargo o labor profesional a ejercer. En consecuencia, quienes ocupen responsabilidades en cuadros de gobierno, son funcionarios. Sea en cargos de carrera o de elección popular, de libre nombramiento y remoción o contratados.
Un gobernador, menos que nadie, no está exceptuado de acatar los deberes de todo funcionario. Su labor como servidor público debe marcar una notable referencia. Su ejemplo bien podría incitar actitudes necesarias para el fortalecimiento del gobierno regional. Sin embargo, no es lo que actualmente está observándose en medio de la crisis que acosa al país. Particularmente, por parte de aquellos gobernadores afectos al proceso de gobierno. Más por sumisión política, que por condición institucional o por convicción profesional.
Generalmente, quienes gobiernan entidades político-administrativas bajo el sometimiento que estigmatiza la rastrera subordinación, emulan desvergonzadamente el acompasado movimiento de un títere en pleno trabajo circense. A simple vista se advierte que desconocen no sólo aspectos relacionados con teoría de gobierno, de organización pública, administrativa y económica. También, problemas terminales del sistema social y demandas focales del sistema político.
Es absurdo pensar que gobernar puede reducirse al hecho escueto y directo de ordenar diligencias, a desdén de solicitudes clamadas desde realidades atosigadas por conflictos y desavenencias de toda naturaleza. Asimismo, resulta disparatado considerar que gobernar es desviar la atención y preocupación hacia necesidades de estricto contenido proselitista pues de esa manera se desvía el propósito inherente al acto de abordar procesos sociales creativos que mancomunan necesidades dispares de legítima raigambre.
Debe concienciarse que gobernar es cada vez un problema más difícil. Que gobernar en democracia, lo es más aún. De no comprenderse esto, las realidades se encrudecerán y encarecerán más allá de lo imaginable. Mientras no se reconozca que gobernar es asunto de civismo, no de militarismo, el país se verá emboscado por la violencia, la impudicia, el entorpecimiento y la conflagración como en efecto está sucediendo. Muy a pesar de las reiteradas declaraciones por parte de altos funcionarios quienes pretenden hacerle ver al país que la situación nacional es de “completa felicidad”. Gran mentira ya que problemas de toda índole abruman la sociedad, asfixian la economía y vapulean la política. Y ello, gracias a que desde el Ejecutivo Nacional han confundido gobernar con imponer. Como si Venezuela fuera mazmorra de cuartel.
VENTANA DE PAPEL
SAN APAGÓN, LIBRANOS DE UN CORTOCIRCUITO
Cuesta creer que en un país notablemente hídrico, por la abundancia de sus cuencas hidrográficas que canalizan importantes cuerpos de agua y que a su vez han favorecido la construcción de embalses y represas, cuenta con un pésimo servicio eléctrico. Como colofón de tan desastrosa realidad, cabe destacar la apatía que ostenta el gobierno nacional al haber desatendido, a lo largo de once años de presunta gestión pública, las fuentes de generación de electricidad con las consecuencias sabidas y vividas por la sociedad venezolana. Apagones cada momento, sin aviso previo de la empresa gubernamental que administra la generación, distribución y comercialización de tan vital servicio, evidencian la gravedad de la situación. No conforme con eso y lejos de sancionar tal grado de irresponsabilidad, el presidente congratulaba –como gran logro– la reposición del servicio eléctrico luego del último y nefasto apagón que afectó no sólo importantes empresas privadas, sino que también dañó incontables aparatos de línea blanca en miles de hogares los cuales jamás serán indemnizados por Corpoelec, o mejor dicho “Cortoelec”, con el cuento de que el apagón se debió a “un error de procedimiento” ¿Qué tal?
ANTE LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES
Las elecciones presidenciales están a la vuelta de la esquina. Independientemente de las cualidades personales y profesionales de quienes apuestan a ser el candidato único de la oposición democrática, el momento requiere del mejor para esta histórica y compleja coyuntura. Cabe preguntarse si no es propicia la oportunidad para que una figura no tradicional se asome como una extraordinaria sorpresa, lo que políticamente se conoce como el “outsider”. Alguien que, reuniendo cualidades personales e inspirando un aire de imparcialidad y poco vicio político, lo puedan convertir en la mejor opción producto del agotamiento social hacia la política convencional. Lo mismo que pasó con el presidente Chávez en su momento, pero esta vez a la inversa y en pro de un verdadero tecnócrata. ¿Cuántos venezolanos están agotados de esta política y sienten duda y preocupación que con los actuales precandidatos, que representan la clásica matemática de chavistas versus antichavistas, no llegarse a los votos. O llegando por margen estrecho, los resultados sean manipulables? ¿Existe esa figura? A veces las soluciones están más cerca de lo que puede creerse. Sobre todo, habiendo sido mencionada por el periodista Andrés Oppenheimer hace ya más de un año, cuando la señalaba como la posible Violeta Chamorro de Venezuela, cada vez me gusta más el nombre de la rectora de la UCV, Cecilia García Arocha. Algunas razones pueden avalarla: i) su pasado no partidista; ii) es mujer, lo que igualmente es distinto y puede ser un detonante social en esta típica sociedad matriarcal; iii) la onda mundial se mueve cada vez con mayor fuerza hacia figuras políticas femeninas; iv) el enfrentarse a una mujer es someter al contendor a un complejo contexto muy poco tradicional; v) proviene de la institución universitaria, una de las mejores vistas por nuestra sociedad; vi) el porvenir de las universidades genera un sentimiento de tecnocracia, estudio, preparación y academia; vii) es la única figura que arrastraría los votos opositores, ya que quién gane las primarias igualmente lo haría, pero también una gran mayoría de los “ninís”; viii) ha librado y ganado importantes batallas, lo que demuestra que cobarde no es.
CUANDO EL MIEDO EMBARGA
Es fácil advertir en la conducta del venezolano manifestaciones de rabia, de tristeza, de rechazo, de temor por las cuales se han visto trastocado sentimientos y hasta valores ciudadanos. Ahora las casas se convirtieron –voluntariamente- en prisiones por causa del enrejado que ahora las caracteriza. Los estudiantes dejaron de utilizar los parques y plazas para repasar en fecha de exámenes. Las serenatas se perdieron. Las areperas de trasnocho cerraron sus puertas. Y hasta la luna y las estrellas parecieran haberse contagiado de dicha enfermedad por cuanto poco se han vuelto a ver en el cielo rozando con el perfil de las montañas. El miedo hizo de la noche su más inmediato objetivo. Por ratos, pareciera que todo conspirara contra la posibilidad de revertir la situación debido a que todo tiende a enquistarse por culpa de ese miedo que colapsa todo movimiento posible. Es como si los venezolanos sufrieran de una neurosis que los mantiene atrapados y paralizados por tan nefastos efectos que dan lugar a los más horribles crímenes y asesinatos jamás perpetrados lo cual se traduce en una convivencia complicada, apesadumbrada, urgente y fugaz que deforma todo propósito de vivir la ciudad como ingenuamente se supone que pudiera ser. El miedo, realmente, se apoderó del venezolano para trasfigurarlo en alguien desconocido y perdido en un espacio que ahora luce inimaginable e insoportable. Ya ni siquiera existe confianza en los órganos de seguridad del gobierno puesto que muchas veces no sólo son presos del temor propio de enfrentamientos en contradictoria desventaja. Sino que también huelga el rumor sobre la complicidad que existe con quienes propician tan enrarecido y peligroso ambiente. Sin duda alguna el miedo copó los espacios y hasta los sentimientos del venezolano. Todo por culpa del (des)gobierno que hoy tiene el país.
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