La concentración de jóvenes, llamada “Los indignados”, enclavados ininterrumpidamente desde el 15 de mayo en la plaza Mayor de Madrid, un espacio extenso, concurrido por turistas y españoles que suelen disfrutar de esta plaza señorial y tradicional de la cultura popular madrileña, se ha extendido sorpresivamente a toda España y aun a algunas otras ciudades de Europa occidental, como París, Berlín o Lisboa; así como a algunas ciudades del centro de Europa como Praga y Budapest. También ha ocurrido lo propio fuera de las fronteras europeas como es Atenas y Rabat, y, hasta en New York y Washington.
Ahora bien, la reciente experiencia ibérica nos muestra que se trata de un movimiento sin líderes, sin organización, sin principios ni propuestas coherentes y contradictorias, lo que lo reduce a un movimiento anarquista sin rumbo cierto ni resultado predecible. Aunque en este caso, el sentido de la protesta está más que justificado.
Su inspiración filosófica y social está encabezada por Stéphane Hessel, miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, capturado y torturado por la Gestapo, recluso de los campos de concentración de Buchenwald y Dora-Mittelbau; y uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Este en su libro ¡Indignez vous! (¡Indignaos!) afirma que una verdadera democracia descansa sobre principios, valores y, ante todo, en derechos sociales que hoy están amenazados.
Entre esos derechos sociales, históricamente adquiridos y en extinción, destaca la seguridad social, los planes de pensiones y salud, el derecho a una educación sin discriminación y a una prensa independiente, los cuales están ampliamente recogidos en la citada Declaración.
Para el escritor francés, si en su momento el motivo para resistir era no aceptar la ocupación alemana, vencer al nazismo y el totalitarismo que copaba a Europa, el momento actual debe conducir a la indignación y resistencia de los jóvenes en procura de más justicia y libertad en todo el planeta.
Aunque tales razones para estar indignados pueden verse hoy con menos claridad y, además, porque el mundo actual se ha vuelto demasiado complejo.
Ahora bien, en este mundo, dice, todavía hay cosas intolerables, como son la incesante brecha que existe entre los más pobres y los más ricos, y la sistemática violación de los derechos humanos por los distintos estados.
Así, para ver esas razones indignantes es bueno y necesario mirar, buscar. La peor de las actitudes es la indiferencia, decir: “No puedo hacer nada contra eso. Ya me las arreglaré para salir adelante”.
Por incluirse a sí mismo en esto, el joven de hoy pierde uno de los elementos que hacen al ser humano: la facultad de indignarse y el compromiso que es una consecuencia de lo primero.
Entonces, de lo que se trata es de mirar alrededor, encontrar temas que justifiquen la indignación. Encontrar situaciones concretas que nos lleven a fortalecer nuestra acción ciudadana.
Termino con unas palabras del activista galo: “Convoquemos una verdadera insurrección pacífica… si hoy como entonces, una activa minoría se levanta, será suficiente; debemos ser la levadura que hace que el pan suba”.
Sin duda, pa’ luego es tarde... ¡Indignaos, venezolanos!
Juan Carlos Apitz B.
www.juancarlosapitz.com
justiciapitz@hotmail.com
twitter: @justiciapitz
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