Una mina se derrumba en Coahuila atrapando un grupo de mineros. Calderón recibe a otro grupo de mineros chilenos para ayudar en esta tragedia.
Durante los últimos casi 40 años mucho se ha hablado del Chile de Pinochet. Sin embargo, no hay discusión en que ese país fue el precursor de las reformas que años después implementaron la mayoría de las democracias del mundo, para salir del terremoto que produjo la era Keynesiana que lo dejó en harapos. Eso convirtió a Chile en el ejemplo de América Latina mientras el resto de sus países luchaba por sobreponerse a las letales herencias de sus perfectos idiotas latinoamericanos. El ejemplo más patético del fracaso de las revoluciones proletarias del Siglo XX tal vez sea Rusia, aunque México no se queda muy atrás. Hagamos pues un ejercicio intelectual involucrando a estos tres países.
Rusia, después de pasos inseguros, inició un esfuerzo sobrehumano para encontrar la ruta de recuperación del infierno creado por 70 años de comunismo. Entre las acciones audaces del ex Presidente Putin, fue invitar como asesor a José Piñeira uno de los economistas de Pinochet. “Lo que Rusos necesitaba a principios del siglo no era la revolución Bolchevique, sino una estilo americano, en lugar de Lenin, lo que los rusos necesitaban en esos momentos era un Jefferson.” Afirmó el economista.
Ante el nuevo Politburó Piñeira describió cómo el modelo de mercado libre chileno le permitió crecer a un ritmo promedio de 8% de 1984-1999, reduciendo el número de gente viviendo en la pobreza de 45% a un 20%. También liberó las fuerzas que finalmente le surtieron la democracia liberal y el estado de derecho. El afirma que el secreto de Chile fue el grupo de forjadores de las políticas responsables del “milagro chileno,” no la bota de Pinochet. Debido a los paralelos entre México y Rusia, consideramos los consejos de Piñeira para Putin, igual de válidos para Calderón.
Después de pulsar la situación de Rusia, el chileno le describió a Putin cómo los esfuerzos de su gobierno urgentemente se debían concentrar en establecer una reforma similar a la de Chile, con especial énfasis en varios campos: La privatización del sistema de pensiones, una reforma fiscal integral, un programa más radical de desregulación, y el reemplazo del Rublo por un sistema monetario funcional. Este mismo concepto se aplicó en Chile y Nueva Zelanda lo que produjo la prosperidad y sus economías son ejemplos de éxito, eficiencia y modernidad.
No hay una forma más efectiva para promover libertad, responsabilidad y, sobre todo, la creación de un mercado de capitales, que permitiéndole a la clase trabajadora retener y manejar sus ahorros en vez de entregárselos al gobierno. El sistema de pensiones de Rusia—manejado por el gobierno—estaba a punto de la quiebra. Inflación, impuestos y mal manejo, habían dejando a los rusos en la calle antes de su retiro de la fuerza de trabajo. Piñeira propuso el mismo programa de privatización implementado en Chile. El impacto más importante de dicha reforma, es la creación de trabajadores propietarios que favorecen una economía de mercado. Esto puede provocar un círculo virtuoso en el que los trabajadores invierten en el mercado de capitales, ese mercado se consolida, y los mercados inviertan en Rusia a medida que se desarrollan los sectores financiero y corporativo.
El estado Ruso había establecido un sistema impositivo criminal para su economía. Piñeira recomendaba un solo impuesto fijo al valor agregado sin excepciones. Esto promovería la creación de empleo, las inversiones, y un sector privado mucho más transparente. Al tener más empresas operando abiertamente, sería también más fácil para los bancos domésticos e internacionales, ofrecer crédito contando con formas confiables de analizar las situaciones financieras de las mismas. La economía del país se vería vigorizada de una forma impresionante. Desde hace años Rusia mantiene un solo impuesto (flat tax).
La economía rusa era dominada por monopolios estatales y empresas de los oligarcas protegidas. Una desregulación agresiva y total que incluyera la libre participación de firmas rusas y extranjeras en los diferentes sectores, así como la eliminación de sus trámites burocráticos y terminar con las privatizaciones, le daría al país la clase de competencia que requiere su economía para hacerla efectiva. Esta desregulación le daría también transparencia en sus estándares contables, sus prácticas legales y aun en sus actitudes culturales. De esa forma el sistema financiero con gran eficiencia canalizaría recursos de ahorro a las actividades productivas. Permitiría también que firmas ineficientes quebraran generando incentivos para competir—a través de transacciones más transparentes y menos costosas—logrando de esa forma una inversión más eficiente de recursos.
“En la Rusia actual no habrá economía, sistema financiero, o sector privado que funcione a menos que se lleve a cabo una reforma monetaria integral”, afirmó Piñeira. El récord del Banco Central de Rusia era desastroso; desconfianza, altos periodos de inflación, devaluaciones, y el colapso del sistema financiero después de que el Banco había gastado más de 10 billones de dólares en su fallado intento de rescatar el rublo. Para salir de este circulo vicioso, Piñeira recomendó adoptar un sistema monetario respaldado con metales. De un solo golpe Rusia adaptaría una moneda fuerte, podría reducir sus intereses y le daría a millones de inversionistas domésticos e internacionales seguridad en sus transacciones.
Esto también le daría a la gente la posibilidad de hacer planes a futuro y estimularía la creación de mercados de crédito a largo plazo, incluyendo hipotecas que en estos momentos no existían. Con el nuevo sistema, un sector bancario liberalizado e integrado al mundo financiero internacional y una competencia domestica profesional, le permitiría a Rusia el usar sus ahorros y los del mundo para propósitos productivos. No hay duda de que la inversión extranjera fluiría en cascada con una moneda fuerte y respaldada.
Atacando estos cuatro sectores, afirma Piñeira, Rusia podría iniciar su propia revolución y, removiendo esos obstáculos artificiales al crecimiento, desataría la energía creativa de los rusos para que edifiquen su futuro. Si no lo hace, Rusia tendrá que esperar que la próxima generación tome el mando, mas no sabemos si la presente estará dispuesta a esperar.
Cualquier parecido de lo anteriormente descrito con la realidad mexicana, no es coincidencia, es el producto de haber seguido las mismas políticas destructivas en ambos países durante casi un siglo. Por lo mismo Felipe; las soluciones no tienen que ser muy diferentes.
En lugar de los mineros chilenos que hace días arribaron a Coahuila, Calderón debería de importar a los economistas de Pinochet.
Ricardo Valenzuela
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