viernes, 22 de abril de 2011

UN PEATÓN SIN BARRERAS CAMINANDO SIEMPRE CAMINANDO. IVÁN ENRIQUE LEÓN HERNÁNDEZ

Se cumplio mi deseo y el mandato de la madre naturaleza, de que mis ojos se abrieran en un pequeño pueblo, NAGUANAGUA, al suroeste de Valencia Carabobo. Placido hogar, cuyos moradores fuerón cómplices incondicionales de mis infantiles travesuras, fieles guardianes de mis inquietudes que me reservaron el mejor testimonio de bondad y ternura.

Pueblito inmenso, donde el corazón de mi gente no cabia en sus cerros, escuela de regios maestros, de sabias enseñanzas, brisas cordillerana que refrescaba con armonia los espacios. Alli aprendí a calibrar lágrimas, a diferenciar caricias, a mantener a buen recaudo los silencios. Alli creci, al pie de la palabra que dignificaron mis mayores, admirando el esplendor de enigmáticos arreboles, al lado de aquellos campesinos que soñaban con la siembra y de campesinas que escondian la mirada para no comprometer su corazón.

La enorme plaza reducida su tamaño... Yo creci entre nubes y sueños... Mis ojos se humedecieron tantas veces marcando la soledad, y el recuerdo de aquellos maestros, ahora taciturnos, tratando de decifrar las sombras...Fue entonces cuando empecé a percibir sonidos, a buscar voces, a tratar de encontrarme. Mis amigos me señalarón el punto. Nunca me apliqué, pero aprendi a conocer la vida, a valorar al hombre en su verdadera dimensión. Despues de mucho tiempo borré fronteras y me instalé en Caracas.

El Avila alimentó mi anhelo, me dio espacio para la siembra y coseché amigos que llenaron mi espiritu. Mis raices se hicieron fuerte, se hicieron vida, se volvieron sueños y encontré la razón de la existencia. Ahora anclado este "tiempo-espacio", elevo mi oración con el empeño de entregar palpitares de mi corazón y algunas estampas de mi pequeño pueblo, inspirado de buena parte de esta escritura.

El viejo campanario fustiga sin piedad mi alma, los duendes juegan entre si y me confunden, abren puertas de épocas pasadas, recorren alfabetos y siguen por la la orilla del Cabriales desbordado, donde la luna me graduó de hombre. Dejan, en la arena, huellas de risas y leyendas, tonadas que retumban, relámpagos de amor. Presencia de aquellos arreboles que formaron cadenas sinfin del corazón a la mente para instalar nostalgias. Antes el calor de mis recuerdos cierro apresurado para evitar mis sentidos se quemen en la orilla...

Un peatón-caraqueño

Arq.Iván Enrique León Hernández
peatones.sin.barreras@gmail.com
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