Sin pedagogía social, sin compromisos claros, no habrá autoridad moral para imponer sacrificios
YA casi nadie, ni de izquierdas ni de derechas, está dispuesto a ser liberal, escribía Javier Marías en el dominical de «El País». Y no le falta razón. Sobre todo cuando uno ve la cara de pedigüeño con la que nuestro Gobierno se acerca a los gobernantes más totalitarios con tal de que sus fondos soberanos estén copiosamente nutridos de reservas internacionales con las que acudir al rescate de la deuda española. Siendo justos, la renuncia a la defensa de los valores liberales en política internacional empezó con la sacralización de Naciones Unidas como árbitro supremo de la legitimidad internacional y se consagró con la eliminación de toda referencia a las libertades políticas como condición necesaria del desarrollo económico y social en los documentos del Banco Mundial a instancias de China. Tampoco le falta razón cuando critica el afán fanático, puritano y represor —no lo llama camino de servidumbre; supongo que para evitar ser asociado a Hayek— en el que se ha instalado la sociedad moderna. Tampoco le faltaría razón si tocara tierra e hiciera alguna alusión a la vorágine prohibicionista del Gobierno Zapatero; eso sí, siempre por nuestro bien, como los dictadores benevolentes de Gary Becker.
SAN PEDRO NEGO TRES VECES |
Y no es que Marías no quiera entrar en polémica nacional. No pierde oportunidad de criticar a Esperanza Aguirre, contra quien desliza una carga de profundidad al eliminar el calificativo de «noble» de la acepción económica del liberalismo. El liberalismo es noble: significa respeto, tolerancia, aceptación de la desigualdad, pero no así el liberalismo económico, que en el pensamiento único dominante se asocia a privilegio. El liberalismo es progresista; el liberalismo económico es reaccionario. Para subrayar lo absurdo de esa distinción, que tanto ha confundido a la izquierda europea y retrasado el progreso económico y social de un continente esclerótico, me he permitido la licencia pedante de recordarle a dos autores clásicos del liberalismo económico. Dos autores que son la bestia negra de los biempensantes habituales, tan liberales ellos en lo social y tan intervencionistas en lo económico. Como si la libertad fuera separable y troceable a voluntad. Dos autores que convendría releer hoy que la amenaza a la libertad viene precisamente del éxito aparente de regímenes políticos que sacrifican la libertad a cambio del crecimiento del PIB. Regímenes nada liberales en lo económico porque las oportunidades de enriquecimiento personal no vienen precisamente de la libertad de empresa, sino de la cercanía al poder, del reparto de influencias, licencias, concesiones y favores varios; del capitalismo de Estado o del viejo mercantilismo en suma. Regímenes que tienen gran atractivo y capacidad de arrastre entre muchos presuntos intelectuales, como lo tuvo la Rusia de Stalin; recuérdese la oda de Neruda o el propio coqueteo de Schumpeter.
Pero tiene razón Javier Marías, desgraciadamente. Ya nadie se reclama liberal. Ni siquiera la maligna Aguirre, que abjura ahora del copago sanitario. La izquierda anda embobada con la planificación y la igualdad de resultados. Y el centro-derecha español ha renunciado a la batalla de las ideas y entregado el terreno ideológico al pensamientolightde Zapatero, al gratis total. Puede ser mera táctica electoral, pero una táctica peligrosa, porque sin pedagogía social, sin compromisos claros, no habrá autoridad moral para imponer sacrificios, para racionalizar el Estado de Bienestar, esa bella construcción humana que requiere de mucha productividad, mucha competitividad y mucho liberalismo económico para ser sostenible. Pero me temo que es más que eso, me temo que ya no quedan liberales en Europa.
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