Criterios para establecerlo.
¿Cuáles son los criterios o pautas para establecer cuando estamos frente a un gobierno "bueno" o frente a un gobierno "malo"? La respuesta difiere según cuál sea la posición ideológica del lector, es decir, sea liberal o antiliberal. Liberales y antiliberales tienen patrones antagónicos para determinar cuando un gobierno es "bueno" y cuando no lo es. Veamos muy superficialmente unos y otros.
En la óptica corriente (la antiliberal) o mayoritaria, se juzga que se está ante un "buen" gobierno cuando éste interviene activamente en la economía, otorga subsidios, hace obras públicas abundantes, financia todo tipo de actividades (sobre todo si son educativas, sanitarias y previsionales) fija altos impuestos a los "ricos" y distribuye cuantiosos recursos a los "pobres", etc. La pauta general en esta postura hoy prevaleciente, es que cuanto más gasta un estado "mejor" es su gobierno, es decir, la filosofía que inspira esta manera de pensar no es otra cosa que lo que comúnmente se llama en economía el keynesianismo, en recuerdo de su inspirador máximo, el economista y político inglés John Maynard Keynes, de alguna manera, unos de los mayores promotores del estado de bienestar, si bien el Welfare State, reconoce su antecedente en la Socialpolitik del "canciller de hierro", Otto von Bismarck. No falta, claro, quien intente encontrar aun antes en el tiempo ciertos fundamentos filosóficos en esta tesitura. Posiblemente y sin proponérselo quizás, J. Bentham contribuyó involuntariamente a esta corriente de pensamiento.
De él dice L. v. Mises:
"El radical Bentham gritaba: «Derechos naturales, puro dislate;imprescriptibles derechos, vacua retórica», En su opinión, «el único fin del gobierno debería estribar en proporcionar la mayor felicidad al mayor número posible de ciudadanos»“.[1] Precisamente en estas últimas palabras podemos decir que se basa fundamentalmente la teoría del "estado benefactor". Pero no era esta –al parecer- la intención de Bentham, ya que como el mismo L. v. Mises agrega renglones más abajo: "El utilitarismo no se opone al gobierno arbitrario y a la concesión de privilegios personales porque resulten contrarios a la ley natural, sino porque restringen la prosperidad de las gentes. Preconiza la igualdad de todos ante la ley, no porque los hombres sean entre sí iguales, sino por entender que tal política beneficia a la comunidad."[2] Resulta claro que el "estado benefactor" sólo puede ser "benefactor" en la medida que concede privilegios personales, aun cuando lo haga desembozada o encubiertamente a ciertos grupos de personas, con lo cual concluye siendo arbitrario. En los hechos, esta doctrina justifica el "estado de bienestar" que predica, precisamente como su misión ampliar la prosperidad de "todos" haciéndolos, al mismo tiempo, "iguales".
En general, puede decirse que antes de Keynes los gobiernos sentían un cierto pudor (no mucho desde luego) en adoptar políticas "activas" o intervencionistas en la economía, y cuando se veían "forzados" a hacerlo, buscaban todos los argumentos posibles a su alcance para justificarse a los ojos de la ciudadanía. Por cierto, ya los gobiernos intervenían decisivamente en la economía bastante antes de popularizar J. M. Keynes sus teorías. Después de la inmerecida fama ganada por Keynes, el panorama –en cuanto a ese cuasi "pudor"- cambió y se sintieron "legitimados", en parte por la enorme influencia y prestigio del que gozaba el economista inglés, y a partir de su obra más famosa "La teoría general" se sintieron como liberados de culpa; y desde dicho momento, "autorizados" para convertirse en una suerte de enorme Santa Claus repartidor de toda clase de dádivas y favores económicos a quien se lo solicitare.
La fórmula política -en este modo de pensar- podría sintetizarte así "cuanto más gastes mejor gobernarás". Este parece ser el norte que persiguen casi todos los gobiernos en la actualidad, o al menos en América Latina. Por ello, observamos a diario, en las campañas electorales, que los candidatos oficialistas exhiben con gran orgullo y ufano, como "logros", lo mucho que gastaron en hacer "felices" a los que ellos consideraron "infelices", y en cuyos votos se hallan esperanzados.
Como hemos señalado antes, esta es la opinión corriente de lo que hoy se consideraría un "buen" gobierno.
Mi óptica liberal
Como liberal, mis parámetros para medir la bondad de un gobierno son bastante diferentes a los del común denominador que he esbozado antes. Como tal, entiendo que un gobierno no es un gigante Santa Claus que debe estar presto para sacarnos de toda dificultad de la vida apenas se nos presente, ya que si lo intenta (o concreta y realiza el intento) lo mejor que podrá hacer es beneficiar a una minoría a costa de una enorme mayoría, justamente lo contrario a lo que los gobiernos suelen pregonar y los pueblos suelen creerles (y algunos gobiernos, también suelen convencerse a sí mismos de tal error). Como se ha demostrado en las páginas precedentes, cuanto más gasta un gobierno menos riqueza y prosperidad tendrán los gobernados, quienes en esa tendencia, pronto se convertirán en mendicantes de su propio gobierno.
Mi idea de un estado o gobierno ideal o bueno, es la de un cuerpo policial organizado jurídicamente para la defensa de los gobernados, algo así como la concepción que Popper esboza en las primeras páginas de su libro La sociedad abierta y sus enemigos y que él llama la función proteccionista del gobierno. El mismo Popper aclara que no usa el término "proteccionismo" en el sentido económico que tiene corrientemente. En economía, se entiende por proteccionismo las políticas de amparo y privilegios que el estado otorga a ciertos grupos empresarios a costa de otros. Sin embargo, Popper, no utiliza el término en este sentido, el proteccionismo que Popper expresa está orientado hacia el individuo y no hacia grupos económicos, y en este sentido, es lícito hablar de ese tipo de proteccionismo como una función adecuada del "estado".
Los parámetros, pues, para medir la excelencia de un gobierno, desde una perspectiva liberal, serían otros, por ejemplo, el más significativo a mi modo de ver, es del índice de delitos, crímenes y delincuencia. Si este indicador es bajo, estamos ante un muy buen gobierno y si es alto, estaremos en la situación inversa, un gobierno con tendencia a ser malo. Dentro de los delitos incluimos, desde luego, aquellos que el gobierno (o sus representantes, como se quiera) cometen a diario contra los ciudadanos indefensos, y que, por supuesto, ese mismo gobierno no considera delitos en su caso.
Lo dicho tiene una arista económica: si la eficiencia en combatir el delito y la delincuencia la logra el estado a bajo costo (bajos impuestos y gravámenes) tanto más eficaz y mejor será dicho gobierno. En el caso contrario, a la inversa.
*Fragmento del Capítulo 6 encabezado "El mejor gobierno", incluido en el libro del autor titulado Análisis económico sobre el gobierno. (clic en el título del libro para acceder al mismo)
[1] Ludwig von Mises, Acción humana, Tratado de economía. Unión Editorial, Madrid, 1980. Pág. 274.
[2] L. v. Mises, Acción...ob. cit. Pág. 274
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