Lo que ocurre en el norte de África y en el Medio Oriente es una muestra palpable de que los pueblo no son instrumentos de nadie y que, a pesar de su pasividad ante regímenes opresivos que pretenden eternizarse en el poder, llega un momento en que esa pasividad se convierte en rebeldía para poner fin a lustros de abuso de poder, injusticias y avasallamiento.
Cuando Mohammed Bu-Azizi, aquel humilde vendedor de frutas se prendió fuego para protestar contra los atropellos del régimen tunecino, ni él ni nadie se imaginaron las consecuencias que ese sacrificio tendría en el mundo musulmán. ¿Y por qué no?, también en otras latitudes.
En su propio país generó inmediatamente protestas populares que condujeron a la renuncia y al exilio del presidente tunecino.
Los pueblos, como las personas, generalmente tienen a copiar o imitar lo que sucede en otros lugares. Basta un detonante, un estímulo o un acontecimiento atroz para que se genere el consabido “efecto dominó”
A Túnez lo siguió Egipto y después le tocó a Libia. Luego han sido los pueblos de Yemen, Siria y Jordania los que han despertado para librarse de la sumisión a la cual se encuentran sometidos. Hasta en países donde prevalecen regímenes “benévolos”, como Arabia Saudita y Bahréin, se han producido amagos de protestas populares.
En ninguno de esos casos ha habido una conducción intelectual o un liderazgo descollantes. Ha sido el pueblo el que, llegado el punto de ruptura, o habiéndose producido el detonante necesario, ha salido a la calle a reclamar justicia y democracia. En todos esos casos los jóvenes que aspiran a mejores oportunidades de futuro han jugado el papel principal.
Ni la represión brutal ni el plomo de las balas que han ocasionado tantas muertes o han causado tantas heridas, han podido detener la avalancha humana que exige el fin de las dictaduras, el derrocamiento del régimen en el poder y el cambio en la conducción de esos países para alcanzar una vida mejor y más próspera. Esos pueblos han demostrado que su futuro les pertenece a ellos y no a quienes pretenden controlarlos o dirigirlos mediante la opresión.
Ni la división inducida desde las alturas del poder para enfrentar a quienes son dóciles fantoches del gobernante con el resto del pueblo que rechaza el régimen tiránico; ni el odio sembrado en una sociedad que aspira a vivir en armonía con sus congéneres, han podido impedir que, llegado el momento oportuno, se liberen las fuerzas incontenibles del pueblo. Más bien han generado un sentimiento de solidaridad que se sobrepone a toda diferencia social, política, religiosa o de cualquier otra índole y rompe la barrera del miedo.
En nuestra latitud, en lugar de asimilar las lecciones que están dando al mundo los pueblos musulmanes, se sigue recurriendo a la amenaza.
“Si aquí se generara una violencia como la que está ocurriendo en Libia contra el pueblo y el Gobierno. ¿Ustedes creen que el Gobierno se quedaría de brazos cruzados? ¡No!". “No volverán ni por elecciones ni por otra vía que inventen o les inventen sus amos del Pentágono". “Esta revolución llegó para gobernar 900 años, para desquitarnos los 90 años aquellos en que gobernó la oligarquía”
Estos desplantes de soberbia al mejor estilo gadafiano, más que advertencias son indicios de debilidad y persiguen asustar, amedrentar. Seguramente logran atemorizar y acobardar a mucha gente. Pero la capacidad de aguante de un pueblo, como lo han demostrado los árabes, tiene un límite y en nuestro caso ese límite está en función de lo que ocurra con las elecciones del 2012. Ojalá no haya necesidad de nuevos sacrificios humanos, pero la insensibilidad del mandón y su empeño en eternizarse en el poder hacen presagiar que no tendrá escrúpulos en imitar a su aliado Gadafi y repetir los momentos terribles, tristes y trágicos que vivimos el 11-04-02.
Los jóvenes estudiantes han dado una muestra ejemplar de coraje y sacrificio haciendo huelga de hambre y cociéndose los labios para hacer prevalecer, felizmente con éxito, sus reivindicaciones. Si se pretendiera desconocer los resultados de la elección en el 2012 será toda la sociedad democrática la que se movilizará para reivindicar el respeto a la voluntad popular y el derecho a elegir libremente a sus gobernantes.
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