Es muy importante ponernos de acuerdo en torno al proyecto político. No es lo mismo apostar por el totalitarismo estatal (hacia el que va el Gobierno) o por el totalitarismo de mercado (que es la dirección dominante de la globalización en crisis) que apostar por el mercado libre y con igualdad de oportunidades bajo la supervisión de la sociedad y el Estado y con la opción positiva hacia los de abajo (que es la aspiración de la mayoría de los venezolanos).
No es lo mismo preferir que el Estado satisfaga todas las necesidades del pueblo que buscar que el Estado y la empresa privada de sentido social se pongan de acuerdo en crear trabajo cualificado tendencialmente para todos los venezolanos; el Estado garantizando efectivamente la propiedad privada, cualificando a la población mediante una educación a la altura del tiempo y estimulando el empleo, y las empresas apostando por la expansión.
Es crucial saber en qué dirección queremos ir, a qué queremos apostar, qué juego queremos desarrollar y qué desechamos por infecundo. Todo esto lo tenemos que ir clarificando cada uno de los ciudadanos y tenemos que discutirlo entre nosotros y luchar porque se vaya realizando.
Sin embargo, con ser esto tan importante y a la larga decisivo, no es aquello por lo que tenemos que comenzar hoy. Como el punto de partida es la polarización, no podemos esperar acuerdos si comenzamos el diálogo por ahí.
Como es imprescindible dialogar, como la abrumadora mayoría de los venezolanos quiere dialogar, como tanto el Gobierno como la oposición han expresado su voluntad de diálogo, tenemos que determinar el punto por el que debemos comenzar.
Nuestra tesis es que sólo el país nos pondrá de acuerdo. Si ponemos por encima mantenernos en el poder o conquistarlo desplazando al Gobierno, incluso si ponemos por encima discutir la ideología de cada quien, nunca llegaremos a ningún acuerdo y el país se nos caerá a pedazos, como se nos está cayendo ya. Pero no sólo eso, el país acabará dando la espalda a su clase política, como lo dio a fin de siglo y como está comenzando a hacerlo hoy. Porque el pueblo sí quiere diálogo. El pueblo está viendo cómo sus verdaderos intereses están siendo dejados de lado y a pesar de todos los malabarismos del mandatario y todas las proclamas de la oposición, puede darles la espalda a unos y otros, si no se abocan a sus problemas.
Trabajo productivo
Cuáles son esos problemas. El primero, ya lo hemos dicho, es el del trabajo. Lo digno del ser humano no es que el Gobierno ni nadie le dé cosas ni le resuelva su vida sino que tenga trabajo productivo en el que se realice siendo útil a sus conciudadanos y que le proporcione medios para hacerse él su vida. Hoy el trabajo productivo en el país no llega al 25% porque 50% de los que trabajan son buhoneros, realizan un trabajo no productivo en el que malamente sobreviven y gran parte de los empleados por el Gobierno mantienen esa condición de improductividad, además del 10% de parados. Lo que más puede dinamizar al país es el incremento del trabajo productivo en bienes y servicios a la altura del tiempo mundial. Pero no podemos empezar por ahí porque no hay condiciones para emprender esa dirección.
La inseguridad
Tenemos que comenzar por otras necesidades. La más perentoria de todas es la seguridad. Pocos venezolanos habrá, si es que hay alguno, que no tenga que lamentar víctimas en su contorno inmediato. Y la mayoría de los muertos son varones jóvenes de nuestros barrios. Tanto que en ellos la violencia es la principal causa de muerte en esas edades. El problema existía antes de llegar Chávez, pero durante su Gobierno se ha agravado muchísimo.
Pero el problema no es sólo que todos estamos expuestos a que nos maten, secuestren o roben; el verdadero problema es que no se está haciendo nada contundente para enfrentar el problema; peor todavía, que el Estado, tal como actualmente funciona, lo fomenta porque están implicadas las policías, los jueces y el sistema penitenciario. Pero lo más grave de todo es que el Presidente, máximo responsable de la seguridad del país, se lava las manos porque sabe que, si se liga su nombre a este problema, se acabará su popularidad porque presiente que no podrá resolverlo. Y para él es más importante su popularidad que esa procesión interminable de entierros. Parecería que a él sólo le preocupa que lo maten a él. El único problema que enfrenta con todos los hierros a nivel de seguridad es el magnicidio. Y eso que casi todos los muertos son del pueblo que él dice amar y defender.
¿Por qué el Estado actual no puede solucionar este problema? Porque en la configuración del Estado se cruzan dos objetivos contradictorios. El primer objetivo es que los funcionarios sean adeptos a él y en segundo lugar que sirvan para el cargo. Como el que priva es el primero, como se pone al funcionario a hacer lo que no prescribe el cargo como tal, a menudo se reclutan adeptos y la gente capaz poco puede hacer. Pero no sólo eso. Como se los retiene en el cargo por la fidelidad a los dictados del Ejecutivo, tiene que transigirse en sus desafueros. Por eso, si la policía y los jueces y los funcionarios de prisiones tienen que ser chavistas, como se los recluta para que apoyen al régimen, se tiene que tolerar que no cumplan sus funciones, incluso que formen parte importante del problema de la inseguridad y de la violencia, que estarían llamados a resolver.
Como el Gobierno no sólo no quiere que los funcionarios se atengan únicamente a sus funciones sino que por el contrario busca controlar a fondo el aparato del Estado y en primer lugar a los cuerpos de seguridad, tiene que transigir en que no den seguridad a la ciudadanía y por eso no quiere discutir el problema, que pasa por ese cuello de botella. No siempre se hace esto concretamente. Pero este es el resultado.
Producimos cada vez menos
El segundo problema es el de la producción. Es notorio que se ha contraído sensiblemente y que cada año se contrae más, por lo que dependemos cada vez más de las importaciones. Pero como el dinero del petróleo no llega para cubrirlas, cada día escasean más cosas convenientes y aun necesarias. Como el anterior, este problema venía arrastrándose desde más de una década antes de tomar posesión Chávez; pero, también como el anterior, en estos últimos años se ha agravado estrepitosamente.
La causa del problema es doble. La primera en el tiempo es que muchos empresarios, cuando vieron que podían ganar más invirtiendo en el exterior, vendieron y emigraron. La segunda, la más actual, tiene que ver exclusivamente con la política del Gobierno que no garantiza la propiedad privada. Ante la avalancha de expropiaciones, ¿quién va a ser tan insensato que se atreva a invertir? Pero además, con el control y escasez de divisas es muy difícil conseguir insumos del exterior y con la caída de la producción, también del país. Se está rompiendo la cadena productiva, si es que no se ha roto ya.
El Gobierno ha estado practicando expropiaciones de las que no ha dado cuentas. Lo que estamos viendo es que la mayoría de lo que pasa a sus manos, produce menos, y lo que produce, lo hace a unos costos tan excesivos que resultan inviables. Por eso nunca publica los costos de producción. La productividad no aumentará en manos de burócratas que tienen asegurado un sueldo y que entorpecen incluso los trabajos serios de la gente empleada por sus credenciales en ministerios y empresas. Para estar a la altura de lo que requerimos como país es urgente no sólo vigilar y controlar a los ociosos sino apoyar también a los pequeños o medianos propietarios, que trabajan buscando su realización personal, su interés y por la satisfacción de contribuir a la sociedad, e incluso a las empresas conocidas por su eficiencia y organización.
Un buen camino
El camino es el que se ha tomado con el problema de las viviendas, si se lleva a cabo con sinceridad y buen juicio por ambas partes. El Estado tiene que hacer ver el problema que enfrenta el país, en este caso los pobres, el pueblo y la clase media, y tiene que convocar a las empresas del gremio a licitaciones trasparentes y no menos a que ellas mismas establezcan planes según determinados lineamientos, además de lo que lleve a cabo por sí mismo. Las tres vías han de ser trasparentes para ver cuál es la más adecuada para resolver el problema. Lo que tiene que privar es la solución de la necesidad y no la ideología que dicte a priori lo que es correcto o no.
Si este método se aplica a cada problema podrá resolverse y el país se dinamizará establemente sobre bases firmes. Si importa más la ideología que la solución de los problemas, nos hundiremos cada día más. Nosotros apostamos a que prevalezca el amor concreto a nuestros conciudadanos, antes que el culto narcisista a ideologías sacralizadas o a interesas privados absolutizados.
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