martes, 29 de marzo de 2011

LOS SUCESOS ACTUALES Y EL APOCALIPSIS. ZENAIR BRITO CABALLERO

Las imágenes del terremoto y posterior tsunami en Japón son sobrecogedoras. Nos han recordado lo efímera que puede ser la existencia humana sobre este planeta, y la enorme vulnerabilidad de una especie que ha sido incapaz de proyectar su plan de vida preservando su entorno.

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Quienes se imaginan el apocalipsis como la destrucción del mundo en una sola tarde sombría, se equivocan. Este viene dándose lentamente, no como consecuencia de un juicio bíblico final del mundo, sino del deterioro ambiental producido por el ser humano en su infinita arrogancia e insensatez

El terremoto y el tsunami son fenómenos naturales que seguramente se hubieran producido si el hombre no existiera, pero el desastre se produce en la medida en que Japón decidió construir una ciudad como Sendai en una zona de alto riesgo. Es la combinación de amenaza, riesgo y vulnerabilidad lo que produce un desastre.

La Agencia Internacional de Energía Atómica, por otra parte, advirtió en 2008 la vulnerabilidad de la central de Fukushima de presentarse un fenómeno de esta naturaleza, advertencia que fue desoída por el gobierno japonés.

En medio de la atención a una catástrofe que ya deja más de diez mil muertos y quince mil desaparecidos, con consecuencias planetarias imprevisibles, y cuando las potencias del mundo debieran estar sumando esfuerzos para enfrentarla, deciden iniciar una guerra contra Libia con el pretexto de proteger la sociedad civil sublevada contra Gadafi. Estados Unidos y sus aliados inician una nueva guerra en medio de una catástrofe nuclear, como para que no olvidemos lo insensato de la condición humana.

El destino de la especie humana está en manos de los gobernantes de los países más poderosos del mundo, muchos de los cuales han sido elegidos por voto popular. Sin embargo, esas decisiones sin ningún control democrático nos conducen de manera inexorable a situaciones de catástrofe que terminarán por extinguirnos como especie, y no basta con aferrarse a la idea de Dios para cambiar este destino trágico.

Se necesita de un cambio de prioridades, de otras formas de organización social basadas en la solidaridad y no en la competencia, de una nueva arquitectura internacional donde los ciudadanos podamos incidir en aquellas decisiones que nos afecten. Nos está matando la delegación de poder de la democracia representativa.

Y no se trata de defender la utopía de la democracia directa que tampoco garantiza decisiones más sensatas, se trata de volver sobre una idea que se ha convertido en una obsesión: la reconstrucción de lo público, en lo global, lo nacional y lo local; la recuperación de esa esfera donde los seres humanos podamos reconocernos como integrantes de la misma familia, más allá de nacionalidades, razas, género, riqueza, ideología y religión.

Donde la crisis humanitaria que sufre buena parte de África nos concierna a todos. Un escenario donde la prevención de desastres sea una prioridad global, lo que implica cambios radicales en las pautas de producción y consumo en todas las culturas.

Un espacio donde la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la violencia sean moralmente impensables, pero donde no se sacrifique la heterogeneidad de la especie humana para lograr erradicarlas. Un espacio público donde los poderes constituidos estén el servicio del ciudadano y no en favor de intereses particulares. Un espacio para el cuidado, no para el odio y la violencia.


britozenair@gmail.com

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