A los argentinos de 1939, enfermos como siempre de retórica, José Ortega y Gasset les dio un consejo muy sabio: “Argentinos: a las cosas”. Me permito parafrasearlo, para decir algo sobre las cosas que tenemos que hacer los liberales clásicos, cristianos y no cristianos, en Argentina, Perú y en todos nuestros países latinoamericanos, en lugar de perder el tiempo con nuestros deportes favoritos.
A los liberales nos falta un proyecto y una oferta. Parece que nos gusta demasiado el deporte de la queja. Con nuestros más notorios portavoces a la cabeza -que todos conocemos- siempre andamos en tono lamentoso y plañidero contra el socialismo, y por lo muy ignorantes, necios, burros e “idiotas” socialistas. En la prensa escrita y en Internet describimos largamente, con admirable precisión en detalles técnicos a veces, los garrafales errores económicos y maldades estatistas, y sus nocivos efectos en todos los ámbitos. A diario.
http://www.larazon.com.pe/online/indice.asp?tfi=LROpinion03&td=29&tm=03&ta=2011Así lucimos mal. En estos tiempos se adora el pensamiento “positivo”, y nuestra actitud de sola crítica nos hace ver “negativos”. No soy amigo de darle siempre la razón a la gente; pero sí en este caso, porque la tiene: de toda corriente política, hay derecho a esperar no solamente una lluvia de críticas e improperios contra el adversario, sino también un proyecto, con una oferta positiva, que haga una alternativa para escoger.
Los liberales gastamos en la pura crítica toneladas de tinta y papel (o de bytes, por fortuna más económicos), y muchísimo tiempo. Sin logros hasta el momento. Porque el socialismo reina y campea rampante en todos nuestros países, solo o combinado con fuertes dosis de mercantilismo y de “política correcta” (PC). Es la realidad, nos guste o no. Y a mí no me gusta nada.
¿Qué pretende esa pedagogía meramente crítica?
Parece que los liberales aspiran a que los socialistas “aprendan economía” y de ese modo se “conviertan” (esperanza algo inconsistente con epítetos tan fuertes como “idiotas”); sin embargo, lo lamento pero tengo una mala noticia: esa conversión no va a ocurrir. Los socialistas no van a aprender nada ni a convertirse, por la simple razón de que ellos viven muy bien así como están. No van a cambiar. Pasan una vida cómoda y regalada, a costa del contribuyente.
No saldrán del poder cuando sean “convencidos” sino cuando sean desalojados, por una fuerza política de potencia similar aunque signo contrario; esto es casi como una ley física. No se van a ir; tenemos que sacarlos. Y ha de ser por vías y procedimientos electorales y partidistas, ya que vivimos en una democracia, nos guste o no. A mí no me gusta del todo; pero no hay otra que aceptarla.
Nos falta convocar a un proyecto político (no un Club de Debates) con una oferta política. Por “Oferta” entiendo un programa consistente e integral de propuestas concretas (pocas, decisivas y contundentes), una línea tras otra, en blanco y negro, inspirado en nuestros principios de Gobierno Limitado, mercados libres, libertades individuales y propiedad privada.
Por “Proyecto” entiendo campañas masivas de opinión para los sectores medios y populares con el mensaje “Hay otro camino: ¡y es este Programa!”, vertebrar primero un movimiento y un periódico, luego un partido, ganar elecciones parlamentarias, y proceder a la derogación de las leyes malas.
Con su Hoja de Ruta: “Estamos en el punto A; y para llegar al punto deseado X, la vía pasa por tales y tales estaciones intermedias”. Yo lo hago desde hace años, y en varios de nuestros países, pero los círculos liberales lo ignoran. Están ocupados, en otros menesteres.
Porque otro deporte favorito de los liberales es el interminable debate sobre ciertos puntos de doctrina, de teoría y/o de política económica, que son de gran importancia por sus dramáticas consecuencias prácticas. Pero esas conexiones con la vida diaria de la gente no se le revelan ni se le muestran en el contexto de un plan factible, viable, creíble, y aplicable mediante el voto por candidatos al Congreso identificados con la oferta.
Esos puntos permanecen oscuros y abstrusos para el común; y si hay alguna propuesta, se pierde en la jerga académica, salvo mención en una pequeña nota bibliográfica. La opinión pública ni se entera de nuestras discusiones.
Otros dos temas de encendidos debates en “la interna” liberal son el anarquismo y el ateísmo, materias con las cuales pasa igual: a muy poca gente le interesan. No son propios para una oferta política, ni caben en un proyecto de carácter político que deseamos plasmar en la realidad, en algún momento.
A veces nos dedicamos a otro deporte, igualmente desgastador: la competencia “yo soy más liberal que tú” (y que todos); o sea el juego del “liberalómetro”. En sí mismo no es que sea malo este deporte, pues sirve para una tarea urgente y doble: deslindar el liberalismo clásico a la vez de la merca-social-democracia y del anarquismo.
Pero el problema es que lo jugamos mal: como no hay proyecto liberal traducido en un Plan de Gobierno Liberal -o algo parecido- el juego del “liberalómetro” es en el vacío, sin referencia específica a medir; y por eso es infructuoso e inútil.
Estoy escribiendo un ensayo y un libro sobre 5 Reformas, y un Plan de Acción comenzando con sólo 3 pasos. Y sobre el aporte cristiano. Estoy seguro que con todas mis propuestas habrá acuerdos y desacuerdos, pero de todos modos es lo que pienso.
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