La frecuencia y la intensidad de las noticias asociadas a la violencia urbana en todas las ciudades venezolanas se han incrementado notoriamente en las últimas semanas. Parece que es hora de exigir a los gobiernos estadales y municipales, un cambio de política para enfrentar el problema. Urge un análisis serio y científico, a cargo de especialistas, que ayude a identificar los orígenes, las manifestaciones de tantos hechos violentos, y proponga medidas más acertadas para manejarlos y controlarlos, aceptando que mientras no se resuelva el problema de la violencia política que padece el país en general, no habrá condiciones para una vida plena, en paz y tranquilidad. La violencia cotidiana parece ser el mal mayor en las ciudades y pueblos; refleja una alarmante descomposición social que amenaza la estabilidad social y económica de cada ciudad y de las regiones en general.
Los atracos, robos y crímenes de todo tipo se suceden sin parar y casi sin control, y afectan a la población en general, sin distingos de edad, género ni ubicación social. Desde luego, el problema no es exclusivo de Caracas, Maracaibo, Valencia, Barquisimeto o Maracay, es de todo el país, es del continente y es de todas partes, pero si se compara a Venezuela con naciones similares, los índices son mayores y en todo caso que el mal sea de muchos no puede servir de consuelo. Las principales ciudades venezolanas han soportado un proceso de urbanización tan intenso como inesperado, que ha desbordado el equipamiento urbano y ha generado hacinamiento, marginalidad, crisis de servicios públicos y ha agudizado el drama del desempleo y de la pobreza. El transporte urbano es caótico, genera tensiones y crispamiento social. En este ambiente se da además la exclusión laboral y educativa de muchos jóvenes y esto acentúa la violencia. No hay empleo para los nuevos profesionales porque no forman parte del clientelismo rojo-rojito, y el que hay es precario porque los jóvenes al no encontrar empleo estable acuden y aumentan el buhonerismo o economía informal. La deserción estudiantil es alta aunque los funcionarios del Ministerio de Educación digan lo contrario. Las frustraciones entre la población joven son enormes. Los medios, la propaganda intensa y extensa incitan al consumismo, a seguir la moda y generan expectativas que muchos no pueden atender con recursos propios; la carencia los impulsa al delito, a la búsqueda del dinero fácil, a tratar de lograr como sea lo que no se pudo lograr con trabajo honrado. La sociedad no ofrece más alternativas de realización personal. Todo esto se traduce en mayores tensiones, ansiedad, estrés, hostilidad ciudadana y deterioro de la calidad de vida. Es un cóctel explosivo.
Las regiones y las ciudades han soportado desde hace rato la violencia política, económica y social, pero en la actualidad es sobre todo la violencia delincuencial y urbana, asociada a conflictos no resueltos, la que abarca todos los espacios, no sólo los barrios marginales. Hay otros factores, como el mercado de armas y el crimen organizado, que interactúan con los problemas urbanos y promueven la violencia. El funesto culto a las armas es un hecho: representa y simboliza erróneamente al hombre adulto, macho, corajudo y valiente, que se convierte en “modelo” a imitar. Las armas de fuego modernas han hecho más letales los crímenes. Ahora no sólo hay más hechos violentos sino más muertos.
Todo esto conduce a la INSEGURIDAD CIUDADANA, que es el temor a ser víctima de la violencia, es un miedo que paraliza, trastorna, perturba y causa malestar psicológico. De hecho, en toda Venezuela se han disparado las consultas psicológicas y psiquiátricas. Hasta la arquitectura se ha afectado. Las casas están casi amuralladas. Las terrazas tienden a desaparecer. La inseguridad es un mal generalizado, restringe la libertad e incide en la economía. En este estado de tensión social es fácil que los medios y la ciudadanía clamen por medidas represivas como forma de combatir la violencia. Muchos piden más policías, más armas, más patrullas, penas más severas y mano dura, esto es, cero tolerancias. Otros reclaman el derecho a hacer justicia por su propia mano. Es decir, las víctimas de la violencia responden con más violencia.
M. Gandhi decía que: “Ojo por ojo nos deja a todos ciegos”. Es posible que para superar la violencia se requiera de más control policial, pero ante todo se requiere de un diagnóstico que ayude a conocer a profundidad el problema. Sólo así será posible tomar medidas que al menos atenúen el fenómeno. Por ahora, es urgente mejorar la prestación de servicios y prestar más atención a las oportunidades de estudio y de trabajo digno para los jóvenes. Conviene además adoptar mecanismos sociales que le den protagonismo a las organizaciones comunitarias a la hora de discutir la violencia urbana. Desde luego, la solución total tiene que ver con la construcción de una sociedad más justa, con menos desigualdad y mejores oportunidades para todos. Una sociedad más humana, más democrática y no una demagógica socialista del siglo XXI.
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